sábado, 28 de agosto de 2021

Encuentros de los Papas con legisladores y juristas católicos

Índice


1. Audiencia a los participantes en el Encuentro de la Red Internacional de Legisladores Católicos, 27 de agosto de 2021

2. Audiencia a los participantes en el Encuentro Interparlamentario preparatorio del COP26, 9 de octubre de 2021

3. A los miembros de la Unión de Juristas Católicos Italianos

4. Udienza ai partecipanti all’Incontro promosso dall’International Catholic Legislators Newwork, 25.08.2022

5. Udienza ai partecipanti al 14° Incontro annuale dell’International Catholic Legislators Network, 26.08.2023

6. Mensaje del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea de las Partes del IDLO (International Development Law Organization: Organización Internacional de Derecho para el Desarrollo) reunida en Roma el 28 de noviembre de 2023



1. Audiencia a los participantes en el Encuentro de la Red Internacional de Legisladores Católicos, 27 de agosto de 2021



Se presentan las dos versiones oficiales del discurso y una en castellano elaborada mediante la corrección del Traductor de Google.

"Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los participantes en el encuentro de la Red Internacional de Legisladores Católicos y les dirigió el discurso que publicamos a continuación:


Discurso del Santo Padre


Me gustaría pedir disculpas por no hablar de pie, pero todavía estoy en el postoperatorio y tengo que hacerlo sentado. Perdóneme.

¡Damas y caballeros!

Me complace reunirme nuevamente con ustedes, parlamentarios de diferentes países, en este momento crítico de la historia: un momento crítico de la historia. Agradezco al cardenal Schönborn y al señor Alting von Geusau sus palabras de saludo y presentación. Y me regocijo en la presencia de Su Santidad Ignatius Aphrem II, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Siria.

Desde los inicios de la Red Internacional de Legisladores Católicos en 2010, ustedes han acompañado, apoyado y promovido el trabajo de la Santa Sede como testigos del Evangelio al servicio de sus países y de la comunidad internacional en su conjunto. Agradezco su amor por la Iglesia y su colaboración con su misión.


Primer encuentro del S. P. Francisco con miembros de la Red en 1918






Segundo encuentro del S. P. Francisco el 27 de agosto de 2021 con miembros de la Red


Nuestro encuentro tiene lugar hoy en un momento muy difícil. La pandemia de Covid-19 está arrasando. Ciertamente hemos logrado un progreso significativo en la creación y distribución de vacunas efectivas, pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer. Ya se han registrado más de doscientos millones de casos confirmados y cuatro millones de muertes por esta terrible plaga, que también ha causado tanta ruina económica y social.

Su papel como parlamentarios es, por tanto, más importante que nunca. Preparados para servir al bien común, ahora están llamados a colaborar, a través de su acción política, en la renovación integral de sus comunidades y de la sociedad en su conjunto. No solo para derrotar al virus, ni para volver al status quo antes de la pandemia, no, sería una derrota, sino para abordar las causas profundas que la crisis ha revelado y amplificado: la pobreza, la desigualdad social, el desempleo generalizado y la carencia. de acceso a la educación. Hermanos y hermanas, una crisis no sale igual: saldremos mejor o peor. No puedes salir de una crisis solo: saldremos juntos o no podremos salir de ella.

En una era de disturbios políticos y polarización, no siempre se tiene en alta estima a los parlamentarios y los políticos en general. Esto no es nuevo para ti. Sin embargo, ¿qué vocación más alta existe que la de servir al bien común y priorizar el bienestar de todos por encima del beneficio personal? Tu objetivo debe ser siempre este, porque la buena política es indispensable para la fraternidad universal y la paz social (cf. Enc. Hermanos Todos, 176).

En nuestra época, en particular, uno de los mayores desafíos en este horizonte es la administración de tecnología para el bien común. Las maravillas de la ciencia y la tecnología modernas han aumentado nuestra calidad de vida. “Es justo alegrarse de estos avances y entusiasmarnos ante las amplias posibilidades que nos abren estas continuas innovaciones, porque la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana que es un don de Dios” (Enc. Laudato si ', 102). Sin embargo, abandonados a sí mismos y solo a las fuerzas del mercado, sin las directrices adecuadas dadas por las asambleas legislativas y otras autoridades públicas guiadas por un sentido de responsabilidad social, estas innovaciones pueden amenazar la dignidad del ser humano.

No se trata de frenar el progreso tecnológico. Sin embargo, las herramientas de la política y la regulación permiten a los parlamentarios proteger la dignidad humana cuando se ve amenazada. Pienso, por ejemplo, en el flagelo de la pornografía infantil, la explotación de datos personales, los ataques a infraestructuras críticas como hospitales, las falsedades difundidas a través de las redes sociales, etc. Una legislación cuidadosa puede y debe guiar la evolución y aplicación de la tecnología para el bien común. Los animo, hermanos y hermanas, por tanto, a asumir con entusiasmo la tarea de una reflexión moral seria y profunda sobre los riesgos y oportunidades inherentes al progreso científico y tecnológico, para que la legislación y los estándares internacionales que los rigen puedan centrarse en promover el desarrollo humano, integral y de paz, más que el progreso como fin en sí mismo.

Los parlamentarios reflejan naturalmente las fortalezas y debilidades de quienes representan, cada uno con la especificidad para ser puesto al servicio del bien de todos. El compromiso de la ciudadanía, en los distintos ámbitos de participación social, civil y política, es fundamental. Todos estamos llamados a promover el espíritu de solidaridad, partiendo de las necesidades de las personas más débiles y desfavorecidas. Sin embargo, para sanar el mundo, severamente probado por la pandemia, y para construir un futuro más inclusivo y sostenible en el que la tecnología atienda las necesidades humanas y no nos aísle los unos de los otros, necesitamos no solo ciudadanos responsables sino también líderes preparados y animados. por el principio del bien común.

Queridos amigos, que el Señor les conceda ser levadura de una regeneración de mente, corazón y espíritu, testigos del amor político por los más vulnerables, para que, sirviéndoles, le sirvan en todo lo que hagan.

Los bendigo, bendigo a sus familias y bendigo su trabajo. Y tú también, te pido por favor, reza por mí. Gracias."


Udienza ai partecipanti all’Incontro dell’International Catholic Legislators Network, 27.08.2021



Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Questa mattina, nel Palazzo Apostolico Vaticano, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza i partecipanti all’Incontro dell’International Catholic Legislators Network e ha loro rivolto il discorso che pubblichiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Vorrei chiedervi scusa di non parlare in piedi, ma ancora sono nel periodo post-operatorio e devo farlo da seduto. Scusatemi.

Onorevoli Signore e Signori!

Sono lieto di incontrarmi nuovamente con voi, parlamentari di diversi Paesi, in questo momento critico della storia: un momento critico della storia. Ringrazio il Cardinale Schönborn e il Signor Alting von Geusau per le loro parole di saluto e di introduzione. E mi rallegro della presenza di Sua Santità Ignatius Aphrem II, Patriarca della Chiesa Siro-ortodossa.

Dagli inizi dell’International Catholic Legislators Network, nel 2010, avete accompagnato, sostenuto e promosso il lavoro della Santa Sede come testimoni del Vangelo nel servizio ai vostri Paesi e alla comunità internazionale nel suo insieme. Sono grato per il vostro amore alla Chiesa e per la collaborazione con la sua missione.

Il nostro incontro avviene oggiin un momento molto difficile. La pandemia da Covid-19 si accanisce. Abbiamo certamente registrato progressi significativi nella creazione e nella distribuzione di vaccini efficaci, però ci rimane ancora molto lavoro da portare a termine. Ci sono stati già più di duecento milioni di casi confermati e quattro milioni di morti per questa piaga terribile, che ha causato anche tanta rovina economica e sociale.

Il vostro ruolo di parlamentari è dunque più che mai importante. Preposti a servire il bene comune, ora siete chiamati a collaborare, attraverso la vostra azione politica, a rinnovare integralmente le vostre comunità e la società intera. Non solo per sconfiggere il virus, e nemmeno per tornare allo status quo antecedente la pandemia, no, sarebbe una sconfitta, ma per affrontare le cause profonde che la crisi ha rivelato e amplificato: la povertà, la disuguaglianza sociale, l’estesa disoccupazione e le mancanze di accesso all’educazione. Fratelli e sorelle, da una crisi non si esce uguali: usciremo migliori o peggiori. Da una crisi non si esce da soli: usciremo insieme o non potremo uscirne.

In un’epoca di perturbazione e polarizzazione politica, i parlamentari e i politici più in generale non sono sempre tenuti in grande stima. Questo non vi è nuovo. Tuttavia, quale chiamata più alta esiste che quella di servire il bene comune e dare priorità al benessere di tutti, prima del tornaconto personale? Il vostro obiettivo dev’essere sempre questo, perché una buona politica è indispensabile per la fraternità universale e la pace sociale (cfr Enc. Fratelli tutti, 176).

Nella nostra epoca, segnatamente, una delle maggiori sfide in questo orizzonte è l’amministrazione della tecnologia per il bene comune. Le meraviglie della scienza e della tecnologia moderna hanno aumentato la nostra qualità di vita. «È giusto rallegrarsi per questi progressi ed entusiasmarsi di fronte alle ampie possibilità che ci aprono queste continue novità, perché la scienza e la tecnologia sono un prodotto meraviglioso della creatività umana che è un dono di Dio» (Enc. Laudato si’, 102). Tuttavia, abbandonate a loro stesse e alle sole forze del mercato, senza gli opportuni orientamenti impressi dalle assemblee legislative e delle altre pubbliche autorità guidate dal senso di responsabilità sociale, queste innovazioni possono minacciare la dignità dell’essere umano.

Non si tratta di frenare il progresso tecnologico. Tuttavia, gli strumenti della politica e della regolazione permettono ai parlamentari di proteggere la dignità umana quando essa viene minacciata. Penso ad esempio alla piaga della pornografia minorile, allo sfruttamento dei dati personali, agli attacchi alle infrastrutture critiche come gli ospedali, alle falsità diffuse tramite i social e così via. Una legislazione attenta può e deve guidare l’evoluzione e l’applicazione della tecnologia per il bene comune. Vi incoraggio, fratelli e sorelle, dunque, calorosamente ad assumere il compito di una seria e approfondita riflessione morale sui rischi e le opportunità insiti nel progresso scientifico e tecnologico, affinché la legislazione e le norme internazionali che li regolano possano concentrarsi sulla promozione dello sviluppo umano integrale e della pace, piuttosto che sul progresso fine a sé stesso.

I parlamentari naturalmente rispecchiano i punti di forza e di debolezza di quanti rappresentano, ciascuno con specificità da mettere a servizio del bene di tutti. L’impegno dei cittadini, nei diversi ambiti di partecipazione sociale, civile e politica, è imprescindibile. Siamo tutti chiamati a promuovere lo spirito di solidarietà, a partire dalle necessità delle persone più deboli e svantaggiate. Tuttavia, per guarire il mondo, duramente provato dalla pandemia, e per costruire un futuro più inclusivo e sostenibile in cui la tecnologia serva i bisogni umani e non ci isoli l’uno dall’altro, c’è bisogno non solo di cittadini responsabili ma anche dileaderspreparati e animati dal principio del bene comune.

Cari amici, il Signore vi conceda di essere fermento di una rigenerazione di mente, cuore e spirito, testimoni di amore politico per i più vulnerabili, affinché, servendo loro, possiate servire Lui in tutto ciò che fate.

Benedico voi, benedico le vostre famiglie e benedico il vostro lavoro. E anche voi, vi chiedo per favore, pregate per me. Grazie.

[01126-IT.02] [Testo originale: Italiano]

Traduzione in lingua inglese

I am sorry for not speaking to you while standing, but I am still in a time of post-operative recovery and need to remain seated. Please excuse me.

Honourable Ladies and Gentlemen,

I am pleased once more to meet with you, lawmakers and political and civic leaders from various nations, at this critical moment in our history – a critical moment. I thank Cardinal Schönborn and Dr Alting von Geusau for their kind words of greeting and introduction. I am also happy that His Holiness Ignatius Aphrem II, Patriarch of the Syro-Orthodox Church, is present with us.

From its founding in 2010, the International Catholic Legislators Network has accompanied, supported and promoted the work of the Holy See, bearing witness to the Gospel in the service of your individual countries and the international community as a whole. I am grateful for your love for the Church and for your readiness to cooperate in her mission.

Our gathering today takes place at a very troubled moment in time. The Covid-19 pandemic continues to rage. Although significant progress has been made through the creation and distribution of effective vaccines, much work remains to be done. There have been more than 200 million confirmed cases and 4 million deaths due to this terrible scourge, which has caused immense economic and social devastation.

As a result, your work as lawmakers and political leaders is more important than ever. Charged with serving the common good, you are now being challenged to direct your efforts to the integral renewal of your communities and of society as a whole. This entails more than simply combatting the virus or seeking to return to the status quo prior to the pandemic; that would be a setback. No, it demands confronting the deeper causes that the crisis has laid bare and aggravated: poverty, social inequality, widespread unemployment, and the lack of access to education. Brothers and sisters, we never emerge from a crisis the same: we will emerge either better or worse. Moreover, we do not emerge from a crisis by ourselves: we must either emerge together or we will not be able to emerge from it at all.

In an age of upheaval and political polarization, legislators and politicians in general are not always held in high esteem. Yet what loftier vocation can there be than that of serving the common good and placing the welfare of the community before our personal advantage? That must always be your goal, for a good politics is indispensable for universal fraternity and social peace (Fratelli Tutti, 176).

In our age particularly, one of the greatest challenges confronting us is is the administration of technology for the common good. The wonders of modern science and technology have increased our quality of life. “It is right to rejoice in these advances and to be excited by the immense possibilities that they continue to open up before us, for science and technology are wonderful products of a God-given human creativity” (Laudato Si’, 102). At the same time, left to themselves and to market forces alone, without suitable guidelines provided by legislative assemblies and public authorities guided by a sense of social responsibility, these innovations can end up becoming a threat to the dignity of the human person.

This has nothing to do with curbing technological advances. By means of policies and regulations, lawmakers can protect human dignity from whatever may threaten it. I think, for example, of the scourge of child pornography, the misuse of personal data, attacks on critical infrastructures such as hospitals, and the spread of false information on social media, among other issues. Prudent legislation can guide the development and application of technology in the service of the common good. Brothers and sisters, I heartily encourage you, therefore, to make every effort to undertake serious and in-depth moral reflection on the risks and possibilities associated with scientific and technological advances, so that the international laws and regulations governing them may concentrate on promoting integral human development and peace, rather than on progress as an end in itself.

Legislators and political leaders naturally reflect the strengths and weaknesses of the people they represent; each has his or her own specific gifts to offer in service to the welfare of all. The involvement of citizens in the various sectors of social, civic and political life remains essential. All of us are called to foster the spirit of solidarity, starting with the needs of our weakest and most disadvantaged brothers and sisters. If we are to heal our world so harshly tried by the pandemic, and build a more inclusive and sustainable future in which technology serves human needs without isolating us from one another, we need not only responsible citizens, but also capable leaders inspired by the principle of the common good.

Dear friends, may the Lord enable you to become a leaven for the renewal of minds, hearts and spirit, witnesses of “political love” (cf. Fratelli Tutti, 180ff.) for the most vulnerable, so that, in serving them, you may serve him in all that you do.

To you, your families and your work, I cordially impart my blessing. And I ask you, please, to pray for me. Thank you.

[01126-EN.02] [Original text: Italian]



2. Audiencia a los participantes en el Encuentro Interparlamentario preparatorio del COP26, 9 de octubre de 2021


Honorables Señoras y Señores:

Os doy mi bienvenida y agradezco a la Señora Casellati y al Señor Fico por sus amables palabras.

Hace pocos días, el 4 de octubre, he tenido el gusto de reunirme con varios líderes religiosos y científicos para firmar un Llamamiento conjunto con vistas a la COP26. Nos ha impulsado a ese encuentro, preparado por meses de intensos diálogos, la "conciencia - cito el Llamamiento - de los desafíos sin precedente que amenazan tanto a nosotros como a la vida en nuestra magnífica casa común, [... y] la necesidad de una siempre más profunda solidaridad ante la pandemia global y a la creciente preocupación" por ella (Faith and Science: Towards COP26 – Appello congiunto, 4 ottobre 2021).

