sábado, 11 de julio de 2009

Una lectura "creyente" de la realidad social colombiana

Quinta Unidad:
Una lectura “creyente” de la realidad social colombiana.



Iván Danilo Rueda

OBJETIVO GENERAL
Conocer las dinámicas socio - económicas, y político - culturales que generan y agudizan la pobreza y la marginación en nuestra realidad nacional, para realizar una lectura creyente del contexto y preparar para el compromiso social y el servicio a los excluidos.

1. ASPECTOS INTRODUCTORIOS
• Acerca del término realidad
• Realidad e interpretación
• Interpretar la realidad
• Teoría de la marginalidad

2. DETERMINANTES SOCIALES:
• Organización Social y Globalización
• Dimensión política
• Economía globalizada
• Mundialización de la cultura

3. COLOMBIA, A GRANDES RASGOS
Actualización de los determinantes sociales
Constatación de unos hechos:
• Historia y realidad de la marginación
Mala distribución de la riqueza y el ingreso
Precariedad del capital social

4. La sociedad que queremos
a) Elementos bíblicos: Exodo 3, 7-12, Isaías 58, 1-11, Santiago 2,14-26, Mateo 25,31-46
b) Hermenéutica de la realidad desde la Palabra de Dios
c) El creyente ante el conflicto: Una presencia que necesita redefinirse
d) Ser Cristiano y actuar como tal en nuestra realidad conflictiva

1. ASPECTOS INTRODUCTORIOS

Acerca del término realidad

Cuando hablamos de realidad, nos estamos refiriendo a una situación (una condición creada por circunstancias o esferas de interacción de los hombres), a un acontecimiento (lo producido con significación en un momento dado por un actor social), a una representación (una significación o sentido expresado a través de cualquier lenguaje). Esto quiere decir que la realidad es algo que está en movimiento. Es una construcción humana a partir de lo existente que no debemos confundir con lo real, de lo dado que se ancla en un mundo natural y al mismo tiempo sociocultural, por lo que no se referirá exclusivamente a lo concreto sino que remitirá a otras esferas de sentido (lo simbólico, los imaginarios, la ideología).

Podríamos también agregar que lo que aparece como realidad nos evoca y nos lleva a un fondo, a una estructura, lo que implica siempre una interpretación. Así, la realidad es histórica en tanto presupone unas condiciones objetivas, puestas por y heredadas de un proceso que nos antecede siempre; en estas condiciones interactuamos con la naturaleza, con otros seres humanos y con un sentido de trascendencia. No nos inventamos nada, nacemos en un mundo hecho, no acabado, pero construido de un modo.

En lo social comprendemos todos los espacios de interacción entre actores sociales sobre lo público y sobre los modos de producción de lo público que da sentido de pertenencia a la persona individual y al sujeto social. De ahí que en la realidad social entendamos las relaciones históricas dadas y las estructuras de poder y ordenamiento; de producción, distribución y consumo; de significación y de acervo de acción con el biosistema, que producen constructos sociales o sistemas. Es importante resaltar, que esos constructos dan sentido y pasan sobre las fibras más íntimas y pequeñas de relación. En este sentido, lo público no es ajeno de lo propio.

Debe entenderse la realidad no en un sentido abstracto, aislado de nuestra existencia diaria y de los problemas que nos aguijonean constantemente, sino desde su inmediatez, desde aquellos aspectos de la vida corriente, que por cercana, llega a parecemos trivial, obvia y carente de interés. Dicha realidad nos está refiriendo a un modo de interacción propia; (subjetividad), así como a su relación con las racionalidades vigentes y con los otros (intersubjetividad) en unas determinadas condiciones.


Realidad e Interpretación.

Una interpretación global o estructural carece de significación humanizadora, ética o cristiana, si se deja de lado la fuente que le da origen, el dolor, el desgarramiento de miles de cientos de mujeres, niños, ancianos, habitantes de la calle. Las cifras son datos, pero ellos son los seres humanos de carne y hueso abstraídos, generalizados, "tecnitizados". Por eso es pertinente enfatizar que toda interpretación nos habla de personas.

La fuente de nuestra interpretación, de nuestro conocimiento se ubica en aquello que nos excita, que nos mueve y nos intranquiliza. Es sentirse afectado por el otro, en las propias tripas. Es la irrupcción de la piel cargada de historia, de mugre y calle metida en los libros, en los salones de clase. Es la sensibilidad que nos permite ver de otra manera, que nos arranca de una racionalidad que justifica la miseria, el asesinato, el soborno, el pragmatismo de la vida. Es una sensibilidad que nos hace pertenecientes al universo, que se permea de los miles de dolores que rondan por todas partes. Dolores de la guerra represiva, de la muerte por hambre, del terrorismo psicológico. Dolores del torturado, de la familia del desaparecido, del niño en la calle. Dolores del hacinamiento, del agua putrefacta que se bebe. Dolores de las montañas destrozadas. Dolores de la naturaleza. Dolores que nos hablan no de una cosa, sino de personas. Este es el lugar, que no admite neutralidad, ni siquiera un mínimo privilegio de comodidad o aletargamiento.

Luis Pérez Aguirre, en un estudio realizado en Bogotá, lo señaló del modo más sensible, claro y contundente:

"Porque nadie puede pretender mirar o sentir los problemas humanos, la violación a los derechos humanos y la dignidad humana, el dolor, el sufrimiento de los otros, desde una posición "neutra", absoluta e inmutable, cuya óptica garantizaría total imparcialidad y objetividad. Entonces hay lugares, posiciones personales, desde los que simplemente no se puede luchar por los Derechos Humanos. La cosa es así de simple, y es así de grave, porque la cuestión es saber si estoy ubicado en el "lugar" correcto" .

O como lo señaló en una entrevista a una estudiante de Comunicación de la Universidad Javeriana:

"(…) en la raíz de la asunción de este lugar social está inevitablemente la indignación ética que sentimos ante la realidad de la violación de la dignidad y de los derechos de la persona concreta: el sentimiento de que la realidad de injusticia que se abate sobre los seres humanos es tan grave que merece una atención ineludible; la percepción de que la propia vida perdería sentido si fuera vivida de espaldas a la realidad" .

El dolor, más que una categoría explicativa, es la experiencia que abre a un nuevo sentido, a un modo de vislumbrar la esperanza, el gozo y el quehacer en la perspectiva humanizadora. El dolor como memoria de la infamia y de la barbarie. El dolor como una reconstrucción de la utopía; del porvenir de gozo. El dolor como padecimiento y acompañamiento de ese sentimiento. El dolor como desmoronamiento de las mentiras de una sensibilidad fundada en la imagen. El dolor como el principio de contradicción del orden presente.

