viernes, 3 de julio de 2009

Dimensiones constitutivas de la persona humana

Iván Federico Mejía Álvarez, i.c.d., th. d.



Queremos recoger enseguida unas notas acerca de lo que pudiéramos considerar como elementos necesarios en orden a la elaboración de una concepción “recta” e “integral” de la persona humana. A diversos autores, ciertamente, habría que acudir para obtener una descripción detallada de cada uno de los tópicos aquí presentados. Sin embargo, lo que pretendemos hacer aquí será, sí, algo fundamental, pero mucho más modesto: queremos presentar, en forma casi esquemática, lo que se ha dado en llamar, no sin acierto, dimensiones constitutivas de la persona humana, de modo que poseamos un referente logrado a partir de una introspección de la propia experiencia humana y de las ciencias que se ocupan de alguna manera del hombre, y que se pueda emplear en orden a una síntesis válida de antropología, de ética y moral.

El ser humano, ante todo, nos aparece como algo tremendamente complejo, y, más aún, misterioso. Se trata, en efecto, del “misterio personal” que es cada uno de nosotros, y que constata el hecho de que es más lo que desconocemos de nosotros mismos, que lo que conocemos. Particularmente en nuestro tiempo ha crecido la conciencia, en cada vez una mayor parte de la humanidad, de que somos ese misterio, de alguna manera más trascendente y lleno de dignidad, exigente de respeto, sobre todo cuando se quiere llegar hasta él.

No estamos considerando al ser humano, pues, desde una abstracción realizada por la reflexión metafísica, que gusta más de definir lo que es una persona humana. Nos inclinamos, más bien, por lo que las ciencias dedicadas al estudio del hombre, y especialmente la psicología, suelen llamar la personalidad humana.

Se trata entonces de efectuar un acercamiento a los elementos que la constituyen y a los elementos que influyen sobre ella, sobre una persona concreta. Esta es un ser ser sensible, mujer o varón, niño, joven o adulto... Se busca comprender cómo es y cómo ha llegado a ser, cuáles son los elementos que lo constituyen, cómo funcionan, cuáles pueden ser sus relaciones y sus recíprocos influjos, etc. Todo ello es necesario, especialmente al momento en que necesitamos conocer a la mujer y al hombre para tratarlos, y, en nuestro caso, para contribuir en su educación [1].

1. El ser humano ha de ser considerado desde lo bío-fisiológico, es decir, en su dimensión corpórea.

[2]
Nuestros órganos “internos”

El ser humano existe como parte del cosmos. El ser humano puede ser considerado una síntesis del universo en que habita: nace, vive y muere igual que cualquier otro viviente; tiene sus raíces en la materia, y de ella se nutre; mediante su trabajo se la apropia, la adapta a sus necesidades y la transforma; en su actuar, a veces también la destruye, pero siempre la marca con su propio sello humano [3].

El cuerpo humano inserta a cada persona, ecológicamente, en la naturaleza de la que hace parte: en él se hacen presentes todos los así llamados “reinos”. Y entre el hombre y la naturaleza, gracias al “cuerpo que él es” [4], se establecen diversas relaciones. Más aún, se establece una relación de tipo vital [5], porque el hombre requiere de la naturaleza para su subsistencia; pero recíprocamente también, porque la naturaleza sin el hombre carece de sentido, sin su trabajo, cuidado y puesta en producción.
Así mismo, las del todo especiales condiciones de su hábitat, le permiten diversos tipos de adaptación y de adaptabilidad, tras milenios de sucesiva evolución de sus características y de sus habilidades excepcionales, que le han llevado en nuestros tiempos, entre otras cosas, a la “creación de ambientes artificiales” para su pervivencia.

Se trata en el hombre de una cada vez más refinada y más compleja especialización de células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas que son como el entramado que le permite a cada uno sentir sensaciones, expresar sentimientos, manifestar instintos y establecer relaciones con el mundo, consigo mismo y con los demás [6].
Es el hombre un cuerpo sexuado, en el que se imbrican las diversas características genéticas, las “sexuales” y las propias de su sistema nervioso, en forma tal que se distingue particularmente de los demás seres vivos. Característica que, así mismo, lo hacen mujer y varón, distintos una del otro, pero complementarios, y al mismo tiempo necesitados entre sí para establecer mínimamente su sociabilidad constitutiva.

Esas mismas características lo hacen apto no sólo para una compatibilidad interracial, sino, a nuestros ojos, la expresión y la posibilidad, más aún, el reto, para obtener una unidad y armonía de todo el género humano.