En tal ocasión, animados por un espíritu de fraternidad, hemos podido advertir una fuerte convergencia de todas las voces diversas al expresar dos aspectos. Por una parte, el dolor por los graves daños ocasionados a la familia humana y a su casa común; de otra, la urgente necesidad de emprender un cambio de rumbo capaz de pasar con decisión y convicción de la cultura del descarte, prevaleciente en nuestra sociedad, a una cultura del cuidado.

Se trata de un desafío exigente y complejo, pero la humanidad posee los medios para hacer frente a esta transformación, que requiere una conversión verdadera y propia y la voluntad firme de emprenderla. Lo requiere en particular a cuantos están llamados a encargos de gran responsabilidad en los diversos ámbitos de la sociedad.

En el Llamamiento conjunto que hemos suscrito, y que idealmente os confío entregándolo a los Presidentes de las dos Cámaras del Parlamento Italiano, quedaron consignados numerosos compromisos que pretendemos asumir en el campo de la acción y del ejemplo, así como también en el de la educación. En efecto, estamos ante un importante desafío educativo, porque "todo cambio tiene necesidad de un camino educativo a fin de hacer madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora" (Messaggio per il lancio del Patto Educativo12 settembre 2019). Un desafío en favor de una educación a la ecología integral para la cual nosotros los representantes de las religiones hemos contraido un compromiso fuertemente.

Al mismo tiempo se hace un llamado a los Gobiernos, a fin de que adopten rápidamente un camino que limite el aumento de la temperatura media global y den impulso a acciones valerosas, reforzando también la cooperación internacional. Específicamente se pide que se promuevan transiciones hacia una energía limpia; se adopten prácticas de uso sostenible de la tierra, que preserve los bosques y la biodiversidad; se favorezcan sistemas alimentarios respetuosos del ambiente y de las culturas locales; que lleven adelante la lucha contra el hambre y la malnutrición; y que sostengan estilos de vida, de consumo y de producción sostenibles.

Se trata de la transición hacia un modelo de desarrollo más integral e integrador, fundado en la solidaridad y en la responsabilidad; una transición durante la cual deberán ser considerados con atención también los efectos que ella tendrá sobre el mundo del trabajo.

En este desafío cada uno tiene su propio papel, y ciertamente el de los parlamentarios es particularmente significativo, más aún, diría, decisivo. Un cambio de rumbo tan exigente como el que tenemos delante exige gran sabiduría, amplitud de miras y sentido del bien común, virtudes fundamentales de la buena política. Vosotros, parlamentarios, como actores principales de la actividad legislativa, tenéis la tarea de orientar los comportamientos por medio de los diversos instrumentos que ofrece el Derecho, "que establece las reglas para las conductas consentidas a la luz del bien común" (Lett. enc. Laudato si’, 177) y sobre la base de otros principios cardinales, tales como la dignidad de la persona humana, la solidaridad y la subsidiariedad (cfr Compendio della Dottrina Sociale della Chiesa, 160ss). El cuidado de nuestra casa común naturalmente cae dentro del alcance de estos principios. Obviamente, no se trata sólo de desanimar y de sancionar las malas prácticas, sino sobre todo y principalmente de incentivar y de estimular nuevos recorridos, más consonantes con el el objetivo a alcanzar. Son aspectos esenciales para conseguir las metas previstas por el Acuerdo de París y contribuir al éxito de la COP26.

Anhelo, por tanto, que vuestro trabajo tan exigente, con vistas a la COP26 y también después de esta, sea iluminado por estos dos importantes "faros": el faro de la responsabilidad y el faro de la solidaridad. Lo debemos a los jóvenes, a las generaciones futuras que merecen todo nuestro esfuerzo para poder vivir y esperar. Por eso, se requieren leyes urgentes, sabias y justas, que venzan los muros estrechos de tantos ambientes políticos y puedan alcanzar lo más pronto posible el consenso adecuado y hacer uso de medios confiables y transparentes.

¡De nuevo gracias por vuestra visita! Dios os bendiga, a vuestras familias y a vuestro trabajo.  

 (Traducción del suscrito editor)



https://www.vatican.va/content/dam/francesco/images/discorsi2021/incontro-cop26_9ott2021/1633777869683.jpg/_jcr_content/renditions/cq5dam.web.800.800.jpeg


Texto original italiano

Onorevoli Signore e Signori!

Vi do il mio benvenuto e ringrazio la Signora Casellati e il Signor Fico per le loro cortesi parole.

Pochi giorni fa, il 4 ottobre, ho avuto il piacere di riunirmi con vari leader religiosi e scienziati per firmare un Appello congiunto in vista della COP26. Ci ha spinto a quell’incontro, preparato da mesi di intenso dialogo, la «consapevolezza – cito dall’Appello – delle sfide senza precedenti che minacciano noi e la vita nella nostra magnifica casa comune, [… e] della necessità di una sempre più profonda solidarietà di fronte alla pandemia globale e alla crescente preoccupazione» per essa (Faith and Science: Towards COP26 – Appello congiunto, 4 ottobre 2021).

In tale occasione, animati da spirito di fraternità, abbiamo potuto avvertire una forte convergenza di tutte le diverse voci nell’esprimere due aspetti. Da una parte, il dolore per i gravi danni arrecati alla famiglia umana e alla sua casa comune; dall’altra, l’urgente necessità di avviare un cambiamento di rotta capace di passare con decisione e convinzione dalla cultura dello scarto, prevalente nella nostra società, a una cultura della cura.

È una sfida impegnativa e complessa, ma l’umanità ha i mezzi per affrontare questa trasformazione, che richiede una vera e propria conversione e la ferma volontà di intraprenderla. Lo richiede in particolare a quanti sono chiamati a incarichi di grande responsabilità nei diversi ambiti della società.

Nell’Appello congiunto che abbiamo sottoscritto, e che idealmente vi affido consegnandolo ai Presidenti delle due Camere del Parlamento italiano, compaiono numerosi impegni che intendiamo assumere nel campo dell’azione e dell’esempio, come pure in quello dell’educazione. Siamo di fronte, infatti, a un’importante sfida educativa, perché «ogni cambiamento ha bisogno di un cammino educativo per far maturare una nuova solidarietà universale e una società più accogliente» (Messaggio per il lancio del Patto Educativo12 settembre 2019). Una sfida a favore di un’educazione all’ecologia integrale per la quale noi rappresentanti delle religioni ci siamo impegnati fortemente.

Nello stesso tempo si fa appello ai Governi, affinché adottino rapidamente un percorso che limiti l’aumento della temperatura media globale e diano impulso ad azioni coraggiose, rafforzando anche la cooperazione internazionale. Nello specifico ci si appella affinché promuovano la transizione verso l’energia pulita; adottino pratiche di uso sostenibile della terra preservando le foreste e la biodiversità; favoriscano sistemi alimentari rispettosi dell’ambiente e delle culture locali; portino avanti la lotta contro la fame e la malnutrizione; sostengano stili di vita, di consumo e di produzione sostenibili.

Si tratta della transizione verso un modello di sviluppo più integrale e integrante, fondato sulla solidarietà e sulla responsabilità; una transizione durante la quale andranno considerati attentamente anche gli effetti che essa avrà sul mondo del lavoro.

In questa sfida, ognuno ha il proprio ruolo, e quello dei parlamentari è particolarmente significativo, direi decisivo. Un cambiamento di rotta così impegnativo come quello che abbiamo davanti richiede grande saggezza, lungimiranza e senso del bene comune, virtù fondamentali della buona politica. Voi parlamentari, come principali attori dell’attività legislativa, avete il compito di orientare i comportamenti attraverso i vari strumenti offerti dal diritto, «che stabilisce le regole per le condotte consentite alla luce del bene comune» (Lett. enc. Laudato si’, 177) e sulla base di altri principi-cardine, quali la dignità della persona umana, la solidarietà e la sussidiarietà (cfr Compendio della Dottrina Sociale della Chiesa, 160ss). La cura della nostra casa comune rientra in maniera naturale nell’alveo di questi principi. Ovviamente, non si tratta solo di scoraggiare e sanzionare le cattive pratiche, ma anche e soprattutto di incentivare e stimolare nuovi percorsi più consoni al traguardo da raggiungere. Sono aspetti essenziali per conseguire gli obiettivi previsti dall’Accordo di Parigi e contribuire all’esito positivo della COP26.

Auspico, pertanto, che questo vostro impegnativo lavoro, in vista della COP26, e anche dopo di essa, venga illuminato da due importanti “fari”: il faro della responsabilità e il faro della solidarietà. Lo dobbiamo ai giovani, alle generazioni future che meritano tutto il nostro impegno per poter vivere e sperare. Per questo, occorrono leggi urgenti, sagge e giuste, che vincano gli stretti steccati di tanti ambienti politici e possano raggiungere al più presto un consenso adeguato e valersi di mezzi affidabili e trasparenti.

Grazie ancora per la vostra visita! Dio benedica voi, le vostre famiglie e il vostro lavoro.



3. A los miembros de la Unión de Juristas Católicos Italianos

Discurso del Santo Padre Francisco a los Miembros de la Unión de Juristas Católicos Italianos.

Aula de la Bendición, viernes, 10 de diciembre de 2021.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

 

Os acojo con ocasión de vuestro LXX Congreso Nacional de Estudio, que tiene en su centro un tema que tengo muy en mi corazón: “Los últimos. La tutela jurídica de los sujetos débiles”. Agradezco al Presidente de la Unión de Juristas Católicos Italianos sus palabras de saludo.

Todavía tengo ante los ojos y en el corazón las experiencias vividas en mi reciente Viaje apostólico (Viaggio Apostolico a Cipro e in Grecia). El domingo anterior, al visitar a los refugiados en el Campo de Mitilene, en la isla de Lesbo (visitando i rifugiati nel Campo di Mytilene, sull’isola di Lesbo), he recordado entre otras cosas que “el respeto de las personas y de los derechos humanos, especialmente en el continente que no deja de promoverlos en el mundo, debería ser siempre salvaguardado, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo” (Discorso a Mytilene, 5 dicembre 2021). ¡Y, sin embargo, cuán distantes estamos de este respeto! Abusos, violencias, negligencias, omisiones no hacen otra cosa sino aumentar la cultura del descarte. Y quien no es tutelado siempre será puesto en las márgenes. A vosotros, como juristas católicos, se os pide contribuir a “devolver la rueda”, favoreciendo, de acuerdo con vuestras competencias, la toma de conciencia y el sentido de responsabilidad. Porque también los últimos, los indefensos, los sujetos débiles tienen derechos que deben ser respetados y no violentados. Y esto es una exigencia intrínseca de nuestra fe. No es un moralismo pasajero, sino un requerimiento intrínseco de nuestra fe.

Recordamos – especialmente en este tiempo del Adviento – las palabras del profeta Isaías, referidas al Siervo del Señor: “No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley” (42,3-4). El Mesías anunciado por los profetas tiene el derecho y la justicia en lo más profundo de sí. Y Jesucristo, en su misión terrena, se ha dirigido con todo su ser a los últimos, para sanarlos y anunciarles la buena noticia del Reino de Dios.

Nunca como en estos días, como en estos momentos, los juristas católicos están llamados a afirmar y a tutelar los derechos de los más débiles, al interior de un sistema económico y social que finge incluir la diversidad pero que, de hecho, excluye sistemáticamente a quien no tiene voz. Los derechos de los trabajadores, de los migrantes, de los enfermos, de los niños aún no nacidos, de las personas que se encuentran al final de su vida y de los más pobres siempre son más frecuentemente descuidados y negados en esta cultura del “úselo y tírelo”, del descarte. Quien no tiene capacidad para gastar y consumir parece no tener valor. Pero, negar los derechos fundamentales, negar el derecho a una vida digna, a tratamientos físicos, psicológicos y espirituales, a un salario justo, significa negar la dignidad humana. Lo estamos viendo: cuántos braceros son – excúsenme la palabra – “usados” para la recolección de frutos o de las verduras, y luego pagados miserablemente y despedidos, sin protección social alguna.

Reconocer en principio y garantizar en concreto los derechos, tutelando a los más débiles, es lo que nos hace seres humanos. De otra manera, nos dejamos dominar por la ley del más fuerte y damos campo libre a la opresión.

Por este motivo, el reconocimiento de los derechos de las personas más débiles no proviene de una concesión gubernamental. No. Y los juristas católicos no piden favores en nombre de los pobres, sino que proclaman con firmeza aquellos derechos que derivan del reconocimiento de la dignidad humana.

El papel del jurista católico, en cualquiera de los roles que desempeñe, sea como consultor, abogado o juez, consiste entonces en contribuir a la protección de la dignidad humana de los débiles, afirmando sus derechos. De esta manera, ella o él contribuyen a la afirmación de la fraternidad humana y a que no se desfigure la imagen de Dios impresa en toda persona.

Al Cardenal Dionigi Tettamanzi le gustaba repetir que “los derechos de los débiles no son derechos débiles”. A vosotros corresponde, de manera particular, la tarea de afirmarlos con firmeza y de cuidarlos con sabiduría, cooperando en la construcción de una sociedad más humana y más justa.

Nuestra Señora, a quien veneramos como la Virgen del silencio y de la escucha en la Casa de Loreto, y san José, el hombre justo, os sostengan en este propósito vuestro. Como también sea inspiración para vosotros el testimonio del Beato Rosario Livatino. También yo os acompaño con mi oración y mi bendición. Y, por favor, os ruego orar por mí. Gracias.”

Traducción no oficial hecha por el suscrito. Texto original tomado de: https://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2021/december/documents/20211210-giuristi-cattolici.html




4. Udienza ai partecipanti all’Incontro promosso dall’International Catholic Legislators Newwork, 25.08.2022




Discorso del Santo Padre


Oggi, nel Palazzo Apostolico Vaticano, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza i partecipanti all’Incontro promosso dall’International Catholic Legislators Newwork e ha rivolto loro il discorso che pubblichiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Beatitudine,
Eminenze, Eccellenze,
Illustri Signore e Signori,

Sono lieto di porgere il mio benvenuto a tutti voi partecipanti all’incontro dell’International Catholic Legislators Network. Ringrazio il Cardinale Schönborn e il dottor Alting von Geusau per le loro parole di saluto, e sono grato anche a tutti coloro che hanno organizzato questo incontro. Porgo anche un saluto a Sua Santità Ignatius Aphrem II, Patriarca della Chiesa Siro-ortodossa, e sono felice che sia presente con noi.

Vi siete riuniti per riflettere sull’importante tema della promozione della giustizia e della pace nell’attuale situazione geopolitica, segnata dai conflitti e dalle divisioni che colpiscono molte aree del mondo. A questo proposito, vorrei offrire alcune brevi riflessioni su tre parole chiave che possono aiutare a guidare le vostre discussioni in questi giorni: giustizia, fraternità e pace.

La prima parola, giustizia, classicamente definita come la volontà di dare a ciascuno ciò che gli spetta, implica, secondo la tradizione biblica, azioni concrete volte a promuovere relazioni giuste con Dio e con gli altri, in modo che il bene degli individui e della comunità possa fiorire. Nel mondo di oggi, molte persone chiedono giustizia, in particolare i più vulnerabili che spesso non hanno voce e che si aspettano che i leader civili e politici proteggano, attraverso politiche e leggi pubbliche efficaci, la loro dignità di figli di Dio e l’inviolabilità dei loro diritti umani fondamentali. Penso, ad esempio, ai poveri, ai migranti, ai rifugiati, alle vittime del traffico di esseri umani, ai malati, e agli anziani e a tanti altri individui che rischiano di essere sfruttati o scartati dall’odierna cultura dell’“usa e getta”, la cultura dello scarto. La vostra sfida è quella di operare per salvaguardare e valorizzare nella sfera pubblica quelle giuste relazioni che permettono a ogni persona di essere trattata con il rispetto e l’amore che le sono dovuti. Come ci ricorda il Signore: “Fate anche agli altri tutto quel che volete che essi facciano a voi” (Mt 7,12; cfr. Lc 6,31).

Questo ci porta alla seconda parola chiave: fraternità. Infatti, una società giusta non può esistere senza il vincolo della fraternità, cioè senza un senso di responsabilità condivisa e di preoccupazione per lo sviluppo e il benessere integrale di ogni membro della nostra famiglia umana. Per questo motivo, “per rendere possibile lo sviluppo di una comunità mondiale, capace di realizzare la fraternità a partire da popoli e nazioni che vivano l’amicizia sociale, è necessaria la migliore politica, posta al servizio del vero bene comune” (Enc. Fratelli tutti, 154). Se vogliamo guarire il nostro mondo, così duramente provato da rivalità e forme di violenza che nascono dal desiderio di dominare piuttosto che di servire, abbiamo bisogno non solo di cittadini responsabili, ma anche di leader capaci, ispirati da un amore fraterno rivolto soprattutto a coloro che si trovano nelle condizioni di vita più precarie. In quest’ottica, incoraggio i vostri continui sforzi, a livello nazionale e internazionale, per l’adozione di politiche e leggi che cerchino di affrontare, in uno spirito di solidarietà, le numerose situazioni di disuguaglianza e ingiustizia che minacciano il tessuto sociale e la dignità intrinseca di tutte le persone.