Desde este primer lugar se derivan varias consecuencias que determinan el modo de interpretar. Entre ellas las siguientes:

1) Ruptura epistemológica con la absolutización de la razón como principio de explicación y comprensión de la realidad toda, y asunción de la sensibilidad y de una razón sensible para percibir el clamor.

2) Ruptura epistemológica con un modo de conocer que se ha moldeado en la sensibilidad instrumental', del pragmatismo y del utilitarismo, y del vivir bien como único principio.

3) Reconocimiento de los prejuicios y precomprensiones desde los que se mira e interpreta la realidad (sensibilidad instrumental, acomodamiento intelectual, privilegios económicos y de poder, experiencia religiosa).

4) Percibir la realidad, dejarse tocar de ellos (los excluidos, los de al margen, los de la calle, los negados, los "no personas").

5), Interpretar, comprender, explicar desde esa sensibilidad que experimenta en las entrañas.

6) Hacerse desde esa sensibilidad razonada en la transformación de la sensibilidad y de la racionalidad existente.

7) Apropiar la memoria de dolor, de los "ayes", y la nueva sensibilidad que de ellos' surge, asumiendo la responsabilidad de esa decisión y su permanencia ante el aislamiento y la confrontación que ello genera.

Como vemos, nuestra posibilidad real depende de una modificación existencial. Solamente desde allí tienen sentido humanizador la interpretación y la comprensión de los ordenamientos que hay detrás ge las acciones de las personas en una sociedad. ¿De qué nos serviría entender que detrás del grito: "¡mátenlo!, ¡péguenle un tiro!, "¡acábenlo!", se expresa una racionalidad, una, sensibilidad, un modo de entender la persona, la sociedad, el Estado, la fuerza, en fin, un ordenamiento, si ello no conlleva una decisión? Pero también, si no hay una comprensión de ese ordenamiento podemos ver el árbol y no el bosque. Podemos llegar entonces a conclusiones simples como: "No hay que darle el pez, hay que enseñarle a pescar". Desconocemos sin embargo que: "el río tiene dueño" y es justo ahí donde se encuentra la razón de la ignominia y la indignidad. El pecado original, la posesión, la propiedad.

Interpretar la realidad

El abordaje del análisis de lo social supone entonces la comprensión no solo de "los intereses teóricos sino su relación con el sentido común en el mundo de la vida. Interpretar la realidad es, por tanto, buscar el sentido de la acción social y de ésta" con la economía, la política, la cultura y lo ecológico como sus ejes organizadores. Se pretende hacer un esfuerzo disciplinar y crítico para describir, comprender y analizar la situación presente mediante el examen de las relaciones históricas como estructurales. IOjol: pero todo tipo de relaciones, pues el poder está tanto en la instancia estatal como en la organización de los excluidos, en el salón de clase como en el afecto.

La intención es identificar los elementos, los componentes de la acción social y su interacción, decidiendo cuáles son los principales en un momento y en un periodo de tiempo. La pretensión es responder a la necesidad sentida de resolver tal o cual problema o grupo de problemas que se requieren solucionar en el mundo de la vida. La interacción, la acción social como unidad básica. Como lo ejemplificamos más arriba en el robo y lo que él suscita, se presentan lo constituyente de la organización social y nuestra posición frente al ladrón (cómo estamos decidiendo).

El mundo social es quehacer, movimiento, cambio constante, todo está siendo, nada está acabado, la sociedad es dinámica, lo que hoy es será de otra manera en unas horas. En un mismo tiempo suceden y se entrecruzan acciones que acontecen simultáneamente, millares de hombres diciendo, haciendo, en ciertas posturas y actitudes, hablando, callando, mirando, moviéndose, es evidente, aparece.

Por lo que hemos dicho sobre la realidad social es claro que la realidad que aquí importa analizar es la económica, política y cultural. Es decir, a lo que genéricamente se denomina "realidad social" y su entretejimiento a través de la acción social propia, particular, si se quiere. Acción social entendida ésta como la que se define por su orientación hacia objetivos que afectan a toda una comunidad de personas o bien a una organización, que no necesariamente tiene que poseer un sentido estrictamente en la política, y por su ubicación dentro de un espacio también comunitario que engloba cierto grupo de personas.

Nuestra acción social es de carácter “teórico” -somos estudiantes, nos mueve un interés cognoscitivo- pero entendamos lo teórico como una praxis, como un poder de transformación localizado en un espacio restringido de nuestra vida social. Ahí sin embargo, se juega nuestra posibilidad.

La acción social es el mundo de los seres humanos de carne y hueso viviendo en sociedad. Ella, en su interior, puede ser descompuesta en sus elementos básicos, pero encuentra un sentido de totalidad en articulación con niveles de organización englobantes. Así, lo social tiene diversas dimensiones para ser pensada o mirada que interactúan entre sí, lo micro y lo macro social. Entre esos planos se ubican los ejes ordenadores lo político, lo económico, lo social.

Afirmamos entonces una vinculación intrínseca, un tejido o entramado de relaciones del todo social y unos planos de articulación que posibilitan su" comprensión. La acción social en sí misma no se comprende como totalidad sino a partir de su ordenamiento en lo englobante, lo político, lo socio- cultural, lo ecológico, lo económico. Articuladores que son absolutamente vacíos sin la acción social.

Se comprende entonces que lo social tiene una perspectiva de mirada desde cada uno de los ejes, y de estos interactuando entre sí: una mirada desde lo político o lo socio cultural, o una de interacción desde lo político en los planos de lo socio-cultural o lo económico o lo psicológico. Esto trae consigo una riqueza de dimensiones hacia abajo y hacia arriba, un mundo inacabado de comprensiones y de planteamientos. Nos encontramos con la acción social, con el entrecruzamiento y con la madeja que va configurando. Vista e interpretada en un sentido lógico, con las instancias de interpretación y de análisis de lo económico, de lo político, de lo ecológico, de lo cultural, de lo social.

A veces no percibimos cómo repercuten los acontencimientos y las regularidades de lo macro en nuestros espacios cotidianos. ¿Cómo afectó por ejemplo, la llamada apertura económica la vida de nuestro barrio o a nuestra familia?