Con todo, este ser corpóreo que es el ser humano experimenta diversas necesidades y limites a este nivel:

Lo encontramos, en primer lugar, tremendamente desvalido e indefenso, en especial al comienzo de su existencia, requiriendo de todo, y muy particularmente, de comunicación, calor y afecto, insustituiblemente de sus padres, de tal forma que su desarrollo pleno se vería grave e irreversiblemente comprometido en caso de faltar.

Sufre, además, de hambre, frío, calor y sueño..., y también de dolor y enfermedad; experimenta, gracias a su corporeidad, la acción de la afectividad sobre su dimensión constitutiva social, una necesidad fuerte de relacionarse de alguna manera con los demás y de sentirse perteneciente a un grupo que, inclusive, lo defienda.

A primera vista estos fenómenos que tratan de explicar la psicología, la antropología y la sociología parecieran responder, como “automatismos”, a las exigencias del ambiente o de la propia instintualidad. Pero esas mismas ciencias pueden alcanzar a percibir que se trata en el hombre de un funcionamiento no pura, si sola, ni siempre prevalentemente automático, aún si se consideran los procesos biológicos y fisiológicos implicados, conformados ellos en orden a la conservación de la propia vida y a la defensa gregaria de la especie. Por eso debemos examinar ahora otra dimensión constitutiva. del ser humano.

2. El ser humano considerado desde lo psicológico: dimensión psíquica o anímica del ser humano.

[7]
¿Quién es mujer, quién es varón?

Como hemos dicho, la persona humana se halla enraizada en lo sensible, en lo visible, en lo terrenal, en lo temporal. Esto nos permite señalar que su ser es radicalmente bueno, con la bondad de que participa cuanto existe. La persona humana, con todo, emerge en medio del cosmos del que hace parte gracias a otra serie de elementos constitutivos entre los que podemos mencionar, en primer lugar, su racionalidad.

Esta racionalidad se va desarrollando a través del crecimiento individual y de la interrelación social por medio de los procesos propios del entendimiento y de la voluntad [8], que dan lugar a que puedan manifestarse, en las condiciones propias de cada individuo y de cada ambiente vital histórico, la libertad individual, la apertura al Trascendente o Absoluto, y a lo que va más allá de lo visible y del tiempo. Examinemos el campo, que es bien amplio, y requiere elementos aportados por la fisiología, pero también por la observación externa y por la introspección:

Los constitutivos físicos de la personalidad son varios: sistemas diversos, aparatos, órganos, estructuras macro y microscópicas. Especialmente importante es, para nuestro propósito, el sistema nervioso, en razón de su relevancia para las manifestaciones psíquicas.

Los fenómenos fisiológicos son también importantes: igualmente ellos influyen sobre la personalidad. De entre ellos se ha de tener especialmente en cuenta el sistema endocrino u hormonal.

Existen también fenómenos psíquicos sensitivos:

Los sentidos externos, que son más de cinco —pues el tacto percibe sensaciones de calor, frío, dolor y presión-, y que reciben desde lo externo sensaciones varias. Tales sensaciones son luego unificadas, integradas y transformadas en percepciones y puestas luego en una forma de consciencia por el sentido central. Posteriores a estas sensaciones y percepciones, algunas de ellas quedan como imágenes, otras como recuerdos.

Existe, en consecuencia, una facultad para conservar o reproducir tales imágenes: es también otro sentido, pero interno, al que se denomina la imaginativa.
Las imágenes pueden desaparecer de la memoria y mantenerse en un estado más o menos inconsciente. Forman parte de la psiché, y, aún sin ser cognoscitiva, influyen tanto sobre la conciencia como sobre el comportamiento general del individuo. Se la denomina el inconsciente.

Este inconsciente abarca todas las nociones, impresiones, recuerdos, tendencias, complejos, conmociones, que no son actualmente conocidas por el individuo, pero que, sin embargo, existen e influyen sobre su conducta. Nuestra comprensión del término es, pues, diversa, de la comprensión de Freud sobre el mismo: para él el inconsciente es sólo una parte del descrito, la que es relegada por la censura o el super—yo, y es de orden innato e instintivo.

Los antiguos conocían la existencia de las tendencias, a las que denominaron “pasiones”, y de los hábitos o costumbres. Todo ello, a nuestro entender, lo consideramos parte del inconsciente.

En medio de las nociones conscientes e inconscientes existe también un margen de nociones subconscientes; se trata de nociones no actualmente presentes, pero fácilmente reversibles a la conciencia, ya que ésta conserva con aquéllas cierta relación más o menos directa, y las puede evocar.