Infine, lo sforzo per costruire il nostro futuro comune richiede la costante ricerca della pace. La pace non è semplicemente assenza della guerra. Il cammino verso una pace duratura richiede invece la cooperazione, soprattutto da parte di coloro che hanno maggiori responsabilità, nel perseguire obiettivi che vadano a beneficio di tutti. La pace deriva da un impegno duraturo per il dialogo reciproco, da una paziente ricerca della verità e dalla volontà di anteporre il bene autentico della comunità al vantaggio personale. In questa prospettiva, il vostro lavoro di legislatori e leader politici è più importante che mai. Perché la vera pace può essere raggiunta solo quando ci sforziamo, attraverso processi politici e legislativi lungimiranti, di costruire un ordine sociale fondato sulla fraternità universale e sulla giustizia per tutti.

Cari amici, il Signore vi aiuti a diventare lievito per il rinnovamento della vita civile e politica, testimoni di “amore politico” (cfr ibid., 180ss.) per i più bisognosi. Auspico che il vostro impegno per la giustizia e la pace, alimentato da uno spirito di solidarietà fraterna, continui a guidarvi nella nobile opera di contribuire all’avvento del Regno di Dio nel mondo.

Benedico voi, le vostre famiglie e il vostro lavoro. E vi chiedo, per favore, di pregare per me. Grazie.

[01240-IT.02] [Testo originale: Italiano]

https://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2022/august/documents/20220825-cath-legislators-network.html



Traduzione in lingua inglese

Your Beatitude,
Your Eminences, Your Excellencies,
Distinguished Ladies and Gentlemen,

I am pleased to offer a warm welcome to all of you who are present for this meeting of the International Catholic Legislators Network. I thank Cardinal Schonborn and Dr Alting von Geusau for their words of greeting, and I am grateful as well to all who have organized this gathering. I also greet His Holiness Ignatius Aphrem II, Patriarch of the Syriac Orthodox Church, and I am happy he is present with us.

You have come together to consider the important theme of advancing justice and peace in the current geopolitical situation, marked as it is by the conflicts and division affecting many areas of the world. In this regard, I want to offer a few brief reflections on three key words that can help guide your discussions during these days: justice, fraternity and peace.

The first word, justice, classically defined as the will to give to each person what is his or her due, involves, according to the Biblical tradition, concrete actions aimed at fostering right relationships with God and with others, so that the good of individuals as well as the community can flourish. In our world today, many people cry out for justice, particularly the most vulnerable who often have no voice and who look to civic and political leaders to protect, through effective public policy and legislation, their dignity as children of God and the inviolability of their fundamental human rights. Here I am thinking, for example, of the poor, of migrants and refugees, of victims of human trafficking, of the sick and elderly and of so many other individuals who risk being exploited or discarded by today’s culture that “uses and throws out”, the “throw-away” culture. Yours is the challenge of working to safeguard and enhance within the public sphere those right relationships that allow each person to be treated with the respect, and indeed the love, that is due to him or her. As the Lord reminds us: “Do to others as you would have them do to you” (Mt 7:12; cf. Lk 6:31).

This brings us to the second key word: fraternity. In fact, a just society cannot exist without the bond of fraternity, that is, without a sense of shared responsibility and concern for the integral development and well-being of each member of our human family. For this reason, “A global community of fraternity based on the practice of social friendship on the part of peoples and nations calls for a better kind of politics, one truly at the service of the common good” (Encyclical Letter Fratelli Tutti, 154). If we are to heal our world, so sorely tried by rivalries and forms of violence that result from a desire to dominate rather than to serve, we need not only responsible citizens but also capable leaders inspired by a fraternal love directed especially towards those in the most precarious conditions of life. With this in mind, I encourage your ongoing efforts, on the national and international levels, to work for the adoption of policies and laws that seek to address, in a spirit of solidarity, the many situations of inequality and injustice threatening the social fabric and the inherent dignity of all people.

Finally, the effort to build our common future demands the constant search for peace. Peace is not merely the absence of war. Instead, the path to lasting peace calls for cooperation, especially on the part of those charged with greater responsibility, in pursuing goals that benefit everyone. Peace results from an enduring commitment to mutual dialogue, a patient search for the truth and the willingness to place the authentic good of the community before personal advantage. In such an effort, your work as lawmakers and political leaders is more important than ever. For true peace can be achieved only when we strive, through far-sighted political processes and legislation, to build a social order founded upon universal fraternity and justice for all.

Dear friends, may the Lord enable you to become a leaven for the renewal of civil and political life, witnesses of “political love” (cf. ibid., 180ff.) for those most in need. May your zeal for justice and peace, nourished by a spirit of fraternal solidarity, continue to guide you in the noble pursuit of contributing to the advancement of God’s kingdom in our world.

To you, your families and your work, I impart my blessing. And I ask you, please, to pray for me. Thank you.


5. Udienza ai partecipanti al 14° incontro annuale dell’International Catholic Legislators Network, 26.08.2023

Questa mattina, nel Palazzo Apostolico Vaticano, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza i partecipanti al 14° incontro annuale dell’International Catholic Legislators Network, dal tema “Great Power Struggle, Corporate Capture e tecnocrazia: una risposta cristiana a tendenze disumanizzanti”.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Papa ha rivolto ai partecipanti nel corso dell’incontro:


Discorso del Santo Padre

Eminenze,

Eccellenze,

illustri Signore e Signori,

cari sorelle e fratelli in Cristo, benvenuti!

Sono lieto di porgervi il mio saluto in occasione del vostro quattordicesimo incontro annuale, a Frascati. Vi ringrazio per la vostra visita.

Il tema che avete scelto per l’incontro quest’anno, Great Power StruggleCorporate Capture e tecnocrazia: una risposta cristiana a tendenze disumanizzanti, tocca aspetti vitali della nostra esistenza. In effetti oggi il «paradigma tecnocratico dominante» suscita profondi interrogativi «sul posto che vi occupano l’essere umano e la sua azione nel mondo» (Enc. Laudato si’, 101).

Certamente uno degli aspetti più preoccupanti di questo paradigma, per i suoi impatti negativi sia in ambito di ecologia umana che della natura, è la tentazione subdola dello spirito umano che induce le persone – e specialmente i giovani – a un uso distorto della propria libertà. Lo vediamo quando uomini e donne sono incoraggiati più ad esercitare un controllo che non una responsabile custodia nei confronti di “oggetti” materiali o economici, di risorse naturali della nostra casa comune o addirittura gli uni degli altri. Questa “cosificazione”, che in ultima analisi si ripercuote negativamente sui soggetti più poveri e fragili della società, può avvenire in modo diretto o indiretto, attraverso scelte quotidiane che possono apparire neutrali, ma che in realtà sono «attinenti al tipo di vita sociale che si intende sviluppare» (ibid., 107).

Mentre cercate di rispondere a questa domanda e alle molte sfide ad essa connesse, promuovendo una dottrina sociale cattolica – in particolare circa la centralità del valore e della dignità data da Dio stesso ad ogni persona umana –, vorrei farvi notare che la struttura stessa della vostra organizzazione può offrirvi una cornice di riferimento. Voi siete infatti una rete internazionale, e descrivete la vostra finalità come quella di “unire in comunità una nuova generazione di coraggiosi leader cristiani”.

Fine di ogni rete è mettere in connessione le persone, rendendole consapevoli di appartenere a qualcosa di più grande di loro. È questo di fatto lo scopo dichiarato di molte piattaforme mediatiche, ed è certamente molto il bene prodotto attraverso questi mezzi di comunicazione. Al tempo stesso, però, è necessario essere vigilanti, perché purtroppo, in questi canali comunicativi, si possono pure incontrare pratiche disumanizzanti di matrice tecnocratica, come la diffusione deliberata di notizie false, le fake news, il fomentare atteggiamenti di odio e divisione – la propaganda “partitistica” –, la riduzione delle relazioni umane ad algoritmi, per non parlare del favorire falsi sensi di appartenenza, specie tra i giovani, che possono portare all’isolamento e alla solitudine. Questo uso distorto dell’incontro virtuale può essere superato solo da una cultura dell’incontro autentico, che implica un appello radicale al rispetto e all’ascolto reciproco, pure nei confronti di chi ha opinioni fortemente divergenti dalle proprie. Anche qui la vostra rete può offrire un esempio, perché voi cercate di portare persone di tutto il mondo a incontrarsi in modo sincero, con genuinità.

Fare rete, però, non vuol dire solo mettere assieme delle persone; vuol dire anche abilitarle a cooperare al raggiungimento di un obiettivo comune. Possiamo pensare ai primi discepoli, chiamati da Gesù a lavorare assieme gettando le reti per una pesca abbondante (cfr Lc 5,1-11); e potremmo definire le reti come strumenti da usare in modo condiviso per la realizzazione di un fine comune.

Questi due aspetti – il mettere in connessione e il fine comune – caratterizzano il vostro lavoro e al contempo rispecchiano la vita stessa della Chiesa, popolo di Dio chiamato a vivere in comunione e in missione. Sono queste due forze, l’una “centripeta” e l’altra “centrifuga” che, sostenute dalla potenza dello Spirito Santo, uniscono le persone in comunione fraterna all’interno e, al tempo stesso, le spingono verso l’esterno, nella missione comune di proclamare gioiosamente il Vangelo. Una rete veramente cristiana, allora, è già di per sé una risposta alle “tendenze disumanizzanti”, perché non solo tende alle verità che liberano l’esistenza dell’uomo, ma cerca anche di farne modelli nell’ambito delle sue attività. Per questo motivo, mantenendovi una rete internazionale genuinamente cattolica, voi indicherete in modo credibile un’alternativa a quella tirannia tecnocratica che induce i nostri fratelli e sorelle ad appropriarsi semplicemente di risorse sia della natura che dell’esistenza umana, diminuendone però la capacità di prendere decisioni e di vivere vite autenticamente libere (cfr Enc. Laudato si’, 108).

Prego lo Spirito Santo che ispiri e guidi i vostri sforzi volti a formare una nuova generazione di leaderleader cattolici ben preparati e fedeli, dediti a promuovere la dottrina sociale e l’etica della Chiesa nella sfera pubblica. In questo modo, darete certamente il vostro contributo alla crescita del Regno di Dio.

Vi custodisca la Beata Vergine Maria, e Dio Onnipotente benedica i vostri sforzi e li porti a buon frutto. Vi raccomando, non dimenticatevi di pregare per me. Grazie.

[01273-IT.02] [Testo originale: Italiano]

Traduzione in lingua inglese

Your Eminence,

Distinguished Ladies and Gentlemen,

Dear Brothers and Sisters in Christ, welcome!

I am pleased to greet you as you gather for your fourteenth annual meeting in Frascati. I thank you for your visit, and express my gratitude to the President for his thoughtful words.

The theme you have chosen for your meeting this year, Great Power Struggle, Corporate Capture and Technocracy: A Christian Answer to Dehumanizing Trends, touches upon vital aspects of our lives. Indeed, today’s “dominant technocratic paradigm” raises profound questions about “the place of human beings and of human action in the world” (Laudato Si’, 101).

Surely one of the most concerning aspects of this paradigm, with its negative impact upon both human and natural ecology alike, is its subtle seduction of the human spirit, lulling people – and especially the young – into misusing their freedom. We see this when men and women are encouraged to exercise control over, instead of responsible custodianship of material or economic “objects”, the natural resources of our common home, or even one another. Such objectification, which ultimately impacts most negatively on the poorest and most vulnerable in society, can take place directly or indirectly, through daily choices that may seem neutral but “are in reality decisions about the kind of society we want to build” (Laudato Si’, 107).

As you seek to respond to this question, and its many associated challenges, by promoting Catholic social teaching – especially the centrality of the God-given value and dignity of every human person – I would like to suggest that the very structure of your organization can offer a helpful frame of reference, for you are an international network, and you describe your aim as seeking to “connect in fellowship a new generation of courageous Christian leaders”.

The goal of any network is to “connect” people, to help them realize that they are part of something larger than themselves. Indeed, that is the stated aim of many social media platforms, and certainly much good takes place through these means of communication. Yet, we also need to be vigilant, for sadly many “dehumanizing” trends resulting from technocracy are found on these media, such as the deliberate spread of false information about people – fake news, the promotion of hatred and division – “partisan” propaganda, and the reduction of human relationships to mere algorithms, not to mention a false sense of belonging, especially among young people, that can lead to isolation and loneliness. This misuse of virtual encounter can only be overcome by the culture of authentic encounter, which involves a radical call to respect and to listen to one another, including those with whom we may strongly disagree. Here too your network can offer an example, for you seek to draw people from across the globe to encounter one another in this genuine way.

Yet networking is not only about gathering people together; it is also for enabling them to cooperate in reaching a common objective. We can think of the first disciples, called by Jesus to work together in casting their nets for a huge catch (cf. Lk 5:1-11); nets which we could describe as tools to be used in a shared way for a common end.

These two essential aspects – connecting people and a common end – characterize your work and rightly mirror the nature of the Church herself, the People of God called to live in both communion and mission. Those “centripetal” and “centrifugal” forces of the Christian life, sustained by the power of the Holy Spirit, inwardly bind people together in fraternal unity and direct them outwards on the shared mission of joyfully proclaiming the Gospel. An authentic Christian network, then, is already an answer to “dehumanizing trends”, for it not only points to the liberating truths about human existence, but seeks to model them in the exercise of its own activity. Thus, by remaining a genuinely international Catholic network, you will credibly demonstrate an alternative to that technocratic tyranny which lures our brothers and sisters into seizing the raw elements of both nature and human nature, and diminishes their capacity for making decisions or living genuinely free lives (cf. Laudato Si’, 108).

I pray that the Holy Spirit will inspire and guide your efforts to form a new generation of well educated and faithful Catholics leaders committed to promoting the Church’s social and ethical teachings in the public sphere. In this way, you will surely contribute to the building up of God’s kingdom.

May the Blessed Virgin Mary watch over you, and may Almighty God bless your efforts and bring them to fruition. Please, do not forget to pray for me. Thank you!

[01273-EN.02] [Original text: Italian]


6. Mensaje del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea de las Partes del IDLO (International Development Law Organization: Organización Internacional de Derecho para el Desarrollo) reunida en Roma el 28 de noviembre de 2023

Messaggio del Santo Padre ai partecipanti all'Assembly of parties dell’ IDLO (International Development Law Organization), 28.11.2023

Pubblichiamo di seguito il Messaggio che il Santo Padre Francesco ha inviato ai partecipanti all'Assembly of parties dell’IDLO (International Development Law Organization) che ha luogo oggi a Roma presso il Ministero degli Affari Esteri:

Messaggio del Santo Padre

Señora Directora General,

Señor Presidente,

Excelencias,

distinguidos Delegados,

señoras y señores:

He aceptado con mucho gusto la invitación que me ha dirigido la Señora Directora General, en nombre de la Organización Internacional de Derecho para el Desarrollo (IDLO), para dirigirme a la Asamblea de las Partes con motivo del cuadragésimo aniversario de su fundación. Deseo saludar cordialmente a todos los participantes en esta significativa reunión, rezando para que sus deliberaciones germinen en frutos que estrechen los lazos entre los pueblos, custodien nuestra casa común y tutelen los derechos de cuantos ven lacerada su dignidad.

Durante cuatro décadas esta Institución Intergubernamental se ha dedicado a la promoción del estado de derecho con el fin de avanzar hacia la paz y el desarrollo sostenible, alentando iniciativas variadas para hacer que la justicia sea accesible para todos, en particular para las personas más postergadas en la sociedad. La adhesión al principio de igualdad ante la ley, la prevención de la arbitrariedad, el avance de la accountability y la garantía de transparencia, la promoción de una participación justa en el proceso de toma de decisiones, la salvaguarda del principio de seguridad jurídica y el respeto al debido proceso, ambos desde un punto de vista sustantivo y procesal, son todos valores y criterios indispensables que se derivan del concepto general de estado de derecho y que, si se implementan, tienen el poder de conducir a la realización de la justicia. Y, conviene recordarlo, la justicia es la conditio sine qua non para alcanzar la armonía social y la fraternidad universal que tanto necesitamos hoy. Es también la virtud necesaria para la construcción de un mundo en el que los conflictos se resuelvan solamente de forma pacífica, sin que prevalezca el derecho del más fuerte, sino la fuerza del derecho.