Por eso, nos proponemos transformar el mundo sin realizar una transformación de nuestro presente particular e intersubjetivo. Resulta que, muchas veces, en nombre de los intereses populares, nos arrogamos el derecho de hablar por ellos, pronunciando sus palabras como si ellos no hablaran en su simplicidad, incluso, en su silencio. Otras veces, nos dedicamos a cuestionar, a criticar el "sistema", a los que llamamos "gamonales", "oligarcas", "autoritarios", "burgueses" o "acomodados", pero, en nuestros espacios de organización, lo que decimos cuestionar y criticar, lo reproducimos, lo hacemos. Entonces sucede que "el demonio" está en nosotros. Vemos cómo muchos sindicatos viven en estructuras autoritarias, o cómo lo hacen también los profesores que dominan el pensamiento critico social. Hacemos grandes planteamientos para sustentar el principio de la defensa de la propiedad sobre la vida, pero a la vez nos confesamos creyentes. O los que dicen participar de una acción alternativa desde la sensibilidad realizando prácticas excluyentes y dominantes. O los políticos "del pueblo", manipulando, engañando o robando. Decimos servir al país, pero nuestro interés primero es la seguridad y la acumulación. Así muchas cosas del poder y sus modos de producción destructivos de las fuentes de vida se nos meten y alejan nuestro discurso de las concreciones de vida.

Percibidos los seres humanos que hay detrás de cada cifra, de cada decisión política o económica, quedan sólo tres caminos: 1. Huir: vivir en lo establecido 2. Contemplar: especular, conversión intelectual de la realidad en datos o teorías. 3. Arar en el mar: humildes intentos de compromiso social y praxis solidaria.

Teoría de la marginalidad

La teoría de la marginalidad constata en Latinoamérica la existencia de dos sociedades en el mismo mundo. Una sociedad integrada al modo de vida moderno, con capacidad de interlocución empresarial y cultural, con altos niveles de gestión u organización y con identidad en los ideales del progreso; y otra sociedad, "marginada", carente de niveles de organización, o con identidades colectivas muy débiles, arcaicas, que impiden su interlocución y comprensión del mundo cultural moderno. Se requiere entonces que esa otra sociedad, ligada al progreso, haga de puente para que la sociedad al margen se integre a la totalidad, única posibilidad de ser reconocido como sujeto de derechos. De ahí que muchas de las propuestas pretendan configurar modos de organización social que estén a la altura de la gestión técnica moderna.

A comienzos de la década de los 80, con la recomposición del capitalismo, a través del modelo neoliberal aplicado con M. Tacher en Inglaterra y asumido por R. Regan en Estados Unidos, se asiste a una reforma en el modo de producción y de concepción de la economía, de la cultura y del estado.

Lo novedoso ahora consiste en que el proceso cobra tal dimensión que se viene desarrollando con paso firme en Latinoamérica en el marco de una globalización de la economía mundial en la que los procesos de transnacionalización se amplían en su eficiencia a través de procesos de informatización mundial, y en el que los países del Norte asumen políticas proteccionistas de su economía.

Asistimos a la participación en la aldea global que anunciaba" Mc Luhan, a la ebullición de los particularismos, al acabamiento de un Estado benefactor dedicado exclusivamente a la reproducción del mercado con el fortalecimiento de mecanismos de seguridad y a la flexibilización de las relaciones laborales. Estos hechos, unidos al lapso del socialismo en Europa del Este, ponen en cuestión los paradigmas de interpretación bipolar (este-oeste) y los discursos postmodernos que plantean la imposibilidad de realización de los proyectos liberadores que den pie a revoluciones colectivas, y redefinen y cuestionan el quehacer y el pensar en Latinoamérica.

Ante tales hechos, un sector hace suya la percepción que plantean los postmodernos y ubican el problema de lo social como un problema estético. En este sentido, lo importante es realizar lo que mejor le plazca a cada quien, que' se satisfaga el gusto y se respete. No importa el camino. Se aboga por una cierta moral relativista. Como señala Agnes Heller, es el mundo en que "vale todo". Desde esta percepción se ubica el problema de la ciudadanía como consumo en diseminación de significados, la dispersión de los signos y la dificultad de establecer códigos estables y compartidos; la economía de la información. Han culminado los grandes relatos o metarelatos (comunismo y capitalismo), ha llegado el fin de las utopías y de los grandes ideales de la modernidad. Asistimos al acabamiento de la razón.

Ratificando la identidad del hombre como sujeto racional y en posibilidad de comunicación a través del lenguaje algunos teóricos como Habermas, Apel, Cortina, señalan la posibilidad de una ética comunicativa y la racionalidad dialógica como posibilidad de llegar a acuerdos para resolver en un momento dado, las contradicciones. Estas éticas de la acción comunicativa o éticas de la solidaridad, han propiciado el desarrollo de las éticas civiles y ciudadanas. En ellas se coincide acerca del papel protagónico de lo civil, entendido en varios sentidos: como posibilidad de resolver los conflictos de manera racional a través del diálogo; como un agenciamiento de la sociedad en perspectiva de su participación para la toma de decisiones, y, finalmente, como instancia de valoración de una ética dialógica.

Vemos entonces el desplazamiento de una mirada de confrontación para atender las necesidades de la población, hacia una actitud de conciliación en la que todos los sujetos y actores involucrados pueden participar. Se explicitan las condiciones del diálogo como algo inacabado, el compromiso de la palabra, los acuerdos sobre lo que se dice y lo que se quiere decir, se busca llegar a consensos y al respeto por el pensamiento plural.

Algunos de estos planteamientos son cuestionados porque desconocen las estructuras de poder que permean el diálogo y la producción de lenguajes, los intereses de grupo o de clases que entran en juego y que se definen por relaciones de poder haciendo del consenso una ideología que renuncia en la realidad plural a las condiciones contradictorias que generan el conflicto. Es importante resaltar que estas posturas dialógicas y éticas civiles han inspirado los últimos procesos de paz y las más diversas políticas estatales y gubernamentales de conciliación, tolerancia y acuerdos.

Otro grupo de analistas sociales y filósofos se ubican en contraposición a esta corriente poniendo en cuestión los planteamientos de la postmodernidad y develando en ellos, la renovación del discurso capitalista y del discurso que propicia la inmovilización y la desesperanza para la mayoría, los excluidos. Sostienen la posibilidad y la necesidad de las utopías. Allí se encuentran Alex Callinicos, Marshall Berman, Peny Anderson, Franz Hinkelammert. Para este último, los proyectos sociales hoy no se pueden seguir dirimiendo por principios universalistas válidos e inmutables o relaciones de producción nuevas pre-determinadas. Por el contrario su criterio de validez universal hoy depende del criterio de una sociedad donde quepan todos. Toda acción política y propuesta es válida en sentido negativo en tanto se impida la exclusión de amplios sectores de la sociedad. Afirma Hinkelammert que "este criterio universal sobre la validez de principios universalistas sigue siendo el criterio del humanismo universal". Se cuestiona de este modo el socialismo histórico que colapsó, pero de modo particular, la globalización del mundo por el mercado.