Por desgracia, estamos lejos de alcanzar este objetivo. En la compleja y ardua coyuntura que vivimos, marcada por graves crisis interconectadas, se percibe dolorosamente el aumento de los enfrentamientos violentos, de los efectos cada vez más nocivos del cambio climático, de la corrupción y de las desigualdades. Por ello es más acuciante que nunca abogar por una justicia centrada en las personas con vistas a fortalecer sociedades pacíficas, justas e inclusivas.

El estado de derecho nunca está sujeto a la más mínima excepción, ni siquiera en tiempos de crisis. La razón es que el estado de derecho está al servicio de la persona humana y pretende proteger su dignidad, y esto no admite excepciones. Es un principio. Sin embargo, no son sólo las crisis las que suscitan amenazas contra las libertades y el estado de derecho en el seno de las democracias. De hecho, se extiende cada vez más una concepción errónea de la persona humana, concepción que debilita su misma protección y abre progresivamente la puerta a graves abusos bajo la apariencia del bien.

En efecto, sólo la ley puede constituir el requisito previo indispensable para el ejercicio de cualquier poder y esto significa que los órganos gubernamentales responsables deben garantizar el respeto del estado de derecho, independientemente de los intereses políticos dominantes. Cuando la ley se fundamenta en valores universales, como el respeto a la persona humana y la protección del bien común, el estado de derecho es fuerte, las personas tienen acceso a la justicia y las sociedades son más estables y prósperas. Por el contrario, sin paz ni justicia, ninguno de los desafíos mencionados anteriormente puede ser resuelto. No olvidemos que «todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad» (Carta enc. Laudato si’, n. 91).

El estado de derecho puede desempeñar un papel esencial en la solución de las crisis globales al renovar la confianza y la legitimidad de la gobernanza pública, combatir las desigualdades, promover el bienestar de las personas, favorecer la salvaguarda de sus derechos básicos, fomentar su adecuada participación en la toma de decisiones y facilitar el desarrollo de leyes y políticas que satisfagan sus necesidades reales, contribuyendo así a crear un mundo donde todos los seres humanos sean tratados con dignidad y respeto.

Agradezco el compromiso de la IDLO para avanzar en la justicia climática y mejorar la gobernanza de la tierra y el uso sostenible de los recursos naturales. Eso también es camino hacia un mundo más justo y pacífico.

El cambio climático es una cuestión de justicia intergeneracional. La degradación del planeta no solamente impide una convivencia serena y armónica en el presente, sino que merma en gran medida el progreso integral de las futuras generaciones. «Es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas. Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.» (Exhort. ap. Laudate Deum, n. 2). La justicia, los derechos humanos, la equidad y la igualdad están fundamentalmente entrelazados con las causas y efectos del cambio climático. Al aplicar un enfoque de justicia a la acción climática, podemos proporcionar respuestas holísticas, inclusivas y equitativas.

La corrupción erosiona los mismos cimientos de la sociedad. Al desviar recursos y oportunidades de quienes más los necesitan, la corrupción exacerba las desigualdades existentes. Por este motivo es preciso impulsar campañas de sensibilización que alienten por doquier una mayor transparencia, responsabilidad e integridad, y de este modo se pongan sólidos cimientos en la construcción de una sociedad justa y virtuosa. Es en la primera infancia donde se siembran las semillas de la integridad, la honestidad y la conciencia moral, fomentando una sociedad donde la corrupción no encuentra terreno fértil para arraigar.

Finalmente, es esencial seguir dando pasos para salir al encuentro de los más pobres, marginados y vulnerables, que a menudo no tienen a nadie que hable en su nombre y se ven descartados y excluidos. Debemos asegurarnos de que nadie quede atrás, especialmente las mujeres, los pueblos indígenas y los jóvenes, que se afanan para que sus propuestas tengan espacio y voz en el presente y así poder mirar al porvenir con confianza.

Excelencias, estoy seguro de que encuentros como éste sirven para que en nuestros días no dejen de afianzarse sistemas judiciales que preserven la primacía de la dignidad de la persona humana sobre cualquier otro tipo de interés o justificación. En esta noble causa la Santa Sede, fiel a la palabra de Cristo que dijo: «Felices los que tienen hambre y sed de justicia; felices los que trabajan por la paz» (Mt 5,6.9), está al lado de cuantos luchan por robustecer el estado de derecho, los derechos humanos y la justicia social, de modo que sus esfuerzos descubran nuevas sendas de esperanza hacia un futuro más solidario, justo y sereno para todas las naciones de la tierra.

Vaticano, 28 de noviembre de 2023

FRANCISCO

https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2023/11/28/0834/01807.html


sábado, 22 de mayo de 2021

Reflexiones sobre la pobreza y sobre la opción preferencial (del cristianismo) por los pobres

 

Reflexiones sobre la pobreza y sobre la opción preferencial (del cristianismo) por los pobres[1]

 

Iván Federico Mejía Álvarez

 

 

Tabla de contenido

1.       El pobre en el Antiguo Testamento

2.       El pobre en el Nuevo Testamento

3.       La comunicación de bienes y la dignidad eminente del pobre, una relación que se estrecha y perfecciona en la tradición viva

3.1.      Durante el período apostólico

3.2.      El período subapostólico y patrístico

3.2.1.       La comunión de bienes en la Didaké

3.2.2.       El derecho de propiedad en las legislaciones de Israel y de otros pueblos

3.2.3.       Comunicación de bienes y dignidad eminente del pobre en el resto de la época patrística

3.3.      Los pobres, la pobreza y la comunicación de bienes en el resto del período

3.4.      Derecho de propiedad y comunión de bienes en el canonista Graciano y en el teólogo Santo Tomás de Aquino

4.       La dignidad eminente del pobre, cuestión de antropología y de moral teológica en interdisciplinariedad con las ciencias sociales. La actuación de teólogos y del Magisterio

5.       Breve síntesis del Magisterio actual en relación con los pobres, con su dignidad eminente y con su opción preferencial

Bibliografía

 

 

 

 

 

 

Las “definiciones” que propone el Diccionario de la lengua española[2] en relación con la pobreza constatan cinco hechos diferentes: la cualidad de la persona que es “pobre”; la situación misma de “falta, escasez” de algo o de todo por la que puede pasar una persona; la condición que asume la persona que, mediante un voto religioso, “deja voluntariamente todo lo que posee”; puede designar también los “escasos haberes de la gente pobre”; y, en sentido más amplio y moral, la cualidad negativa que describe a una persona a quien “falta magnanimidad, gallardía, nobleza de ánimo”. Así, pues, de una apreciación descriptiva de la pobreza, se llega a una calificación más cultural de esta.

En la literatura se han hecho muchos ensayos tanto para describir las situaciones de pobreza como para acercarse a su análisis y a su comprensión: la de quienes viven en el campo o en la ciudad, la de quienes vivieron en una época de la historia o en otra, en una cultura o en otra, e, inclusive, la de quienes, ellos mismos, la experimentaban. Para sólo mencionar ejemplos de la literatura en lengua española, de donde se toman las mencionadas “definiciones” del Diccionario, debemos remitirnos ya a una obra del siglo XVI: en esta, de manera original aunque pesimista, se plasman en el Lazarillo de Tormes diversas experiencias de pobreza y vilipendio que le han sido infligidas, se las critica y se las denuncia, sólo que, con semejante relato, su anónimo autor, al tiempo que niega de forma absoluta la vivencia de principios religiosos, políticos y sociales, afirma la falsedad e hipocresía de una autoproclamada dignidad humana. En el siglo XX también son de destacar por realistas e, incluso, por objetivas y/o científicas, obras como las del español Miguel Delibes Setién, del uruguayo, censurado en su momento, Eduardo Germán Hughes Galeano (en literatura, Eduardo Galeano), y, más cercano a nosotros, del colombiano Gabriel García Márquez, el cual, en Cien años de soledad, descubre y recrimina la miseria de Macondo, compuesta de guerras, inclemencias del clima, desigualdad social y ciertas formas de “progreso” poco discernidas que terminan afectando en sus mismas raíces la cultura y las expresiones sociales más nobles de un pueblo.

Pero, sobre el sujeto, es decir, sobre el pobre mismo, son pocas, en realidad, las obras clásicas que lo destaquen, incluso, que lo enaltezcan. Quizás por esas mismas razones que consideran la pobreza como algo de lo que no se debería hablar sino ocultar, realidades que no deberían existir.

Muy por el contrario, la Biblia no opera así[3].

 



1.    El pobre en el Antiguo Testamento


Como sabemos, las primeras capas literarias escritas de la Biblia en hebreo expresan la cultura de la Edad del Bronce en los territorios cananeos y fenicios que ocupan actualmente Israel, Líbano, Jordania y Palestina, es decir, tienen mínimo tres mil trecientos años de antigüedad. Caracteriza dicha cultura el empleo de un vocabulario muy concreto, lo cual ya nos señala que no existía propiamente para ellos una “pobreza” en abstracto, sino “pobres”, y estos, de manera muy precisa, pueden ser el “indigente” (ras = sr), el “flaco” o “raquítico” (dal = ld)), el “mendigo” que no ha sido saciado (ebyon =  nyb), el que “ha sido abajado, humillado, afligido” (ani, anaw y anawim = wna y mwna). Llama la atención, sin embargo, que estos “pobres” no son sólo carentes de bienes materiales, es decir, resultado de factores sociales y económicos, sino también pueden ser tales por una actitud y por una decisión personal e interior. En este último sentido, estas personas, muy concretas, aunque aparecieran a los ojos de muchos “pobres”, son, en realidad, poseedoras de una “riqueza” de otra índole.

En efecto, la idea generatriz del pueblo hebreo durante el período que señalamos era la denominada, aunque todavía imperfecta, “retribución” divina: Dios recompensaba con bienes materiales a quien le era fiel y cumplidor de sus mandatos. Por lo tanto, los bienes materiales no eran considerados malos en sí mismos, ni, espontáneamente, la pobreza de ellos era un ideal deseable: a lo sumo, era una situación soportable. Una idea de desprecio de los bienes materiales era para ellos, pues, prácticamente inconcebible. El Salmo 1,1-4 afirma:


“¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,

ni se detiene en el camino de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los impíos,

sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!

Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,

que produce fruto a su debido tiempo,

y cuyas hojas nunca se marchitan:

todo lo que haga le saldrá bien.

4 No sucede así con los malvados…”

Y el Salmo 112,1.3, un acróstico elaborado a partir de las letras del alfabeto reitera la misma idea:


“¡Aleluya!

[Alef] Feliz el hombre que teme al Señor

[Bet] y se complace en sus mandamientos.

[Guímel] Su descendencia será fuerte en la tierra:

[Dálet] la posteridad de los justos es bendecida.

[He] En su casa habrá abundancia y riqueza,

[Vau] su generosidad permanecerá para siempre.”

 

Con el reinado de Salomón (965-928 a. C.) y el surgimiento de la “literatura sapiencial” se acentuaron la observación analítica y la reflexión crítica sobre la realidad de los hechos, de modo que, de acuerdo con ellas, las diversas expresiones de miseria podían tener causas distintas. Ella, sin duda, podía provenir, y sucedía con frecuencia, de la falta de iniciativa y de esfuerzo por parte de algunos, o del desorden personal; pero, de igual modo, la miseria puede convertirse en ocasión de pecado. De acuerdo con el libro de los Proverbios:


“Fíjate en la hormiga, perezoso, observa sus costumbres y aprende a ser sabio: ella, que no tiene jefe ni capataz ni dueño, se provee de alimento en verano y junta su comida durante la cosecha.

¿Hasta cuándo estarás recostado, perezoso, cuándo te levantarás de tu sueño? «Dormir un poco, dormitar otro poco, descansar otro poco de brazos cruzados»: así te llegará la pobreza como un salteador y la miseria como un hombre armado” (Pr 6,6-11).

“El que ama el placer termina en la indigencia, el que ama el vino y la buena vida no se enriquecerá” (Pr 21,17).

Capítulo aparte merece, sin embargo, la miseria que es producto del desorden social, y, muy concretamente, de la injusticia “institucionalizada” o convertida en “estructura social” tipo y es refrendada por parte de las personas: estos pobres no merecen, sin duda, esta suerte. Y así lo describió el libro de Job:


Los malvados remueven los mojones, se apoderan del rebaño y del pastor. Se llevan el asno de los huérfanos, toman en prenda el buey de la viuda; arrancan al huérfano del pecho materno y toman en prenda al niño pequeño del pobre. Desvían al indigente del camino, y los pobres del país tienen que esconderse. Como asnos salvajes en el desierto, salen los pobres, buscando una presa; y aunque ellos trabajan hasta la tarde, no tienen pan para sus hijos. Cosechan en el campo del impío, vendimian la viña del malvado. Pasan la noche desnudos, por falta de ropa, sin un abrigo para taparse del frío. Empapados por el aguacero de las montañas, sin refugio, se acurrucan contra las rocas. Andan desnudos, por falta de ropa, cargan las gavillas, y están hambrientos. Exprimen el aceite entre dos máquinas de moler, pisotean el lagar, y están sedientos. De la ciudad, salen los gemidos de los moribundos, las gargantas de los heridos piden auxilio, ¡pero Dios no escucha sus plegarias!” (Jb 2,2-12).

Estas listas de crímenes “económicos” fueron extensas, no se restringieron a una sola época de su historia (cf. Is 5,8; 10,1s; Am 5,7; 8,5; Os 12,8; Ez 22,29; Miq 2,2; Jr 22,13-17; 34,8-22; Ne 5,1-13), y la ley estableció penas contra sus autores y sustentadores (cf. Ex 20,15ss; 22,21-26; 23,6; Dt 15,1-15; 24,10-15; 26,12).  

Los profetas, hablando en nombre de Dios, el gran Abogado de los pobres (cf. Pr 22,22; 23,10), fueron los grandes defensores de esos pobres inmerecidos. Los personificó Amós, quien ejerció su ministerio en el reino de Israel durante el reinado de Jeroboam II (783-743 a. C.), y quien denunció tales hechos:


“Así habla el Señor: Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, no revocaré mi sentencia. Porque ellos venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias;

pisotean sobre el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y desvían el camino de los humildes; el hijo y el padre tienen relaciones con la misma joven, profanando así mi santo Nombre;

se tienden sobre ropas tomadas en prenda, al lado de cualquier altar, y beben en la Casa de su Dios el vino confiscado injustamente... […]

Escuchen esta palabra, vacas de Basán, que están sobre las montañas de Samaría, ustedes, que oprimen a los débiles, maltratan a los indigentes y dicen a sus maridos: «¡Trae de beber!». […]

Por eso, por haber esquilmado al débil, exigiéndole un tributo de grano, esas casas de piedras talladas que ustedes construyeron, no las habitarán, de esas viñas selectas que plantaron, no beberán el vino.

Porque yo conozco la multitud de sus crímenes y la enormidad de sus pecados, ¡opresores del justo, que exigen rescate y atropellan a los pobres en la Puerta!” (Am 2,6-8; 4,1; 5,11-12).

De otra parte, sin embargo, también puede ocurrir que existan pobres que, al mismo tiempo, sean virtuosos, como el libro del Eclesiastés afirmó:


Yo volví mis ojos a todas las opresiones que se cometen bajo el sol: ahí están las lágrimas de los oprimidos, y no hay quien los consuele.

La fuerza está del lado de los opresores, y no hay nadie que les dé su merecido […]

y consideré más feliz aún al que todavía no ha existido, porque no ha visto las infamias que se cometen bajo el sol.

Yo vi que todo el esfuerzo y toda la eficacia de una obra no son más que rivalidad de unos contra otros. También esto es vanidad y correr tras el viento.

El necio se cruza de brazos y se devora a sí mismo. […]

Más vale un joven pobre y sabio que un rey viejo y necio, que ya no es capaz de hacerse aconsejar” (Qo 4,1.3-5-13).

Los sabios concluyeron por esto que, ante la disyuntiva entre riqueza o miseria, lo mejor sería “ni pobreza ni riqueza”, como afirmaron en los Proverbios:


Hay dos cosas que yo te pido, no me la niegues antes que muera:

aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria,

no sea que, al sentirme satisfecho, reniegue y diga: «¿Quién es el Señor?», o que, siendo pobre, me ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios” (Pr 30,7-9).