La lógica de exclusión que subyace a la sociedad moderna puede ser comprendida como resultado de la totalización de los principios universales del mercado. Desde esta perspectiva las fuentes para la reproducción de la vida están siendo destruidas y avasalladas por el criterio de eficiencia. La racionalidad se ve imbuida, casi sin darse cuenta, de una irracionalidad, percibida por muy pocos, ya que la lógica del mercado y de la globalización es alucinante. Así asistimos a la creación de una fuerza compulsiva que absolutiza el mecanismo de destrucción del hombre mismo y de la naturaleza. Así lo analiza Franz Hinkelammert:

"El problema únicamente tiene solución en una sociedad en la que quepan todos. Eso incluye la naturaleza, porque solo hay lugar para esta sociedad si existe una naturaleza que le de lugar. Sin embargo, la racionalidad del cálculo medio-fin no puede dar una salida. Por eso la racionalidad que responde a la irracionalidad de lo racionalizado solamente puede ser la racionalidad de la vida para todos, que sólo se puede fundar en la solidaridad de todos los seres humanos" .

En este cementerio de esperanzas fundado en el mercado, los sectores medios inician su pauperización, los pobres de los pobres y los miserables asumen los costos. Surgen entonces varias preguntas que comprenden lo político, lo económico, lo ético, lo social. ¿Es humano y responsable sostener y alimentar este modelo de sociedad? ¿Qué es posible crear como alternativa? ¿Es viable construir otro proyecto histórico de vida? ¿Cuál es el aporte universitario: Tomar al ladrón y aplicar justicia por propia mano?

2. DETERMINANTES SOCIALES

Dentro de la inquietud por formarnos intelectual y críticamente en una firme responsabilidad social es necesario conocer los condicionantes que conforman la organización social; la política, la economía y la cultura determinan el contexto social, así lo consideran los miembros del equipo CEDAL en la elaboración de su cartilla metodológica: “Ser humano: un proyecto en reconstrucción”, del cual se ha retomado en su mayor parte el contenido de esta sección.

Organización Social y Globalización

Lonergan afirma, después de recordar la antigua y tradicional concepción de sociedad (colaboración organizada de individuos para la consecución de un fin o fines comunes), como la estructuración del bien humano se despliega en tres niveles: necesidades básicas, capacidad par asumir funciones en orden al bien social y las opciones fundamentales orientadas a la auto-trascendencia. La búsqueda de la realización de estos bienes impulsa al hombre a formar la sociedad. El fundamento ideal de la sociedad se encuentra en la comunidad de personas que se basa en la intersubjetividad, así, los hombres son animales sociables y la base primordial de su comunidad no es el descubrimiento de una idea sino la capacidad espontánea de relación.

Al hablar de las diversas clases sociales y de la opresión que pueden propiciar las estructuras económicas y políticas, es necesario explicar que reunidas forman una unidad funcional. El hecho es que la sociedad humana se ha desplazado desde su base relacional inicial intentando una empresa cada vez más grandiosa. La economía y la política son amplias estructuras de interdependencia inventadas por la inteligencia práctica para el dominio, no de la naturaleza, sino del hombre.

El fenómeno de la globalización se hace evidente y sus efectos marcan un impacto creciente en toda sociedad, ya que se trata de un proceso de unificación de mercados y de homogeneización de la produc¬ción mundial, según el modo capitalista.

Es innegable la gran polémica mundial que se ha creado entre los apologistas (defensores de la globalización) y los apocalípticos (detractores). Los primeros, la alaban como impulsora de importantes factores positivos en el área de la economía mundial; y los segundos, por el contrario, la acusan de ser generadora de desempleo y empobrecimiento de las grandes mayorías excluidas: proceso que afecta no sólo la esfera económica sino también la política, la social y la cultural.

Una lectura creyente y comprometida con la realidad puede favorecer una globalización de la esperanza y de la solidaridad desde los más desfavorecidos, en función de una globalización alternativa donde sea posible una vida digna para todos, como resultado de un liderazgo comunitario.

La globalización debe ir unida a la solidaridad. Es preciso ayudar a los sectores que no pueden entrar con éxito en el mercado global, nadie puede quedar excluido.

Dimensión política

La globalización, defendida como la gran utopía posible de un solo mundo compartido, presenta un gran reto para la dimensión política de la sociedad.

Las grandes decisiones políticas de los países de América Latina ¿guardan concordancia con la dimensión mundial del mercado y el deseo de competitividad por encima de la cooperación? ¿Cómo articu¬lar la democracia con la adopción de economías de mercado abiertas al mundo? ¿Cómo enfrentar desde allí el incremento de la pobreza y de los excluidos?

Una tercera parte de la población latinoamericana no considera que la demo¬cracia sea preferible a cualquier otra forma de gobierno. y menos de la mitad de los ciudadanos encuentra indispensable a los partidos políticos de su país (Brunner, 1999:3).

Por ello, más que frente a una democracia de ciudadanos comprometidos estamos frente a una cultura política de escepticismo. retraimiento y descon¬fianza. La participación electoral es cada vez más baja. Sabemos que este fenóme¬no no es gratuito, obedece a décadas y siglos de gobiernos corruptos, clientelistas, ineptos y desinteresados en los bienes colectivos de la ciudadanía.

El escritor Octavio Paz, refiriéndose a México, y que bien se podría generalizar al resto del continente, señala: "el pueblo mexicano, después de más de dos siglos de experimentos y fracasos, no cree ya sino en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacional" (Brunner, 1999:3).

Infortunadamente, se sigue haciendo política con los viejos paradigmas del líder clientelista, sin tomar conciencia de la nueva sociedad que está en gestación. de los nuevos retos que es preciso enfrentar. Es tan compleja y difícil la situación de nues¬tros países, que más que campañas políticas rutinarias para elegir gobernantes, se haría necesaria una reflexión de discernimiento colectivo para solicitarle y rogarle a los ciudadanos más aptos que acepten los cargos como un servicio a los intereses de la comunidad. Es el ideal griego de democracia, cuyo propósito está muy lejos de las ¬mentes de los ideales individualistas de la mayoría de la clase política.

Economía globalizada

La exclusión social y la destrucción de la naturaleza son las dos fallas más profundas de la economía global del mercado. De allí surgen la crisis social, del sistema del trabajo y la ecológica, crisis todas ellas de dimensiones planetarias (Boff, 2001: 13).

Para hacer frente a este fenómeno del mercado global se han venido estable¬ciendo tratados de libre comercio entre algunos países y a nivel continental.

En este momento, después de realizada la Cumbre de las Américas en Québec, Canadá, en abril del 2001, la atención está centrada en el horizonte y los objetivos del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Esta cumbre reunió a 34 jefes de Estado provenientes de las tres Américas, excluida Cuba, y tuvo como fin dar un nuevo impulso a las negociaciones emprendidas en 1994 en Miami. con el deseo de establecer de aquí al año 2005 el ALCA, el área geográfica más extensa del mundo que se extiende de Alaska a la Patagonia. Son muchas las críticas y controversias que el propósito del ALCA ha generado.

Las críticas a la propuesta se centran en los siguientes aspectos:

.El ALCA es mucho más que propuesta de liberalización comercial, es un proyecto estratégico de los Estados Unidos para consolidar su dominación sobre América Latina. mediante la creación de. un espacio privilegiado de ampliación de sus fronteras económicas.

El ALCA es un desvío de la democracia, ya que los negociadores comerciales provenientes de los 34 países discuten y deciden el porvenir de 800 millones de ciudadanos (as) de las Américas, sin que aún los parlamentos puedan ni siquiera tener acceso a alguna información.

Esto significa un acaparamiento por el sector privado de todo lo que de¬pende del bien común. y una autoabolición del Estado de su papel de guar¬dián de los intereses de la población.

Los defensores del ALCA se basan en los siguientes argumentos:

La economía de escala, o sea los grandes mercados, son muy convenientes para conseguir el desarrollo y la prosperidad. No es lo mismo producir para cientos de personas, que para miles o millones. Se abaratan los costos, se multiplican las oportunidades de competir y se refinan los productos. Todos se benefician.

Mientras más pobre es un país más tiene que ganar cuando se asocia a una entidad poderosa ¿Cómo pueden defender sus intereses en el terreno internacional las na¬ciones pobres si no tienen detrás una fuerte entidad que las proteja? ¿No será mucho más efectivo en el futuro, cuando a nombre de naciones pobres hablen los representantes del ALCA?

Resulta más económico a los vendedores y viajantes internacionales operar en territorios que han desmantelado las costosas burocracias de las aduanas.

El ALCA sólo puede perjudicar a los productores locales incompetentes que controlan a un grupo de consumidores cautivos, a los que venden bie¬nes y servicios peores y más caros (Montaner, 2001: El Tiempo 1-15).

De otra parte la etapa crítica de estas negociaciones para la creación del ALCA apenas comienza y de sus resultados depende el futuro de cada uno de los 34 países de América.

En Colombia, funcionarios del Ministerio de Comercio Exterior están convencidos de que el ALCA no es una opción para tomar o dejar, sino una realidad que está caminando y, por lo tanto, hay que asumirla como tal y el país tiene que prepararse para cuando entre en vigencia. Ante esta situación algunos consideran fundamental construir una política de resistencia a este pacto neocolonial, ya que el ALCA no es una fatalidad histórica a la que tengamos que someternos; y decir NO. es un derecho soberano de los pueblos.
Así mismo, hay posiciones de búsqueda de alternativas concretas y creíbles para los pobres y excluidos. Desde esta perspectiva se deben tener en cuenta todas las dimensiones de la realidad: la dimensión económica, social, política. cultural y también la dimensión ética, teológica y espiritual.

Ante un proceso tan controvertido como eI ALCA, se debe propiciar una amplia participación, discernimiento y sensatez para lograr consensos orientados a la defensa del bien común como gran eje orientador de las decisiones locales, regionales nacionales e internacionales.

Mundialización de la cultura

Algunos investigadores, entre ellos, Renato Ortiz. prefieren hablar de mundialización y no de globalización de la cultura porque en el mundo contempo¬ráneo existe una única economía: el capitalismo y existe una única infraestructura tecnológica, pero no existe una única cultura. Por eso se habla de globalización de la tecnología y la economía y de mundialización de la cultura. La cultura se mundializa, pero interactúa o dialoga con otras culturas y otras concepciones del mundo, de manera conflictiva o no, según los casos (Ortiz, 1998 a43).

El siglo XXI nos coloca ante la discusión sobre la cultura mundializada y sobre los procesos de globalización de la sociedad y la tecnología, ante la cual las ciencias sociales no tienen aún respuestas para abordarla con certeza.

En lo referente a la cultura no existe la oposición entre lo local y lo global, porque lo local, lo nacional, lo global se entrecruzan, aunque no de la misma manera. Este fenómeno se verifica permanentemente en las diversas manifestaciones culturales: música, cine, televisión, danza, pintura, literatura, artesanías, expresiones religiosas, deportes.

Una cultura mundializada sólo puede existir cuando está localizada, no existen culturas mundializadas si no penetran la vida cotidiana de la gente. El entrecruza¬miento de las culturas es lo que García Canclini llama "culturas híbridas", las cuales revelan una mezcla de lo local; lo nacional y lo global.

¿Cómo discernir, en medio de los cruces que mezclan el patrimonio histórico con la simbólica generada por las nuevas tecnologías comunicacionales, qué es lo propio de una sociedad, lo que una política cultural debe favorecer?"(García Canclíni, 1989:184). Frente a esta pregunta, el tema de la identidad resulta bastante controvertido. Para los antropólogos, la cultura es en primer lugar, un todo integrado, una totalidad en la que se encuentran orgánicamente articuladas diferentes dimensiones de la vida social (Ortiz, 1998 b: 45).
Para ejercer un liderazgo comunitario desde esta mundialización de la cultura, se hace necesario tener en cuenta los modos de supervivencia de las culturas tradicionales, las aceleradas transformaciones de las culturas urbanas y los nuevos modos de estar juntos (Martín Barbero, 1999: 16).

De otra parte, las imágenes de lo que somos se difunden internacionalmente a través de los documentales, dramatizados y telenovelas que circulan en la industria cultural.

Se hace necesario que nuestras regiones y el país se decidan a intercambiar sus propias producciones, a impulsar la exportación de lo nuestro e importar lo que fortalezca y enriquezca nuestra identidad y pluralidad nacionales.

3. COLOMBIA, A GRANDES RASGOS:

Actualización de los determinantes sociales:

Constatación de unos hechos: Historia y realidad de la marginación

Puede decirse que el signo distintivo del modo de desarrollo de la sociedad colombiana en los últimos 60 ó 70 años del siglo 20, fue la pobreza, entendida como la cruda exclusión social. Desde las primeras mediciones sociales técnicas, en la década de los cincuenta, se comprueba de manera persistente que alrededor de la mitad de la población no puede disfrutar de lo que se consideran unas condiciones dignas y mínimas de vida, según el progreso de la humanidad en cada momento histórico, comenzando por el disfrute de una ocupación estable y un ingreso equitativo; hoy más de la mitad de la población está al margen del mercado, o participa en forma muy reducida, por lo que ni siquiera se puede hablar de una economía capitalista de mercado.