El ideal y valor moral así conquistado se mantuvo firmemente en los textos sucesivos, postexílicos, seguramente y redactados ya bajo la influencia de tendencias dualistas o binarias (mazdeístas, pitagóricas o platónicas). En ellos las expresiones de sabiduría se entrelazaron con narraciones de tipo histórico, que nos aproximan a las enseñanzas del Nuevo Testamento, como sucede en el libro de Tobías:  


“Aquel día, Tobit se acordó del dinero que había dejado en depósito a Gabael, en Ragués de Media,

y pensó: «Ya que he pedido la muerte, haría bien en llamar a mi hijo Tobías para hablarle de ese dinero antes de morir» […] Y ahora, quiero hacerte saber que yo dejé en depósito a Gabael, hijo de Gabrí, en Ragués de Media, diez talentos de plata.

No te preocupes de que nos hayamos empobrecido. Tú tienes una riqueza muy grande si temes a Dios, si evitas cualquier pecado y si haces lo que agrada al Señor, tu Dios».

Pero ¿cómo podré recuperar ese dinero que tiene Gabael? Él no me conoce a mí, ni yo a él. ¿Qué señal le daré para que me reconozca, me crea y me entregue el dinero? Además, no sé qué camino hay que tomar para ir a Media».

Tobit le dijo: «El me dio un recibo y yo le di otro; lo dividí en dos partes, cada uno tomó la suya y yo puse mi parte con el dinero. Ya hace veinte años que deposité esa suma. Ahora, hijo mío, busca una persona de confianza para que te acompañe; le pagaremos un sueldo hasta que vuelvas. Ve entonces a recuperar ese dinero».

Su madre se puso a llorar y dijo a Tobit: «¿Por qué has hecho partir a mi hijo? ¿Acaso no es el bastón de nuestra mano, el que guía nuestros pasos? ¿Para qué acumular más dinero? No importa nada comparado con nuestro hijo. Con lo que el Señor nos daba para vivir ya teníamos bastante»” (Tb 4,1-2.20-21; 5,2-3.18-20).

 




2.    El pobre en el Nuevo Testamento


El carácter cristológico de nuestro asunto se expresa en los textos de los Evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento: ellos muestran, por activa y por pasiva, que su centro es el Verbo encarnado y salvador, y elaboran los núcleos primordiales de la cristología. Esbozo de cristología descendente se encuentra en su segunda carta a los Corintios (2 Co 8,9) donde san Pablo resumió la manera como el Hijo de Dios se hizo hombre y nos salvó de nuestros pecados:


Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza.”

Él es, por antonomasia, el Pobre. San Pablo y los demás autores del Nuevo Testamento no dejaron de referir y de destacar la manera ejemplar cómo Jesús, efectivamente, no sólo se dirigió a los pobres, cómo denunció la miseria, y cómo propuso un nuevo estilo de vida en pobreza, sino cómo él mismo lo inauguró y lo consagró con su ejemplo de vida. Comencemos, precisamente por este último aspecto.

Nació en Belén, desplazado, como relató san Lucas:


“Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,67).

Se crio en Nazareth, sin ostentación, como lo refirió san Mateo:


“[…] y, al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. «¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia».” (Mt 13, 54-57).

Durante su vida pública se caracterizó por llevar un estilo modesto de conducta lejano de acumulación de bienes, de apariencias y de explotación, como lo describe el mismo Mateo:


Entonces se aproximó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas».

20 Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza»” (Mt 8,19-20).

Y así se mantuvo (cf. Mt 21,5 haciendo referencia a Zc 9,9) hasta su desamparo final, hasta el último momento de su vida, hasta su muerte en la cruz:


Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron” (Mt 27,35).

El anuncio del Evangelio a los pobres por parte de Jesús, de otro lado, no sólo mostró el cumplimiento de las promesas divinas (cf. Sal 22,27), sino que en dicho anuncio se halla un signo de su misión y es su característica central y esencial (cf. Lc 4,18-21; Mt 11,3-6). Por eso, en su discurso inaugural Jesús afirmó:


Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! […]” (Lc 6,20-21).

Jesús explicó perfectamente en qué sentido los pobres son “privilegiados” y así nos llevó a considerar otro nivel de la realidad, es decir, cuando se observan las cosas desde la escala de valores de Dios, su Padre. María y los Apóstoles comprendieron desde su fe la consistencia de esta nueva realidad. Ella lo destacó y lo cantó así:


“[…] el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 49-53).

Y el Apóstol Santiago lo precisó de la siguiente manera:


“Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y, sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?” (St 2,5-7).

Esta denuncia, no obstante, no es falta de coherencia con la manera de proceder de Jesús. Por el contrario, Él no dejó de subrayar las obligaciones de quienes poseen bienes en abundancia, materiales o de otra índole, respecto de quienes no los poseen, y la necesidad de obrar según la imagen de Dios providente, misericordioso y generoso:


“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello” (Mt 23,23)

“Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos! […]  A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, este, irritado, le dijo: "Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos" (Lc 14,13.21).

Pero Jesús enseñó además que a la denuncia y al estilo exterior de vida pobre debe corresponden una actitud sincera de pobreza interior. En efecto:


El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37).

Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,33-34).

Por todo lo dicho, bien se entiende por qué para Jesús, el Pobre, como luego para la Iglesia, los pobres ostentan un honor, una dignidad del todo singular y eminente, un título que él mismo les participa y que tendrá su recompensa en Dios mismo. Escuchémoslo de él mismo en estas palabras:


Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver".

Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?".

Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".

Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron".

Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».” (Mt 25,34-46).

Jesús, de la misma manera, afirmó:


“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan». «Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí»” (Lc 16,19-26).

La revelación nos invita, pues, a centrarnos no sólo ni principalmente en la pobreza, en su descripción, en su análisis y en sus teorías, cuanto en la atención prioritaria y concreta a los pobres. Podemos concluir esta sección dedicada al Evangelio y a la cristología citando a propósito de esta el breve y catequético resumen que hizo el (Pontificio Consejo «Justicia y Paz»)[4]: 


La miseria humana es el signo evidente de la condición de debilidad del hombre y de su necesidad de salvación [cf. Catecismo de la Iglesia Católica2448]. De ella se compadeció Cristo Salvador, que se identificó con sus «hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45). «Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres. La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo» [Catecismo de la Iglesia Católica2443].

Jesús dice: «Pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre» (Mt 26,11; cf. Mc 14,3-9; Jn 12,1-8) no para contraponer al servicio de los pobres la atención dirigida a Él. El realismo cristiano, mientras por una parte aprecia los esfuerzos laudables que se realizan para erradicar la pobreza, por otra parte, pone en guardia frente a posiciones ideológicas y mesianismos que alimentan la ilusión de que se pueda eliminar totalmente de este mundo el problema de la pobreza. Esto sucederá sólo a su regreso, cuando Él estará de nuevo con nosotros para siempre. Mientras tanto, los pobres quedan confiados a nosotros y en base a esta responsabilidad seremos juzgados al final (cf. Mt 25,31-46): «Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos» [Catecismo de la Iglesia Católica1033].




3.    La comunicación de bienes y la dignidad eminente del pobre, una relación que se estrecha y perfecciona en la tradición viva


 

3.1.           Durante el período apostólico


Ausente perceptiblemente la persona de Jesús, su ejemplo y su enseñanza en relación con los pobres fueron vivamente considerados, apreciados y conservados por los Apóstoles y por las primeras comunidades cristianas. Las citas que hemos hecho en la sección anterior de los textos de Mateo, Lucas, Pablo y Santiago y sus contextos vitales son evidencia de ello. Podemos afirmar que se trató de la toma de conciencia y de la auto imposición de una verdadera “regla” (en gr. ka,non) por parte de la comunidad cristiana naciente. De ahí la importancia que tienen los pobres en la revelación cristiana, su dignidad eminente.

Hasta tal punto llegó tal conciencia y vivencia, que Pablo no dudó en escribir:


Por eso, Santiago, Cefas y Juan –considerados como columnas de la Iglesia– reconociendo el don que me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos. Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres, lo que siempre he tratado de hacer” (Ga 2,9-10).

Simultáneamente con esta toma de conciencia, y afianzándola y profundizándola aún más, debemos referirnos a otra experiencia típica y original, que se presentó en la primera comunidad apostólica: la de la “comunión” o “comunicación de bienes”.

En efecto, la “comunión de bienes” fue ante todo la experiencia que vivió la comunidad cristiana en sus propios comienzos, espontáneamente similar a la peripatética que existió entre Jesús, los Doce Apóstoles y los demás discípulos y discípulas que lo acompañaban, según la lacónica descripción de Lucas (13,22).

La comunidad posterior a Pentecostés se resolvió entonces como la sociedad de la “comunicación de bienes”, por cuanto


Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones […] Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (He 2,42.44-46).

Tal situación duró un buen tiempo, según afirmó el mismo texto:


La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. Y así José, llamado por los Apóstoles Bernabé –que quiere decir hijo del consuelo– un levita nacido en Chipre que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles. Un hombre llamado Ananías, junto con su mujer, Safira, vendió una propiedad, y de acuerdo con ella, se guardó parte del dinero y puso el resto a disposición de los Apóstoles. Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? ¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres sino a Dios». Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido […]” (He 4,32-5,11).




3.2.           El período subapostólico y patrístico


A partir del momento en que empieza la difusión del Evangelio “entre todas las naciones” se exigió a los misioneros una diferenciación de los acentos de este y, sobre todo, según el misterio de la encarnación del Verbo, atender a la diversidad misma en las condiciones generales locales mediante la asunción o inculturación de lenguajes, formas sociales, expresiones jurídicas y culturales, etc., que facilitaran y expresaran al mismo tiempo la conversión a la fe. Pero bien se puede afirmar en relación con cuanto estamos exponiendo que, de las etapas correspondientes a los primeros siete siglos del cristianismo, período llamado “de los Padres de la Iglesia”, la tradición respecto de los pobres y de la comunicación de bienes se mantuvo constante.

Un primer subperíodo de este, al que se suele llamar “período apostólico” precisamente por su cercanía a los Apóstoles, denota de qué manera fue acogida tal tradición: en textos que fueron una especie de respuesta “apologética” a ciertas costumbres presentes en los nuevos pueblos en donde llegaba por primera vez el anuncio del Evangelio, las exposiciones asumieron un carácter sumamente lúcido y, al mismo tiempo, estricto y exigente.



3.2.1.      La comunión de bienes en la Didaké


Mencionemos, ante todo, textos de finales del primer siglo y de comienzos y mediados del segundo[5]. La Didaké (4,8), por ejemplo, enseñaba:


“No rechazarás al necesitado, sino que comunicarás en todo con tu hermano y de nada dirás que es tuyo propio. Pues si os comunicáis en los bienes inmortales, ¿cuánto más en los mortales?”[6]

Como se puede observar, el texto introdujo en apoyo de su argumento sobre la consideración que merece el pobre, aquel nuevo elemento que hemos encontrado ya presente en la tradición bíblica y apostólica: la “comunión en los bienes”[7].

 


3.2.2.      El derecho de propiedad en las legislaciones de Israel y de otros pueblos


El texto contrapone tal “comunión de bienes” a un “derecho de propiedad” absoluto, es decir, sin ninguna condición ni limitación. Ese “derecho”, como es sabido, era de hecho reconocido por el más antiguo “derecho de guerra” o “derecho militar” a partir del “derecho” que ejercía el vencedor de apropiarse de las personas y cosas del vencido, y del “derecho” del conquistador a apoderarse de lo que consideraba desierto, inhabitado, a lo cual se accedía por primera vez, y, por lo mismo estaba sin dueño, al menos conocido. Esta norma se mantuvo por siglos, y mantuvo a los pueblos que la seguían en condición prácticamente salvaje.

Tres hechos deben ser mencionados brevemente en orden a establecer una atemperación progresiva de esta manera de proceder: primero en el tiempo fue la Ley del talión y su principio de reciprocidad exacta, como la conocemos por el Código de Hammurabi, escrito en Babilonia durante el siglo XVIII a. C.; vinieron luego las Leyes de Solón, entre los siglos VI-V a. C., con sus reformas constitucionales sobre la anulación de deudas de los agricultores, la prohibición de la esclavitud por deudas, y el estímulo a la producción; por último ocurrió la creación del Derecho romano, a partir de la fundación de Roma en el 753 a. C. En este se puede observar no sólo el simple resultado de los sistemas legales anteriores sino el sistema legal que alcanzó, hasta su momento, un acabamiento más brillante y duradero.

Se afirma que en él sus leyes más antiguas conocidas como Lex duodecim tabularum o también como Duodecim tabularum leges, redactadas en el siglo V a. C., contuvieron en semilla lo que más tarde se denominó el Derecho civil romano. En las Tablas VI y VII se trataban los temas relacionados con las propiedades y las solemnidades que debían mantenerse cuando se gestionaban los contratos. Desde entonces, gracias a la labor de augures, pretores, senadores, magistrados y emperadores las normas en relación con la propiedad y los demás asuntos privados y públicos se fueron desarrollando y precisando. Notables jurisconsultos fueron resumiendo y sistematizando tales normas, de modo que una, relacionada con la propiedad, estableció la disposición de esta bajo la fórmula “ius utendi, ius fruendi”, que se encuentra en el Digesto[8], promulgado por el emperador Justiniano en el año 533 d. C.; a los glosadores y comentaristas del Digesto debemos, en cambio, el “ius abutendi”, que complementó dicha fórmula, de igual modo en relación con los bienes y con la propiedad de estos.

Para situaciones similares, en contraste, el pueblo de Israel había colocado límites “sensatos” a un “derecho” originalmente así de violento y de indiscriminado, convirtiéndose en antecedente de la teoría de la “guerra justa” durante la Edad Media, y en precursor del actual “derecho internacional humanitario”. Tales límites los encontramos en textos tales como Dt 20,19-20 y 21,10-14. El primero de estos –inclusive primero por su antigüedad y por las condiciones morales que introduce para su ejercicio – si bien no desechó, de manera alguna, los avances en las estrategias, técnicas y armas de guerra, estableció una significativa restricción, que tiene qué ver con un importante tema contemporáneo: el cuidado de la naturaleza:


“Si para conquistar una ciudad tienes que asediarla mucho tiempo, no destruirás sus árboles a golpes de hacha. Come de sus frutos, pero no los cortes. ¿Acaso los árboles del campo son hombres, para que los hagas también a ellos víctimas del asedio? Podrás destruir y cortar, en cambio, los árboles que sepas que no dan ningún fruto, a fin de construir máquinas de asedio contra la ciudad que te oponga resistencia, hasta que logres someterla”.

El segundo texto se refiere al trato que se debe dar a una mujer prisionera de guerra. El derecho deuteronomista no ocultó ni disimuló el hecho, por el contrario, estableció acerca de ella una “presunción” (cf. cc. 1584-1586): que ella, muy seguramente, había sufrido un acto de violencia, una violación. Ese mismo derecho y punto de partida instituyó en favor de ella y en tales circunstancias unas obligaciones, típicas de la piedad – humanitarias y razonables, por lo tanto – pero que deben ser cumplidos por nuevas y aún más poderosas razones: esa legislación es la peculiar no de un pueblo cualquiera, sino la del “pueblo de Dios”, la del pueblo con el que Dios ha establecido una alianza. En tal condición a la mujer se le ha de reconocer, y no excluir, el derecho que tiene a ser convertida en “esposa”, en todo el sentido de la palabra, por parte del hebreo que la toma como parte de un botín y se quisiera casar con ella tras su retención: en tal caso, sin embargo, él podrá efectuarlo siempre y cuando la haga sentir segura y tranquila – “en casa” dice el texto bíblico – y le respete los sentimientos familiares que ella posee; la mujer, por su parte, deberá realizar algunos actos de higiene y manifestar su respeto hacia el grupo que va acogerla mediante el cumplimiento de algunos ritos de purificación religiosa. En relación con ella, del mismo modo, el hebreo puede querer divorciarse de ella, pero, en tal caso, deberá reconocerle su condición de sujeto, así no fuera propiamente de judía por sangre, y deberá acatar los derechos que ella adquirió y pudo ejercer a partir de su ingreso y participación en la comunidad, primordialmente aquellos que hacen relación al respeto por su persona y por su libertad, básicamente, “a disponer de ella misma”, a que “no pueda venderla”, y a que “no pueda maltratarla”[9].