La historia y la lógica comprueban que a contrapelo del crecimiento económico y de cambios cuantitativos y cualitativos en la oferta de bienes y servicios, durante el siglo 20, en especial en su segunda parte, se hizo de Colombia una sociedad excluyente, que destruye la naturaleza, carece de democracia en la vida ciudadana y es inequitativa en el disfrute de la riqueza creada. El resultado es evidente; un sistema productivo ineficiente y sin competitividad internacional; una confrontación política exacerbada, con una lucha armada sin perspectiva de ganadores pero con grandes pérdidas humanas y económicas; una concentración excesiva del ingreso en pocas manos, ya sea por medios pulcros o no desde la ética del capitalismo, y una acumulación agobiante de la pobreza sobre los hombros de la mayoría de la población, lo que nos presenta ante la faz del mundo como un Estado-nación que carece de una solidaridad social institucional. Durante siete décadas han existido un Estado privatizado, y un mercado cerrado.

Además, el alto y grave desempleo observado es también una manifestación estructural de la crisis general de la sociedad colombiana, como producto de este modo de desarrollo excluyente, en cuyo marco la sub-utilización y destrucción del capital humano es un rasgo persistente. Los hogares de los desempleados pertenecen en más de un 60% a los estratos tres y cuatro y para sobrevivir han tenido que retirar hijos del estudio, disminuir el consumo habitual y vender bienes, incluida la propiedad raíz, por lo que aumenta el número de familias que viven en viviendas arrendadas. Para agravar la situación, la falta de trabajo afecta de manera más aguda a los jóvenes, a las mujeres y a los profesionales universitarios sin educación avanzada, es decir, a núcleos valiosos pero muy vulnerables de la población, ya sea porque encarnan el futuro, tienen la capacidad reproductora de la población o representan la mayor inversión en capital humano.

Como complemento, más de la mitad de las personas que tienen trabajo están en condiciones muy precarias, con escasa o sin ninguna protección legal y social, sobre todo en las ocupaciones rurales y en la informalidad o «rebusque» de las ciudades. Y lo peor, avanzamos hacia una informalidad con considerable inversión en educación, para nuestras condiciones: 50% tiene bachillerato (11 años de escolaridad) y 13% educación superior (entre 14 y 18 años de escolaridad). Por otra parte, cada vez un mayor número de familias debe sobrevivir con menos ingreso; a mediados de la década de los 90 el 20% de los ocupados ganaba el salario mínimo o menos; en el 2000, tal proporción subió al 35%. El desempleo y el subempleo conllevan, como es evidente, una disminución significativa del ingreso disponible.

Además, no olvidemos que la sub-utilización de la capacidad productiva produce desesperación e induce a la apatía, lo que disminuye la interacción social y coadyuva a la desintegración del tejido social, lo que es muy grave en la sociedad colombiana, que ya, de por sí, lo tiene muy débil. Quizá semejante desperdicio de humanidad, o verdadera desvalorización de riqueza social, tenga mayor costo que la guerra actual, lo que debe preocupar a los actores empeñados en ganarla, pues al final perdemos todos.

Cada vez es mayor el desprecio por la vida humana. El homicidio representa el 20% de los fallecimientos en Colombia y su tasa es espeluznante, comparada con otros países: 56 por cada 100.000 habitantes. Es la primera causa de muerte, en especial entre los 18 y los 44 años de edad, y sus formas son cada vez más atroces. Durante 1999 más del 8% de las 37.000 personas que sufrieron muerte violenta eran menores de edad y el 78% tenía entre 18 y 44 años, es decir, se está asesinando, diciéndolo con una metáfora horrible, al futuro de Colombia. Aunque apenas el 20% de tal cifra puede achacarse de manera directa a la guerra (fuerzas armadas, guerrillas y autodefensas), no hay duda que el conflicto bélico alimenta la «cultura de la violencia» que desvaloriza la vida humana, cuando en todo el mundo se habla de que la principal riqueza es el capital humano.

Costo que es así mismo altísimo cuando ese capital humano se «fuga» del país. Un estudio reciente calcula que las 15.000 personas con formación universitaria que emigraron de Bogotá durante 1999 representaron una pérdida de 450 millones de dólares para la ciudad. Y esto sin contar lo que sus conocimientos habrían aportado en el futuro; sin duda, varias veces la descapitalización actual. ¿Cuánto «valen», entonces, el millón de colombianos y colombianas que se han ido al exterior en los últimos cuatro años? Y no hablemos de capital social. Porcentajes altos de la población desconfían de instituciones que son indispensables para el desarrollo, como justicia, policía, sistema financiero y otras, y se aprecia más el éxito de los narcotraficantes que de los empresarios o los científicos. Por tanto, la moral y la ética sociales muestran un gigantesco saldo rojo. Para resumir, digamos que una desvalorización humana y física tan múltiple y descomunal no es producto de cambios en los adjetivos que califican a los modelos económicos.

La oficina en Colombia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD- señala en la parte correspondiente al país en el Informe sobre desarrollo humano global presentado en diciembre de 2000, que “En Colombia, si bien `la igualdad ante la ley` es el principio de la Constitución de 1991 y el de los Derechos Humanos, no se pueden desconocer las desventajas sociales que enfrenta la población vulnerable con debilidad manifiesta, grupos excluidos tradicionalmente de las esferas del poder económico y político. Hay suficientes evidencias que se está frente a una sociedad cerrada y selectiva sin aversión a la desigualdad, a la pobreza y que propicia la discriminación de los débiles y no la cohesión social”. Y más adelanta enfatiza en que “se puede pensar en la exclusión social como un concepto multidimensional de la pobreza que, en particular, introduce aspectos de realización de derechos y de participación social”. Como se lee en ese Informe, Colombia tiene un índice de Desarrollo Humano –IDH- de 0,764 y ocupa el puesto 68 entre 174 países; pero si ese índice se corrige con la pésima distribución del ingreso que tiene, su rango baja a 0,636, similar al de Bolivia, que ocupa el puesto 114 en la clasificación internacional.

Hay que reiterar, como lo comprueba la realidad de los últimos lustros, que sin solucionar la inequidad no se consigue un esquema político más incluyente y participativo y no se encuentran nuevas fuentes de dinamismo económico. Por tanto, están equivocados quienes insisten en «buscar al ahogado río arriba» con respuestas de corto plazo o con espejo retrovisor. En este caso es válida la conocida advertencia de que «cuando tenía las respuestas, me cambiaron las preguntas». Lo esencial ahora no es defender los privilegios de la minoría que dispone de un ingreso estable, sino de los miles de jefes de hogar que no tienen empleo y de los cuatro y pico millones de familias cuyo ingreso es muy precario e inestable. Llegó la hora del sacrificio para quienes siempre han disfrutado de los beneficios del desarrollo.