3.2.3.      Comunicación de bienes y dignidad eminente del pobre en el resto de la época patrística


En la perspectiva de la Didaké, entonces, la “comunicación de bienes” no consistía en la abolición del “derecho de propiedad”, incluso atenuado como el que hemos venido considerando, sino que señala que dicho derecho no es, de ninguna manera, “absoluto”, sino que, por su propia índole, implica el deber de compartir, y ello debido a que todos los bienes terrenos están destinados razonablemente no para (ser apropiados y disfrutados sólo por) algunos, sino para (beneficio de) todos. Y, desde los primeros símbolos de la fe cristiana en el siglo I, en sus dos formulaciones, se señala a este Autor y Destinador universal:

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”;

 y:

Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible” [10].

Ese principio de la “comunicación de bienes” que expresó la Didaké se reiteró en otros textos de la misma época, tales como la Carta de Bernabé (130) y el Discurso a Diogneto (150). En el primero de ellos encontramos efectivamente:


Comunica todas las cosas con tu prójimo y no tengas nada como tuyo, pues si todos sois copropietarios de los bienes incorruptibles[11]¡¿cuánto más no debéis serlo de los corruptibles?!” (19,8) [12].

En el segundo se declara también:


“El que toma sobre sí la carga de su prójimo; el que está pronto para hacer bien a su inferior en aquello, justamente, en que él es superior; el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en Dios de los que reciben de su mano, ése es el verdadero imitador de Dios” (10,6) [13].

En adelante, al menos en el seno de la comunidad cristiana, no podrá hacerse escisión entre este principio y el de la dignidad eminente del pobre, con todas sus consecuencias. Un paso más se dio en esa dirección con el aporte de San Basilio (330-379), uno de los Padres capadocios, quien evidenció el carácter no sólo inicuo sino francamente carente de razón de aquel que se comportara como dueño absoluto de unos bienes, y no quisiera compartirlos con ninguno. En su Homilía 6, “sobre la parábola del rico insensato, afirmó:


“(Como afirmaba ya Cicerón) te pareces a un hombre quien, llegando al teatro, quisiera impedir que los otros entraran y se imaginara poder gozar solo de un espectáculo al cual todos tienen derecho. Así son los ricos: se adueñan de los bienes comunes que han acaparado, porque fueron los primeros que los ocuparon. […] El que despoja a un hombre de su vestimenta es un ladrón. El que no viste la desnudez del indigente, cuando puede hacerlo, ¿merecerá otro nombre? El pan que guardas pertenece al hambriento. Al desnudo, el abrigo que escondes en tus cofres. Al descalzo, el zapato que se pudre en tu casa. Al mísero, la plata que escondes”[14].

Este, como representante de la tradición de Oriente en la Iglesia. Pero no menos encontramos en la tradición de Occidente. Veamos como ejemplos de ello, a San Ambrosio, Obispo de Milán (340-397) y a San Agustín, Obispo de Hipona (354-430).

De San Ambrosio leemos:


“No es tu bien el que distribuyes al pobre. Le devuelves parte de lo que le pertenece. ¿Por qué usurpas para ti solo lo que fue dado a todos, para el uso de todos? La tierra a todos pertenece, no sólo a los ricos”[15].

En San Agustín encontramos:


“Si quieres tenerle misericordioso, sé tú misericordioso antes de que venga; paga al acreedor, y da de lo que te sobra. ¿Pues de quién das? De Él. Si dieses de lo tuyo, sería prodigalidad; pero dando de lo que es de Él, es simple devolución. ¿Qué tienes que no hayas recibido?”[16].




3.3.           Los pobres, la pobreza y la comunicación de bienes en el resto del período


Sobre tales fundamentos, y otros que omitimos por razón de brevedad, se fueron desarrollando normas morales y canónicas en relación con el denominado “derecho de propiedad”, cada vez considerado, en su sustancia y realidad más profunda, “una administración estable” de los bienes. Simultáneamente con ello, además de un régimen de vida ordinaria ciudadana o rural, se debe constatar el surgimiento de modos de vida – “espiritualización de la pobreza” – ligados a un régimen de pobreza asumida voluntariamente, mediante las diversas formas de vida eremítica y comunitaria[17]. Los Concilios, particulares y generales, de la misma manera, no dejaron de establecer normas en relación con la formación de los clérigos y con la atención de los pobres especialmente por parte de estos[18].



3.4.           Derecho de propiedad y comunión de bienes en el canonista Graciano y en el teólogo Santo Tomás de Aquino


Así llegamos al estudio de Graciano (s. XI-XII), el compilador de las normas de la Iglesia en su primer milenio. Sistematizó en su Concordia discordantium canonum, mejor conocido como el Decreto, las doctrinas de teólogos y las leyes de Concilios y de Papas en relación con la comunidad de bienes, la propiedad y la esclavitud – que se solía asimilar a cualquier tipo de bienes materiales – bajo su criterio de distinción entre aquello que proviene del “derecho natural” y aquello que proviene del “derecho de gentes” o derecho universal. En tal virtud, en la primera parte de su obra, a la que denominó Distinciones (D), en la VIII de ellas, en el canon 1, resumió:

“Iure divino omnia sunt communia omnibus;
constitutionis hoc meum, illud alterius est”[19].

Y al explicar esta regla señalaba que, por el impulso egoísta, el más fuerte se propia no sólo de las cosas sino de otros hombres, generándose un régimen de esclavitud. Y de esta manera, en virtud del derecho universal, de invención humana, las cosas y los hombres son hechos objeto de propiedad; mientras que, conforme al derecho natural, que expresa el querer de Dios por medio del Evangelio, todas las cosas son comunes, y los hombres, libres[20].

Tomás de Aquino (1224-1274), por su parte, elaboró su sistema a partir de la definición de los conceptos de “justicia”, y en relación con la propiedad precisó importantes elementos. ¿Está permitido a alguien poseer algo en forma propia?, se preguntaba. Y no se contentó sólo con afirmar o negar, sino que estableció una importante distinción:


“Si se llama propiedad a la facultad de administrar o de dispensar los bienes, entonces está permitido poseer algo en forma propia; pero, si se trata del uso de los bienes, entonces ellos son comunes, y quien los posee debe cederlos con facilidad a quienes los necesitan”[21].

Es decir, los bienes pueden ser “de” uno, pero son “para” todos. Sobre las bases del ejercicio del libre albedrío, de la propia responsabilidad y como regla general, el propietario de los bienes ha de satisfacer primeramente sus verdaderas necesidades; pero de los bienes que le sobren (“lo superfluo”) debe proporcionarlos a los demás para el cubrimiento de las necesidades de ellos. Las necesidades de uno y otros deberían ser medidas bajo idénticos parámetros. Lo superfluo es, pues, de los pobres, y consiste en lo que supera lo verdaderamente necesario.

Pero Tomás esclareció aún más el asunto: la comunidad de bienes corresponde a una situación ideal a la que apuntan la ley y el derecho natural, mientras que la apropiación individual de los bienes pertenece a la naturaleza humana bajo el régimen de corrupción nacido del pecado, es decir, se trata de una derogación del derecho natural como concesión a la naturaleza caída en debilidad. Esta apropiación, vistas así las cosas, complementa en realidad el régimen de comunidad de bienes:


“La comunidad de bienes era atribuida al derecho natural no en el sentido que el derecho natural prescriba que todo deba ser poseído en común y nada como propio; sino en el sentido de que, según el derecho natural, no existe distinción de bienes, la cual es resultado de la convención entre los hombres, lo que se origina del derecho positivo. De allí se concluye que la apropiación individual no es contraria al derecho natural, sino que lo amplía por invención de la razón humana”[22].

Y concluye:


“En cuanto a la facultad de administrar y de gobernar, es lícito que el hombre posea cosas como propias; en cuanto a su uso, no debe el hombre tener las cosas como propias sino como comunes y debe estar dispuesto a comunicarlas con facilidad”.



 

4.     La dignidad eminente del pobre, cuestión de antropología y de moral teológica en interdisciplinariedad con las ciencias sociales. La actuación de teólogos y del Magisterio



Una de las marcas del tránsito de época entre la Edad Media y la Edad Moderna en Europa ha sido considerada la finalización del feudalismo. Se caracterizó por cambios en el poder político y en la forma de gobierno absolutista – incluidos los sucesos vinculados a la Revolución Francesa –, por transformaciones sociales y económicas asociadas al cambio en el modo de producción esclavista y de servidumbre que ceden el paso al surgimiento del capitalismo, y por la fragmentación del aparato institucional jurídico proveniente del Imperio romano. En cada una de estas condiciones deben reconocerse también otros factores, tales como la presencia de la Iglesia, del Judaísmo y del Islam, en lo religioso, pero, igualmente, en lo cultural, los adelantos en la nueva ciencia y en el comercio con su impacto en la agricultura y en la revolución industrial consiguiente, la Reforma Protestante, las universidades y la conmoción de las ideas por la filosofía, las migraciones, y, no menos importantes, en cuanto a la salud y a la demografía, las pestes que afectaron enormemente a las poblaciones. En el medio de este torrente debe colocarse, por supuesto, un hecho de alcance mundial y transformador, como una “revolución copernicana”: el encuentro de Europa con América, y, derivadas de él, las consecuencias negativas y positivas para ambos lados del mundo.

En lo que toca a los pobres, una repercusión inmediata tuvo el suceso: por lo general, se impuso la ley del más fuerte, de modo que ya a pocos años de este, llegó a afirmar el dominico Fray Antonio de Montecinos (1475-1540) en célebre homilía pronunciada en la víspera de la navidad de 1511, en la isla La Española y ante el propio virrey Diego Colón:

“«Para os lo dar a conocer me he subido aquí, yo que soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír [...]. Esta voz os dice que todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas gentes inocentes. Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras...? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?»”[23]

La reacción del rey Fernando no se hizo esperar en cuanto lo conoció de la propia voz del fraile, y, como resultado de la junta de teólogos y juristas que convocó, expidió las primeras leyes, las Leyes de Burgos de 1512, con las que pretendió dar organización a la conquista y reconocer los derechos legítimos de los “indios”[24]. Las posteriores intervenciones de Francisco de Vitoria y de Bartolomé de las Casas, entre otros, condujeron a que el Papa Pablo III, el 2 de junio de 1537, mediante la Bula Sublimis Deus reconoce que los indígenas eran seres humanos y no “bestias”, y que, en consecuencia, tenían derecho a la libertad y a ser evangelizados, y a recibir a sus visitantes e intercambiar bienes con ellos. Un extracto de la bula señala:

  “A todos los fieles cristianos que lean estas letras, salud y bendición apostólica. El Dios sublime amó tanto la raza humana, que creó al hombre de tal manera que pudiera participar, no solamente del bien de que gozan otras criaturas, sino que lo dotó de la capacidad de alcanzar al Dios Supremo, invisible e inaccesible, y mirarlo cara a cara; y por cuanto el hombre, de acuerdo con el testimonio de las Sagradas Escrituras, fue creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, que nadie puede conseguir sino por medio de la fe en Nuestro Señor Jesucristo, es necesario que posea la naturaleza y las capacidades para recibir esa fe; por lo cual, quienquiera que esté así dotado, debe ser capaz de recibir la misma fe: No es creíble que exista alguien que poseyendo el suficiente entendimiento para desear la fe, esté despojado de la más necesaria facultad de obtenerla de aquí que Jesucristo que es la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañar, cuando envió a los predicadores de la fe a [cumplir] con el oficio de la predicación dijo: "Id y enseñad a todas las gentes", a todas dijo, sin excepción, puesto que todas son capaces de ser instruidas en la fe; lo cual viéndolo y envidiándolo el enemigo del género humano que siempre se opone a las buenas obras para que perezcan, inventó un método hasta ahora inaudito para impedir que la Palabra de Dios fuera predicada a las gentes a fin de que se salven y excitó a algunos de sus satélites, que deseando saciar su codicia, se atreven a afirmar que los Indios occidentales y meridionales y otras gentes que en estos tiempos han llegado a nuestro conocimientos -con el pretexto de que ignoran la fe católica- deben ser dirigidos a nuestra obediencia como si fueran animales y los reducen a servidumbre urgiéndolos con tantas aflicciones como las que usan con las bestias.

Nos pues, que aunque indignos hacemos en la tierra las veces de Nuestro Señor, y que con todo el esfuerzo procuramos llevar a su redil las ovejas de su grey que nos han sido encomendadas y que están fuera de su rebaño, prestando atención a los mismos indios que como verdaderos hombres que son, no sólo son capaces de recibir la fe cristiana, sino que según se nos ha informado corren con prontitud hacia la misma; y queriendo proveer sobre esto con remedios oportunos, haciendo uso de la Autoridad apostólica, determinamos y declaramos por las presentes letras que dichos Indios, y todas las gentes que en el futuro llegasen al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidos a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor; asimismo declaramos que dichos indios y demás gentes deben ser invitados a abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena, no obstando nada en contrario.

Dado en Roma en el año 1537, el cuarto día de las nonas de junio [2 de junio], en el tercer año de nuestro pontificado.”[25]

 

     Sucesivos Papas como Gregorio XIV, en 1591, Urbano VIII, en 1639, Benedicto XIV, en 1741, y Gregorio XVI, en 1839, repitieron y enfatizaron los términos de esta disposición.

Pero un nuevo factor nos llevó a observar otra nueva especie de pobres, aquella que provenía del sometimiento a una máquina y de los factores relacionados con la “condición obrera”.

Tomando como modelo los “gremios” medievales y su sistema de ayuda mutua, se crearon hermandades o cofradías de artesanos en las distintas artes, principalmente de los tejedores. Siendo que en la Gran Bretaña a partir de finales del siglo XVIII había desarrollado la máquina de vapor y la había aplicado industrialmente a la elaboración de tejidos, y que en 1799 se había promulgado una ley que prohibía “las asociaciones ilegales de trabajadores”, para 1834 se suscitó una revuelta de trabajadores que fue reprimida y los manifestantes fueron deportados a Australia. El número de horas diarias que debían de dedicar al trabajo – hasta quince –, el empleo de mujeres y niños, los pocos días de descanso que tenían, salarios muy bajos, barrios sin servicios para obreros, alimentación insuficiente y de mala calidad, tabernas como lugares únicos de ocio, caracterizaron las prácticas consuetudinarias de esa situación. Una y otra vez el movimiento obrero fue reprimido. A partir de 1850 se operaron en Europa cambios políticos importantes, pero, especialmente, fue la intervención de Karl Marx y de Federico Engels la que proporcionó el fundamento teórico de las luchas “revolucionarias” de esas “clases” obreras por cuanto se trata de una “alienación del trabajo” por parte del capital.

La problemática fue considerada por parte de las “Semanas sociales” en Bélgica, y en algunas universidades, como la de París, por estudiosos como San Federico Ozanam (1813-1853), en donde se planteó si acaso el cristianismo tenía alguna respuesta ante tales situaciones. Se acudió entonces a las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino sobre la justicia, se profundizó en ellas y se las impulsó dotándolas de una impronta nueva, la de la “justicia social”. Resultado de todo este proceso fue la encíclica del Papa León XIII, en 1891, a la que denominó Rerum novarum[26]. En adelante, todos los Sumos Pontífices han hecho referencia a ella de una manera o de otra.

No puede negarse que cuando se trata del análisis de los hechos sociales y de su interpretación, para la teología y para el magisterio pontificio y conciliar ha sido un reto permanente tener en cuenta el surgimiento y el aporte de las ciencias “experimentales” y de las “matemáticas”, y, muy especialmente, de las ciencias “sociales” bajo el paradigma de las “ciencias” modernas – caracterizadas por su método – con el nacimiento de la economía, de la sociología, de la política, de la administración y de la antropología, entre otras[27], en los siglos XIX y XX. Los documentos y los estudios que se han producido en tales complejas condiciones son dignos de especial consideración por la altura y alcance de sus investigaciones y de sus propuestas, las cuales han sido potenciadas gracias a que a cada una de dichas áreas ha ido correspondiendo el surgimiento de facultades universitarias y de academias no sólo dentro del ámbito eclesiástico sino en el más general de la cultura católica[28].