Concluido el siglo 20 los resultados económicos, sociales y políticos no se han traducido en beneficio equitativo para todos, pues siempre han quedado concentrados en un círculo cada vez más estrecho, en términos relativos, cuya riqueza efectiva crece como espuma y es la irónica contrapartida de la pobreza abrumadora de millones y millones de colombianos. En este sentido, el crecimiento económico es efímero y deleznable si no se comparte la riqueza creada para el beneficio equitativo de la colectividad, pues el desarrollo humano integral es condición del crecimiento económico sostenido. Esto significa también una calificación negativa para quienes han tenido en sus manos la dirección política, social y económica. Para decirlo con una frase muy trillada, fueron inferiores a su responsabilidad histórica.

La sociedad que queremos

Las cuestiones sustantivas del modo de desarrollo que ha tenido la sociedad colombiana, por lo menos en los últimos cien años, no es una distinción caprichosa, pues el concepto de «modo de desarrollo» supone formular preguntas sobre la sociedad que hemos sido y somos y queremos ser. Por tanto, hablar de modo de desarrollo permite ir más allá de las estadísticas y asumir una concepción más integral de la sociedad, para develar lo esencial.
En este sentido, podría definirse el modo de desarrollo como la forma variable y particular de satisfacer una sociedad las necesidades materiales, sociales y espirituales de sus miembros, lo que supone indagar desde lo más complejo y permanente de la organización social, como la vida espiritual, la propiedad y la producción, hasta lo más simple y cotidiano, como la forma de alimentarse, el amor en la pareja y la educación de los hijos.

Se requieren transformaciones éticas en las relaciones sociales, reformas institucionales profundas y cambios microeconómicos y microsociales que permitan una redistribución más equitativa del valor agregado en el proceso de producción de bienes y servicios, lo que supone modificaciones en el sistema ocupacional y en la organización empresarial. Se busca, en adición, que cada vez más colombianos puedan disfrutar de los beneficios del progreso humano en aspectos como educación, salud, atención a niños, ancianos y discapacitados, servicios públicos domiciliarios y otros. Para construir la sociedad abierta, democrática y equitativa con que sueña la mayoría de la población, proponemos un modo de desarrollo humano en condiciones de libertad y felicidad, que no son punto de llegada o fines, en sí mismo, sino caminos de búsqueda y encuentro. Hay que tener en cuenta que la felicidad y la libertad no son anhelos recientes y su análisis como fundamentos de la sociedad humana puede rastrearse más atrás de los griegos; son categorías con una perspectiva más amplia que las ciencias económicas, por lo que constituyen, en la práctica, temática inagotable. Hoy crece la investigación al respecto y se comprueba que en la práctica desarrollo, felicidad y libertad pueden verse como sinónimos, pues son medios esenciales y complementarios en el proceso de humanización. Conforman, así mismo, con las ideas de bienestar, riqueza, prosperidad y equidad una intrincada red conceptual.

Todo indica que cada vez los seres humanos se unen menos alrededor de ideologías y más en torno a sus intereses concretos, tanto materiales como sociales y espirituales, sin que ello signifique la desaparición de las ideologías, sino más bien una mayor fusión con la vida cotidiana. Colombia no puede escapar de esta tendencia universal y esas coordenadas deben ser las que enmarquen su desarrollo y la orienten hacia la paz y el progreso. Por tanto, se requiere un nuevo compromiso social para pasar a un modo de desarrollo humano, que es algo más complejo que un modelo económico, y que no puede quedarse en la modificación de algunas políticas gubernamentales.
Para lograr el desarrollo humano sostenido no son suficientes cambios macroeconómicos, sin que se niegue su importancia y oportunidad. Así mismo, cambios en la política económica pueden ser necesarios para la reactivación económica inmediata pero insuficientes para recuperar una senda de crecimiento apreciable y sostenido, ni permitirán, por si solos, desarrollar nuevos exportables y conquistar nuevos consumidores en el exterior; tampoco facilitarán mejorar de manera sustancial y permanente las condiciones de trabajo y de vida del 50% de la población que vive en la miseria y la pobreza. El nuevo modo de desarrollo propuesto busca una sociedad en donde todos, y no sólo unos pocos, puedan disfrutar de bienestar y mejoramiento en la calidad de la vida. Diciéndolo con otras palabras, se busca la satisfacción creciente de las necesidades espirituales, sociales y materiales en condiciones de felicidad y libertad. Búsqueda que es universal y compromete no sólo a los científicos sociales, sino a toda la sociedad humana, y que en Colombia debe permitirnos unir voluntades de muy distinta procedencia.

No podemos seguir siendo una sociedad excluyente, en donde quienes tienen el poder, sin importar su origen y carácter, pretenden ser los poseedores de la verdad y los jueces de los excluidos; es inconcebible que todavía existan personas que crean que la solución a la contradicción dialéctica entre «yo» y el «otro» sea la destrucción de quien tiene una visión diferente del mundo y una posición distinta en la sociedad. La tarea común, comenzando: incluir a los excluidos. Hemos de entender que no existen sociedades sin contradicciones ni conflictos, pero cuando se solucionan con la «razón de la fuerza» todas las partes pierden. La paz debe construirse sobre las diferencias y con la «fuerza de la razón», entendiéndose que la supervivencia de los demás es condición de la supervivencia de cada uno.

De esta manera, se necesita su esfuerzo conjunto, un resultado sinérgicos: el Estado tiene la responsabilidad ineludible de ser el «cerebro ecuánime» que establece reglas del juego transparentes y orienta y regula la actividad económica, sin pretender remplazar al mercado, como fue la tendencia teórica y práctica durante el siglo 20. Pero al mercado y al Estado hemos de añadir el «corazón altruista» de la solidaridad social, para crear mecanismos de compensación que lleguen a quienes de verdad la merecen y poder reducir la pobreza que excluye a la mayoría de la población de los beneficios del progreso y la prosperidad.

Es necesario insertarse en el proceso de la humanización, entendido como la búsqueda y encuentro de los valores supremos del ser humano, en un mundo en donde impere una nueva ética social en todos los ámbitos de la vida ciudadana e institucional. Esto significa para Colombia pasar de un Estado privatizado y empresarial a un Estado estratega y comunitario, o sea, que en lugar de estar en poder de una elite cerrada y caracterizado por entidades monopolísticas e ineficaces, se transforme en orientador del desarrollo de la sociedad y propiedad de los ciudadanos; al mismo tiempo, se busca sustituir el mercado cerrado y monopolístico, al servicio de poderosos grupos económicos extranjeros y nacionales, que es el escenario propicio de la crisis, por un mercado abierto y democrático, para beneficio efectivo de los ciudadanos-clientes; y por último, pero no menos importante, el paternalismo y el asistencialismo de los últimos cien años, cuyos resultados de corrupción, ineficiencia y despilfarro son evidentes, deben ser reemplazados por una solidaridad social eficaz y sostenible.

e) Elementos bíblicos:

o Exodo 3, 7-12 “He visto la opresión de mi pueblo…”
o Isaías 58, 1-11 “El ayuno que yo quiero…”
o Santiago 2,14-26 “La fe sin obras está muerta…”
o Mateo 25,31-46 “Tuve hambre y me diste de comer…”

Los anteriores textos bíblicos se proponen como referentes guía, según se juzgue necesario pueden escogerse otros y realizar la actualización y estudio hermeneútico pertinente. Al final se sugiere bibliografía de referencia para orientar la interpretación.

f) Hermenéutica de la realidad desde la Palabra de Dios

Corresponde a todos, y en primer lugar a las instituciones públicas, garantizar eficazmente los derechos que se derivan directamente de nuestra dignidad natural y que por esta razón son integrales, universales, inalienables e inviolables. Entre esos derechos el primero es el «derecho a la existencia y al respeto de la vida, así como el apoyo a la familia, célula básica de la sociedad» (Juan Pablo II).