Nuevos tipos de pobres y de pobreza han sido denunciados desde entonces: el Papa San Juan XXIII mencionaba en su Mater et magistra, entre otros, a los campesinos y a los analfabetos; San Pablo VI, en su Populorum progressio, aludía a quienes van quedando por fuera del desarrollo, “marginados”; el Concilio Vaticano II, convocado y llevado a cabo por ellos dos, no dejó de exponer las múltiples, graves y urgentes expresiones de pobreza que eran padecidas por millones en ese momento, todas ellas “indignas de la persona humana” (GS 63), y consideró que se trataba de enormes “desigualdades económico-sociales” que deberían “desaparecer” con medidas adecuadas pero, ante todo, manteniendo “bajo el control del hombre” todo el engranaje económico y su desenvolvimiento (GS 65); el Concilio, además, reiteró que la Iglesia no puede dejar de fijar su mirada en Cristo, el pobre (cf. LG 8c; PO 17d), y que imitar su ejemplo es una orden para todos los cristianos (cf. LG 8c; 42de); el Papa San Juan Pablo II, posteriormente, en sus encíclicas Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus no dejó de referirse a quienes sufren de “hambre, miseria, enfermedades endémicas, analfabetismo” y a diversas clases de nuevos obreros y otros sujetos sociales “empobrecidos” no sólo por razón de un trabajo cada vez más tecnificado sino también por cuantos lo sufren como un nuevo “analfabetismo”[29].

Mención especial merece Benedicto XVI, en Cáritas in veritate[30]. En ella recriminó el nacimiento de nuevas formas de pobreza – asimiladas muchas de ellas con la corrupción y con la ilegalidad – que surgen ya también inclusive en países ricos (cf. n. 65), “derrochadores y consumistas”; o la de países enteros cuyos productos no son admitidos en el comercio internacional por razones simplemente de competencia; o aquella que se conforma donde “perduran aún modelos culturales y normas sociales de comportamiento que frenan el proceso de desarrollo” (n. 22); o la de quienes se encuentran en la desocupación o por fuera de los sistemas de seguridad social y de la educación, sobre todo moral; o la de quienes sufren diversas exclusiones, opresiones y agresiones por razón de los derechos humanos, y, en particular, el de la profesión de la propia religión. El mismo Pontífice señaló también que

Uno de los aspectos más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Es un aspecto que últimamente está asumiendo cada vez mayor relieve, obligándonos a ampliar el concepto de pobreza [cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 18. 59. 63-64] y de subdesarrollo a los problemas vinculados con la acogida de la vida, sobre todo donde ésta se ve impedida de diversas formas (n. 28)”.   
 

En este sentido, son considerados pobres también quienes son víctimas de la mortalidad infantil, del aborto o de la práctica de la esterilización sobre todo sin consentimiento, particularmente cuando se trata de las mujeres. Mencionemos una última caracterización del Papa en relación con los pobres:

“Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar. Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, un «extranjero» en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas[ Ibíd.]. Hoy la humanidad aparece mucho más interactiva que antes: esa mayor vecindad debe transformarse en verdadera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro[cf. Id., Carta Enc. Evangelium vitae, 20:]” (n. 53).

El Papa Francisco, apoyándose sobre estos soportes, ha proseguido en la identificación y en la denuncia de las diversas formas de pobreza y de empobrecimiento que muchos habitantes del planeta viven en el momento presente. En sus dos encíclicas “sociales” ha abordado sendas problemáticas que ocasionan el nacimiento y el mantenimiento de nuevos pobres. Consideremos, ante todo, cómo en Laudato si’[31], por ejemplo, el problema central es “el cuidado de la casa común”, sobre el cual afirma:

“[…] entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (n. 2).

Son nuevos “sujetos” de derechos “los pobres crucificados” y “las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano” (n. 241). En tal virtud, se originan nuevas o se mantienen viejas formas de afectación de la naturaleza, y entre estas, el tráfico de animales en peligro de extinción, la desaparición de especies y la degradación del agua, de la tierra y del aire.

Así mismo, se producen de ello nuevas formas de empobrecimiento, por causa, por ejemplo, de la contaminación atmosférica que origina numerosas muertes prematuras; o del sobrecalentamiento, que causa, entre otros fenómenos, inadecuada o insuficiente alimentación y migraciones; o por la sobreexplotación de los recursos naturales, que afecta el suministro de agua potable y la destinada a otros usos como en la agricultura; o a causa de la obsesión por implementar medidas de “salud reproductiva” señaladamente contra la natalidad; o por el desperdicio de alimentos o por el sobreconsumo inadecuado de los mismos. Son pobres también quienes son víctimas de la trata de personas; quienes, hoy o en las futuras generaciones, sufren el robo de lo que necesitan para vivir; el embrión humano descartado; las personas en discapacidad; quienes son mantenidos en una situación que debería ser meramente transitoria de recibir donaciones y subsidios en dinero y no se les crean las posibilidades reales para trabajar y para desempeñarse en un empleo digno; quienes no tienen acceso a una vivienda digna.

En la encíclica Fratelli tutti[32], sin perder de vista la necesidad de examinar y de tratar todos los asuntos sociales en un contexto de justicia (cf. n. 126) y del derecho (cf. n. 262), el Papa aporta, en primer término, el enfoque de la globalización y de la masificación para analizar el problema actual de los pobres. Estos, dice el Papa, se han ido tornando cada vez en más “carentes de identidad, débiles, vulnerables y dependientes”:

Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.”

Ello no es gratuito ni debería ser considerado natural, señala el Papa, porque existen personas y grupos interesados en acopiar más poder empleando sus acumuladas fuerzas de poder, y por eso “siembran desesperanza y suscitan desconfianza constante” en los países y en las poblaciones empleando diferentes tácticas: “polarizar, negación del derecho a existir y a opinar, ridiculizar, sospechar, cercar, no acoger su parte de verdad y sus valores”, o intentando “desplazar la cultura de los pobres – en especial la solidaridad que existe entre los que sufren (cf. n. 116) y la riqueza de su diversidad (cf. 134) – con la mirada puesta hacia afuera, hacia un proyecto de país importado” (n. 73). Esto sucede también cuando se manipula el nacionalismo y se crea una imagen deformada de los inmigrantes (n. 141), así como cuando se acude a sembrar el miedo a las amenazas ciertas provenientes del “el terrorismo, los conflictos asimétricos, la seguridad informática”. Todos los que sufren esto son nuevos empobrecidos, y se suman a los considerados inútiles e inservibles, un “lastre” (n. 125), y se los descarta. Surgen en muchas partes otros hechos tales como nuevos brotes de racismo, reducción de costos laborales, desempleo (cf. n. 162): quienes los padecen son también pobres, como lo son, y “doblemente, las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos” (n. 23).

Por eso, como subraya el Papa, se debe ir contra las “causas estructurales de la pobreza” (n. 116), ya que

Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más” (n. 109).

Al mismo tiempo, se debe proporcionar a todos, y de manera especial a cuantos están viviendo y sufriendo estas innumerables caras de la pobreza, el ejercicio de sus derechos políticos relacionados con la participación en cuanto tan directamente les incumbe y les afecta:

“En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos. […] Con ellos será posible un desarrollo humano integral, que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos»[Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5 noviembre 2016): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2016), p. 8]. Aunque molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino»[Ibíd.]” (n. 169).

Pues, como el Papa señala,

“[…] es importante entender que muchas veces esas reacciones (con actitudes que parecen antisociales) tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social” (n. 234).

Así, pues, podemos afirmar que a lo largo de la historia se ha ido dando una especie de transfiguración del pobre y de su imagen. Algunos elementos, sin embargo, se mantienen constantes en su definición. Como el Papa Francisco ha escrito en su carta del 21 de mayo de 2021 al cardenal Peter K. A. Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con motivo de la Conferencia online "Construir la fraternidad, defender la justicia. Retos y oportunidades para los pueblos insulares", en el cuadro permanecen hechos gravísimos que atentan contra la dignidad de las personas y contra la dignidad eminente de los pobres:

“[…] la violencia, el terrorismo, la pobreza, el hambre y las muchas formas de injusticia y desigualdad social y económica que hoy en día perjudican a todos, pero en particular a las mujeres y los niños. También es preocupante el hecho de que muchos pueblos insulares están expuestos a cambios medioambientales y climáticos extremos”.[33] 


 

 

5.     Breve síntesis del Magisterio actual en relación con los pobres, con su dignidad eminente y con su opción preferencial


Se ha de recordar que, aún en un momento inicial, esto es, por los años 1960 y posteriores, hubo autores que se opusieron a la así denominada por entonces “teología de la liberación” nacida en Latinoamérica. Ella, entre otros elementos, incluía entre sus planteamientos y reflexiones la expresión “opción por los pobres (y oprimidos o marginados)” que, si bien no fue empleada en el documento conclusivo de la II Conferencia de los Obispos reunida en Medellín (1968)[34] sí apareció en la enseñanza de los Obispos reunidos en Puebla, México, en 1979[35], y de manera particular, en la meditación y oración del propio Papa San Juan Pablo II:

“Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y de los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas”[36].

Los prejuicios en contra de la posibilidad y, sobre todo, de la eclesialidad y pertenencia de una tal “teología” al conjunto y armonía de la fe cristiana, y las objeciones justificadas a la misma, fueron paulatinamente despejadas. Primero, por el Papa san Pablo VI, quien consideró que en el núcleo mismo del Evangelio la categoría de la “liberación” es un componente “propio” del mismo, sin el cual el anuncio quedaría incompleto y su resultado en las personas y las comunidades no sería genuino[37].

Dos intervenciones más por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe anduvieron en el mismo sentido, de modo que tanto la mencionada categoría, así como la auténtica y eclesial noción de “opción preferencial por los pobres” quedaron legitimadas en la reflexión teológica, en la acción pastoral y en la vida de la Iglesia[38].

Así las cosas, podemos entender de qué manera se deben considerar como parte del Magisterio de la Iglesia – recogido en el mencionado (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia) – tanto la determinación de la “dignidad eminente del pobre” – a considerarse como una de las categorías fundadas en la revelación – como el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres” – en cuanto directriz y norma para la acción pastoral de todos los fieles cristianos –. Dos textos de este Compendio deben ser mencionados, entonces, a este propósito:

En el primero de ellos (n. 182) se afirma que

El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres[39]: «Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor»[40].

 

El segundo de estos textos lo encontramos en el n. 184, que a la letra dice:

“El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa[41]. La Iglesia «desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables»[42]. Inspirada en el precepto evangélico: «De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia» (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: «Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios»[43], aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia»[44]. Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber «para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia»[45]. El amor por los pobres es ciertamente «incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta»[46] (cf. St 5,1-6).”

 

Por todo lo anterior bien podemos entonces comprender por qué el S. P. Francisco[47] ha insistido en la “dignidad eminente de los pobres” como uno de los ejes centrales e insustituibles de su servicio, y, en consecuencia, como clave esencial de interpretación de todo su ministerio y programa de gobierno. En efecto, colocó en la programática exhortación apostólica de su primer año de pontificado, Evangelii gaudium, todo un título, el II del Capítulo IV, “La dimensión social de la evangelización”, al que denominó “la inclusión social de los pobres”, y lo dotó de cinco solemnes subtítulos y treinta párrafos.

El S. P. afirmó allí que no queda duda de la existencia de una vinculación inescindible entre la fe cristiana y el compromiso social del cristiano. Por razón de la práctica de las virtudes teologales, por supuesto, pero también por constituir elemento esencial de la naturaleza y de la misión de la Iglesia, por brotar de la Eucaristía y por ser testimonio de la autenticidad de la oración cristiana. Y, por sobre todo, debido a que Cristo Jesús es el punto de partida de nuestra fe: es Él, “hecho pobre, siempre cercano a los pobres y excluidos[48]” (n. 186), la más profunda razón de dicha vinculación.

En segundo término, el Evangelio que Jesús anunció tiene unas consecuencias sociales. Jesús mismo las expuso cada vez que resaltó la importancia y la necesidad de la misericordia, como expresión de auténtica caridad, como afirma la Escritura. Asumir tales consecuencias es la mejor muestra de la sincera aceptación y fidelidad al Evangelio, de que no se “ha corrido en vano” (cf. Ga 4,11; Flp 2,16), como San Pablo ya lo afirmaba: “No olvidar a los pobres” (cf. Ga 2,10). La opción por los últimos es "un signo que no debe faltar jamás", dice el Papa, no como algo extrínseco a la fe o al trabajo humano cristianamente vivido, sino como un aspecto esencial, que pertenece al corazón del Evangelio. En nuestros tiempos, como también ha sucedido en el pasado, contra las fuerzas de una “cultura individualista hedonista pagana” se ha de ejercer “una resistencia profética contracultural”, similar a la que ejercieron los Padres de la Iglesia imbuidos como estaban de esa verdad que había penetrado tan profundamente sus modos de pensar y de obrar (cf. n. 193). Hoy, quizás más que ayer, debemos cuidarnos de no estar vigilantes sólo de no errar en lo que creemos o debemos creer de la fe, sino de no haber hecho de nuestra parte, por “pasividad, indulgencia o complicidad culpables”, todo cuanto está a nuestro alcance para que se solucionen “situaciones de injusticia intolerables” y se agoten “los regímenes políticos que las mantienen” (cf. n. 194).

En tercer término, muchos están esperando que los cristianos actuemos dentro del contexto social, económico y político del momento. Sus voces, los gritos de los pobres, se levantan urgiéndolo, pidiendo que no nos hagamos los de los oídos sordos, clamando que no nos quedemos en la comodidad y el individualismo, sino que procuremos una ayuda efectiva a los necesitados y contribuyamos efectiva y definitivamente a mejorar el mundo. Esto significa trabajar por resolver las causas estructurales de la pobreza y de las pobrezas, sin descuidar de hacer también las acciones más sencillas y cotidianas de solidaridad (cf. n. 188). Pero ello exige que cambiemos muchas veces de mentalidad y nuestras actitudes interiores.

Para todo el pueblo de Dios, en consecuencia, debe resultar claro por qué los pobres poseen en la Iglesia, y deberían poseerlo también en el mundo, “un lugar privilegiado”. Y toda la tradición de la Iglesia así lo respalda y lo testimonia. Sin este contenido del Evangelio, afirmaba el Papa San Juan Pablo II, su anuncio “aun siendo la primera caridad, correría el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día”[49].

El Papa Francisco en Evangelii gaudium indica que la “opción por los pobres” es ante todo una “categoría teológica” antes que “cultural, sociológica, política o filosófica” (n. 198). Si bien es cierto que es necesario resolver los problemas de los pobres atacando las causas estructurales de la pobreza, como se ha mencionado antes, el compromiso cristiano “no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y de asistencia” sino en lo que él denomina una “atención amante”:

Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis»[50]. El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor»[51], y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?»[52].” 

Para los católicos, considera el Papa,

La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (n. 200).

Y prosigue el Papa su llamado de atención dirigiéndose a todos, en especial a los laicos, y encomendándoles de modo particular trabajar esta línea de acción, pues “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos” (n. 201): los laicos, en particular aquellos que se mueven en “ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales”, deberían tener presente que

“Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social" (n. 201)[53].

Pero también a aquellos que se dedican a actividades relacionadas con la economía y con la política les encarece no olvidar que

“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (n. 203).

Y, en este punto, a todos nos previene de un peligro real y próximo, y nos habla de la sinceridad de su intención al hacerlo:

“Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos” (n. 207).

“Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra” (n. 208).

El Papa nos pide, además, “cuidar la fragilidad”. Lo señala en los nn. 209-216. Allí se refiere a esas “nuevas formas de pobreza”: los que no tienen techo y viven en las calles, los que tienen dependencia de las drogas, los refugiados, los pueblos indígenas, los inmigrantes, los ancianos, los y las que son hechas objeto de trata y de esclavitud laboral, los niños por nacer, las mujeres que se sienten tentadas a abortar, todas las criaturas indefensas de una tierra cada día más contaminada…

Al pobre se lo debe colocar en su lugar privilegiado, y hacerlo apoyados en el amor. Él, a su manera, también “nos evangeliza”, y nos llama a que, como decía Santo Tomás de Aquino, “lo consideremos uno con nosotros mismos”[54].

Atender a los pobres, con un servicio gratuito, opuesto totalmente a la manipulación de los pobres por motivos o intereses personales o políticos, nos habla de la “belleza del Evangelio” (n. 195), y del valor que ellos encierran, pues en ellos se ve a Cristo:

Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n. 198). 