Estos son los principios sobre los cuales se debe edificar un modelo de desarrollo económico fundado en la solidaridad, la equidad y el bien común; la persona humana debe ser el eje y el centro de la actividad económica. La economía debe ser concebida al servicio del hombre y la mujer, para crear igualdad de derechos para todos, combatir las discriminaciones, librar al hombre de la esclavitud, hacerlo gestor de su propio desarrollo, de su progreso moral y de su crecimiento espiritual, La Iglesia no puede admitir un modelo económico que, como el neoliberalismo, excluye de por sí parte de la población o la somete al empobrecimiento progresivo. Hoy más que nunca se impone la urgencia de cultivar la conciencia de los valores morales universales para superar el vacío ético existente en nuestra sociedad colombiana.

Reafirmamos que en Colombia no habrá verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad. «Las injusticias, las desigualdades excesivas de carácter económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para eliminar estos desórdenes contribuye a construir la paz y evitar la guerra» (Juan Pablo II).

Resultan significativos algunos apartes y proclamas de la LXIX Asamblea plenaria ordinaria del Episcopado colombiano, realizada en Bogotá el 7 de julio de 2000 y que transcribo a continuación.

Rechazamos una vez más: La violencia en todas sus formas, el narcotráfico, la corrupción, el tráfico de armas;

Exigimos: El avance en las negociaciones de paz;

Convocamos: A todo el pueblo de Dios, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a unirnos en un frente común por la vida, la justicia y la paz.

Sólo así podremos lograr la vigencia de una verdadera democracia que «asegure la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y les garantice la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica» (Centesimus annus, 46).

Invitamos: A las organizaciones sociales a buscar el establecimiento de reformas a la actual legislación penal, civil, administrativa y sus procedimientos, con el fin de establecer normas efectivas para la descongestión y efectividad judicial, y garantizar en todo caso el derecho a la justicia y las garantías fundamentales de la defensa y el debido proceso de todos los ciudadanos. Comprendemos que el bien del país, el bien común, nos pertenece a todos. Así crearemos una nueva cultura política en la que todos los ciudadanos del nuevo milenio nos comprometamos con la comunidad, con la historia, con los diversos procesos de cambio que necesita el país. El resultado ha de ser una cultura de paz, que no puede confundirse con la sola superación del conflicto armado, sino que llega a manifestarse en un clima de respeto a los derechos de cada uno. Nacerá un ambiente reconciliado y reconciliador para todos. (Apartes LXIX Asamblea plenaria ordinaria del Episcopado colombiano, Bógotá, 7 de julio de 2000)

g) Ser Cristiano y actuar como tal en nuestra realidad conflictiva: Una presencia que necesita redefinirse

El derecho de los cristianos a hacer "una lectura creyente de la realidad.

El arzobispo de Santiago de Chile en agosto de 2004 afirmó:

"Ser testigos del Dios vivo, manteniendo la identidad cristiana en la sociedad que nos toca vivir… Sabemos que la fe no se impone, se propone, pero los cristianos tenemos derecho a que se nos respete cuando hacemos una lectura creyente de nuestra realidad"…Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial... …también en estos momentos el temor a hundirnos en las aguas agitadas de nuestro mundo se supera con una fe intrépida” Monseñor Barrio, En: Véritas, Santiago de Chile, Agosto 2004.

Se impone una presencia y acción significativa frente a la dolorosa situación de conflicto que vive nuestro país. Es necesario aportar y contribuir en lo que esté a nuestro alcance para frenar…




BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA


BIBLIA DE JERUSALÉN. Editorial Descleé De Brouwer, S.A, Bilbao 1999.

BIBLIA DE AMÉRICA, edición popular. Editorial “La Casa de la Biblia”, 5ª ed., 1997.
JUAN PABLO II. Un compromiso siempre actual: Educar a la paz. Jornada Mundial por la Paz 2004

COLMENARES J. SILVIA., “Hacia una sociedad con un nuevo modo de desarrollo: una propuesta para el siglo 21” En: Tendencias 2/1 Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad de Nariño, Junio de 2001, 85 -101.

HINKELAMMERT, FRANZ., “Una Sociedad en la que quepan todos” en revista Pasos 60 (Agosto 1995).

HINKELAMMERT, FRANZ., Cultura de la Esperanza y Sociedad sin exclusión , San José de Costa Rica 1995
LOPEZ TRUJILLO, A. En un continente pobre, bajo el signo de la violencia.
LOWNEY CHRIS, El Liderazgo al estilo de los Jesuitas. Las mejores practicas de una compañía de 450 años que cambió el mundo, Norma, Cali 2005

MARTINI, C.M., Hombres de paz y de reconciliación. Editorial Sal Terrae, Col. Servidores y Testigos 36, Santander 1988.

NAVIA V., Carmiña. Quehaceres teológicos en la Colombia de hoy.

PARRA, ALBERTO., Evangelizar a Colombia desde su nueva realidad, Ediciones San Pablo, Bogotá 1994

PEREIRA S, ANA MERCEDES: Teología de la Liberación y comunidades eclesiales de base en Colombia.

SOBRINO, J., Jesucristo liberador. Editorial Trotta, Madrid 1993.

JUAN PABLO II. Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre. Jornada Mundial de Paz, 1993.
TRIGO, PEDRO., Discernimiento cristiano de las formas ambientales de religión.

TRIGO, Pedro, Practicar el Cristianismo sin sentido de Pertenencia. En: Discernimiento cristiano de las formas ambientales de religión.

TRIGO, Pedro, VIVIR EN ARMONÍA CON LA VIDA En: Discernimiento cristiano de las formas ambientales de religión.

SINODO DEL EPISCOPADO COLOMBIANO. Una mirada a Colombia. Julio de 2000

COMISION PASTORAL DEL EPISCOPADO COLOMBIANO. Vivir la justicia. 1986

SINODO ARQUIDIOCESANO DE BOGOTA. Plan Global de Pastoral, 1999

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