No podemos terminar estas notas sin mencionar el origen de la expresión “dignidad eminente de los pobres”. Fue el Papa Pío XII quien lo recordó hace hoy ochenta años, en un discurso del Domingo 20 de marzo de 1941:

“¡Qué diferente sonido producen por el contrario y qué tan altos afectos suscitan los conmovedores consejos que los Caballeros de Malta han recibido de sus tradiciones más añejas, herencia más preciosa que el recuerdo de los gloriosos hechos de armas efectuados por la Orden en defensa de la Cristiandad! Ya la antigua Regla recomendaba a los Hermanos de San Juan contentarse con una comida sencilla y con vestidos modestos, porque, agregaba, «Domini nostri Pauperes, quorum servos nos esse fatemur, nudi et sordidi incedunt, et non convenit servo, ut sit superbus, et Dominus eius humilis» (“Pobres de nuestro Señor, de quienes nosotros nos hemos hecho siervos, nudos y miserables se encuentran, y no conviene al siervo que sea soberbio, mientras que su Señor es humilde”). Y la antigua fórmula de admisión de los Hermanos en la Orden, después de haberlos advertido que se engañarían si se llegaren para ser bien vestidos, para tener bellos caballos y vivir a su antojo, compendiaba todo esto en estas palabras: «Nos promittimus esse servi Slavi Dominorum Infirmorum» (“Nosotros prometemos ser siervos del Esclavo de los Señores Enfermos”)[55]. ¡Siervos esclavos de los pobres y de los enfermos! Expresiones toscas del tiempo de las Cruzadas, que debían tener después un eco resonante, transformadas, en la magnífica lengua de (J. B.) Bossuet, pronunciadas ante los Grandes y ante las Damas de la Corte de Luis XIV, para exaltar «l’éminente dignité des pauvres dans l’Eglise» (“la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia”); pero el sentido fundamental de dichas expresiones se mantiene inmutable, el mismo que la Orden ha sabido conservar en sus obras. A estos pobres, a estos huérfanos, a estos heridos, a estos leprosos les reconoce las cartas de nobleza recibidas en Belén de aquel Rey de Reyes que «egenus factus est, cum esset dives, ut illius inopia vos divites essetis» (2 Cor. 8, 9) (“se hizo pobre, aunque era rico, para que con su pobreza vosotros seáis ricos”): ciertamente, vosotros no os contentáis socorriéndolos con vuestras generosidades, sino que los amáis y los respetáis, como los primeros cortesanos de nuestro común Rey”[56].

Razones de sobra tenemos, por lo tanto, para considerar la necesidad de educar y de educarnos en la fe a partir de este principio del todo fundamental.

 



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[1] Diversos puntos de esta comunicación se encuentran más ampliamente tratados en mi texto (Mejía Álvarez, 2004).

[2] https://dle.rae.es/pobreza Edición 23a de 2014 o del Tricentenario de la Real Academia de la Lengua.

[3] Asumo para esta sección el estudio “pobres” de Léon Rov, O. S. B. (Fontgombault), en (León-Dufour, Xavier (ed. dir.) - Guillet, Jacques - De Vaulx, Jules, 1965, págs. 620-623).

[4] (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2006, pág. n. 183)

[5] Para ampliar la información de toda esta sección sugerimos la obra de (Sierra Bravo, 1967).

[6] Ou,k a,rostrafh,sh ton e,ndeo,menon, sugkoinwnh,seij de, pa,nta tw adelfw sou kai. ou.k ereij i-dia ei-nai. Ei. gar e,n tw a,qana,tw koinwnoi, este, po,sw mallon e,n toij qnhtoij Véase en (Ruiz Bueno, 2002) (Ruíz Bueno, 2019, págs. 81-82).

[7] Se ha de recordar en este contexto, sin embargo, que siempre se trata de “las ganancias propias” (“propriis reditibus”) y que a los pobres se les debe comunicar, por supuesto, no lo que pertenece a “otros” (¡?), sino “de lo que ha sido ganado con el esfuerzo propio” (ex propriis reditibus) como señala el c. 222 § 2. Cf. (Mejía Álvarez, 1996). La tradición en este sentido se remonta hasta las cartas de Beda el Venerable, hasta donde he podido encontrar (Beda, 731), pero probablemente el primero que la empleó en su idioma griego fue Orígenes.

[8] Digesto 7.6.5.pr; 18.6.8.2; 41.1.10.5; 1.8.1.1. Sobre el tema pueden verse: (Pedre López, 2017); (Escobar Córdoba, 2006)

[9] Dt 21,10-14: “Cuando salgas a combatir contra tus enemigos, y el Señor, tu Dios, los ponga en tus manos, si tomas algunos prisioneros y entre ellos ves una mujer hermosa que te resulta atrayente, y por eso la quieres tomar por esposa, deberás llevarla a tu casa. Entonces ella se rapará la cabeza, se cortará las uñas, se quitará su ropa de cautiva y permanecerá en tu casa durante un mes entero, llorando a su padre y a su madre. Sólo después de esto podrás unirte a ella para ser su esposo, y ella será tu mujer. Pero si más tarde dejas de quererla, le permitirás disponer de sí misma, y no podrás venderla por dinero ni maltratarla, porque la has violentado.”

[10] (Denzinger, Henricus - Schönmetzer, Adolfus, 1967 (34a), pág. nn. 1; 2; 5; 11; 21; 27; 29; 40. ) Continúa así la tradición monoteísta que evoca y asume el primer momento de la historia de la salvación: “Creced y multiplicaos y regid la tierra” (Gn 1,28-29); “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2,15).

[11] Es decir, los bienes de la salvación, y en particular la comunión eucarística.

[12] En (Sagrada Congregación para el Culto Divino, 1980, pág. 30).

[13] (Ruíz Bueno, 2019, pág. 857)

[14] (Basilio Obispo de Cesarea, 1857, págs. 275-277)

[15] (Ambrosio, Obispo de Milán, 1845, págs. 747, c. 12, n. 53)

[16] (Agustín, Obispo de Hipona) Sermón sobre el Salmo 95, n. 15. Hace referencia también a 1Co 4,7.

[17] Véase, al respecto, mi Curso de Derecho Canónico, en: http://teologocanonista2016.blogspot.com/2019/02/l_6.html

[18] En los Canones apostólicos (siglo IV), el n. 40; el concilio de Antioquía (341), en el c. 24; el concilio de Cartago (419) en los cc. 22 y 81; el Concilio de Calcedonia (451) en el c. 22, cf. (Alberigo, Josephus et alii (Curantibus), 1973, pág. 97); etc.

[19] “Por derecho divino todas las cosas son comunes a todos, mas por derecho de constitución humana esto es mío, aquello es de otro”.

[20] Al final de la Distinción VI explica esa diferencia: “«In lege et evangelio naturale ius continetur; non tamen quecumque in lege ét evangelio inveniuntur, naturali iuri coherere probantur. Sunt enim in lege quedam moralia, ut: non occides et cetera, quedam mystica, utpote sacrificiorum preceptor, et alía his similia. Moralia mandata ad natura ius spectant atque ideo nullam mutabilitatem recepisse monstrantur. Mystica vero, quantum ad superficiem, a naturali e probantur aliena, quantum ad intelligentiam, inveniunt sibi annexa; ac per hoc, etsi secundum superfici esse mutata, Lamen secundum moraletm intelligentiam mutabilitatem nescire probantur. § 1. Naturale ergo ius ab exordio rationalis naturae incipiens, ut supra dictum est, manet immobile. Ius vera consuetudinis post naturalem legem exordium habuit, ex quo homines convenientes in unum ceperunt habitare; quod ex eo tempore factura creditur, ex quo Cain civitatem edificasse creditur. . . » : «El derecho natural está contenido en la ley y en el evangelio; sin embargo, no todo lo que está contenido en la ley y en el evangelio se prueba que pertenece al derecho natural. Porque hay en la ley algunas cosas morales como: no matarás y otras, algunas cosas místicas como los preceptos de los sacrificios y otros semejantes a ellos. Los preceptos morales pertenecen al derecho natural y por ello se demuestra que no han admitido mutabilidad alguna. Mas los místicos, en cuanto a su significación aparecen ajenos al derecho natural; en cuanto a su inteligencia, aparecen unidos a ellos; y por esto, aun cuando aparezcan cambiados en su significado, sin embargo, se prueba que desconocen la mutabilidad en cuanto a su inteligencia moral. § 2. Por tanto, el derecho natural, que comienza desde el principio de la creatura racional, como se ha dicho, permanece inmutable. Mas el derecho determinado por la costumbre tuvo principio después de la ley natural, desde que los hombres reuniéndose comenzaron a habitar juntos; lo cual se cree haber sucedido desde que Caín se dice que edificó una ciudad. . .».

[21] Summa Theologica II-II q. 66, a. 2, ad 1um.

[22] Ibíd.

[23] Véase el texto, al menos parcialmente, en (Gómez Latorre, 1992) y en el artículo de César Cervera, del 21 de mayo de 2019, “El auténtico (y primer) fraile español que denunció las crueldades que sufrían algunos indios en América”, en:

https://www.abc.es/historia/abci-autentico-y-primer-fraile-espanol-denuncio-crueldades-sufrian-algunos-indios-america-201905210112_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F

[24] Véanse en (Martínez de Salinas, María Luisa - Pérez-Bustamante, Rogelio, 1991). Entre las normas que se establecieron en ese momento como “medidas de protección” en favor de los indios, y, por lo mismo, caracterizadas por la humanidad y la benevolencia más que por la justicia, se han de mencionar aquellas que establecían una regulación de su trabajo, jornal, alimentación, vivienda e higiene junto con su cuidado; se determinó que hubiera para cada encomienda visitadores que estuvieran observando el cumplimiento de tales leyes; se prohibió, además, la aplicación de castigos contra ellos, salvo en caso de resultar culpables en los procesos, y que a las mujeres con más de cuatro meses de embarazo se les exigiera trabajar.

[25] (Luque-Alcaide, 1 1992).

[26] (León XIII, 1891).

[27] Deben mencionarse entre ellas, la psicología, la historia, el derecho, los estudios literarios, etc.

[28] Recuérdese a este propósito mi investigación El anuncio, acogida, estudio y seguimiento de Jesucristo en el ámbito de una universidad católica, en: https://teologo-canonista2017.blogspot.com/2017/03/pintura-de-la-portada-jesucristo-en-el.html

[29] (Mejía Álvarez, 2004, págs. 163-168)

[30] El Papa mencionó la importancia que tuvo para él, en este punto, la lectura de Henri De Lubac "Catolicismo: aspectos sociales del dogma" (Paris 1938). Lo citó en su encíclica sobre la esperanza cristiana. Véase en: (Benedicto XVI, 2007, págs. nn. 13-14).

[31] (Francisco, 2015)

[32] (Francisco, 2020)

[33] (Francisco, 2021)

[34] Encontramos una expresión similar, sin embargo, en el sentido de que se “dé preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa” (14. Pobreza de la Iglesia, III, n. 9), en (II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1968, pág. 68).

[35] (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1979).

[36] 27 de enero de 1979.

[37] En la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi escribía el Papa: “9. Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a Él. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de manea definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre [cf. Mt. 24, 36; Act. 1, 7; 1 Tes. 5, 1-2.]. […] 29. La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. […] 30. […]  La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización. 32. No hay por qué ocultar, en efecto, que muchos cristianos generosos, sensibles a las cuestiones dramáticas que lleva consigo el problema de la liberación, al querer comprometer a la Iglesia en el esfuerzo de liberación han sentido con frecuencia la tentación de reducir su misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de reducir sus objetivos, a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad —olvidando toda preocupación espiritual y religiosa— a iniciativas de orden político o social. Si esto fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos. No tendría autoridad para anunciar, de parte de Dios, la liberación. Por eso quisimos subrayar en la misma alocución de la apertura del Sínodo "la necesidad de reafirmar claramente la finalidad específicamente religiosa de la evangelización. Esta última perdería su razón de ser si se desviara del eje religioso que la dirige: ante todo el reino de Dios, en su sentido plenamente teológico"[62].” Etc. (Pablo VI, 1975).

[38] Nos referimos en primer término a la Instrucción Libertatis nuntius del 6 de agosto de 1984 “sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación”, en: (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984); y, en segundo término, a la Instrucción Libertatis conscientia “sobre la libertad cristiana y la liberación”, del 22 de marzo de 1986, en: (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1986).  

[39] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), I/8, en: AAS 71 (1979) 194-195.

[40] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42: AAS 80 (1988) 572-573; cf. Id., Carta enc. Evangelium vitae, 32: AAS 87 (1995) 436-437; Id., Carta ap. Tertio millennio adveniente, 51: AAS 87 (1995) 36; Id., Carta ap. Novo millennio ineunte, 49-50: AAS 93 (2001) 302-303.

[44] San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21: PL 77, 87: «Nam cum quaelibet necessaria indigentibus ministramus, sua illis reddimus, non nostra largimur; iustitiae potius debitum soluimus, quam misericordiae opera implemus».

[45] Concilio Vaticano II, Decr. Apostolicam actuositatem, 8: ASS 58 (1966) 845; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2446.

[47] Para este texto he empleado materiales tomados de (Pellitero, 2014).

[48] Asumiendo el lenguaje de la sociología y de las teorías explicativas de la pobreza, muchos documentos emplearon la expresión “marginados”; posteriormente se ha empleado la expresión “excluidos”.

“Marginación, deriva del latín “amargo”, que propició la palabra, margen, frontera, del indoeuropeo 'erg- frontera, según explica (Gómez de Silva, 1995, pág. 439). Por lo tanto, es aquello que se mantiene en un espectro que delimita lo permisible o aceptable, de lo que escapa por alguna cuestión: vivencial, económica, política, ideológica, etc. En sociologíamarginación por desventaja económica, profesional, política o de estado social, grupo que debe integrarse a algunos de los sistemas de funcionamiento social (integración social). La marginación puede ser el efecto de prácticas explícitas de discriminación —que dejan efectivamente a la clase social o grupo social segregado al margen del funcionamiento social en algún aspecto— o, más indirectamente, ser provocada por la deficiencia de los procedimientos que aseguran la integración de los factores sociales, garantizándoles la oportunidad de desarrollarse plenamente.

Los orígenes del concepto exclusión social se ubican en Francia, donde su uso explícito comienza ya a mediados de los años 60 del siglo recién pasado en un informe escrito por el Comisario General del Plan Pierre Massé, para consagrarse a partir del libro publicado en 1974 por René Lenoir, Secretario de Estado para la Acción Social del gobierno gaullista francés, bajo el título de Les exclus: Un Français sur dix”: en (consulta del 22 de mayo de 2021): https://es.wikipedia.org/wiki/Marginaci%C3%B3n  

[49] (Juan Pablo II, 2001, pág. n. 50)

[50] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 110, art. 1.

[51] Ibíd., I-II, q. 26, art. 3.

[52] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 50: AAS 93 (2001), 303.

[53] Cf. Instrucción Libertatis nuntius, de 1984, XI, 18.

[54] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 27, art. 2.

[55] Cf. Lucae Holstenii, Codex Regularum, t. II, pg. 445-448.

[56] (Pío XII, 1941): “Quale differente suono rendono invece e quali più alti affetti suscitano i commoventi consigli che i Cavalieri di Malta hanno ricevuto dalle loro tradizioni più vetuste, eredità ancor più preziosa che il ricordo dei gloriosi fatti d’arme compiuti dall’Ordine in difesa della Cristianità! Già l’antica Regola raccomandava, ai Frati di San Giovanni di contentarsi di un vitto semplice e di vestiti modesti, perchè, aggiungeva, «Domini nostri Pauperes, quorum servos nos esse fatemur, nudi et sordidi incedunt, et non convenit servo, ut sit superbus, et Dominus eius humilis». E l’antica formula di ammissione dei Fratelli nell’Ordine, dopo averli avvertiti che si ingannerebbero se venissero per essere ben vestiti, avere bei cavalli e vivere a loro agio, compendiava tutto in queste parole: «Nos promittimus esse servi Slavi Dominorum Infirmorum»). Servitori schiavi dei poveri e dei malati! Rudi espressioni del tempo delle Crociate, che dovevano poi avere un’eco trasformata, risonante nella magnifica lingua di Bossuet, allorchè avanti ai Grandi e alle Dame della Corte di Luigi XIV prendeva ad esaltare «l’éminente dignité des pauvres dans l’Eglise»; ma il cui senso fondamentale resta immutato, quel medesimo che l’Ordine ha saputo conservare nelle sue opere. A questi poveri, a questi orfani, a questi feriti, a questi lebbrosi, esso riconosce le lettere di nobiltà ricevute a Betlemme da quel Re dei Re che «egenus factus est, cum esset dives, ut illius inopia vos divites essetis» (2 Cor. 8, 9): né voi vi contentate di soccorrerli con le vostre larghezze, ma li amate e lì rispettate, come i primi cortigiani del nostro comune Re”.