En la esfera psíquica sensitiva existen también sentimientos sensitivos y tendencias o impulsos sensitivos:

Los sentimientos sensitivos son estados de ánimo. En su expresión más simple pueden ser de placer o de displacer. Estos suscitan tendencias o impulsos, bien sea a favor o en contra del objeto que ha suscitado esos sentimientos.
Ahora bien, tanto los sentimientos como las tendencias sensitivas no son libres, sino necesarias. Una vez se presenta el fenómeno psíquico que suscita un sentimiento, no se puede no experimentar tal sentimiento, y, en consecuencia, no puede dejarse de sentir tal tendencia, de atracción o de repulsión. Tocará a la facultad intelectiva ver si adhiere o no a los movimientos señalados por le psiché sensitiva.

Según esto, debe resaltarse que los sentimientos sensitivos y las tendencias de esa misma naturaleza son suscitados como un fenómeno de orden psíquico, y no sólo por sensaciones o conocimientos. Por lo cual, pueden existir al origen de ellos —como en el caso de un sentimiento, por ejemplo, o en el despertarse de una tendencia­- un fenómeno consciente (como serían una imagen, sensaciones, recuerdos, etc.), o un fenómeno inconsciente (como podrían ser complejos, frustraciones, reflejos condicionados). Más aún, de ellos surgirán no sólo sentimientos, sino motivaciones, sean ella conscientes o inconscientes [9].

Igualmente existe en el hombre la psiché intelectiva, unida a la psiché sensitiva, pero por encima de ella:

Esta intelectiva consta propiamente de un intelecto o entendimiento, con su capacidad de abstracción, de juicio y de raciocinio; de la libre voluntad; y de los sentimientos intelectivos o espirituales [10].

El intelecto se sirve de las imágenes sensibles para llegar, mediante el proceso de abstracción total, a los conceptos; y mediante el proceso intelectivo, regresa a las imágenes.

Ahora bien, aun cuando la dependencia entre los fenómenos de la psiché intelectiva y sensitiva no sea directa, como se da entre efecto y causa, sino indirecta, sin embargo ella es necesaria, de tal modo que, de manera ordinaria, no puede existir vida intelectiva sin vida sensitiva. Aún más, se puede admitir, con toda probabilidad, una correlación entre perfección de la psiché sensitiva y la de la psiché intelectiva, si bien al presente no sea posible determinar más que grosso modo la mayor o menor perfección de 1a psiché sensitiva.

Pero ciertamente si la psiché sensitiva influye sobre la psiché intelectiva, con mayor razón la vida vegetativa influirá sobre la sensitiva, y viceversa, por cuanto se trata de fenómenos de la misma naturaleza (material), si bien de órdenes diversos y pertenecientes a un mismo individuo.

Dada la íntima relación entre los tres grados de la vida (vegetativa, sensitiva e intelectiva), un hecho material puede tener repercusiones incluso en las facultades intelectivas. Y, al contrario, un fenómeno místico intenso puede repercutir en la afectividad sensitiva y hasta en fenómenos orgánicos. Estos hechos nos permiten hablar de la interacción entre alma y cuerpo.

Describamos aún más este aspecto: Mediante los procesos del entendimiento la persona se interroga, busca, conoce y valora en orden a la verdad. Mediante los procesos de la voluntad ella elige, decide y se ordena a sí misma realizar acciones en orden al bien. Cada acto de libertad que una persona realiza es capaz de expresar la opción [11] que haya hecho de darle un sentido a su vida, a sus relaciones con el cosmos y con sus semejantes, así como ser un paso decidido y sólido hacia la construcción de sí misma, de su realización y de su liberación. Porque cuando se actúa con conciencia moral y con sentido de su responsabilidad, cultivando las propias capacidades y habilidades, y respondiendo ante unas realidades (propias o externas) que frecuentemente reclaman o invitan a cerrarse sobre sí mismo, la personalidad no sólo se despliega y enriquece, sino que llega a responder “con calidad total” a su más profunda vocación.

Así actuando, el hombre va construyendo un imbricado tejido de nuevas relaciones que manifiestan su innata apertura a un cosmos al que también puede contemplar y conocer, apropiarse y transformar; pero también, y ello igualmente está en su mano, explotar y destruir sin consideración, y acaparar [12].

El cuerpo, entonces, es vehículo necesario para que la persona pueda expresar inclusive lo suyo más íntimo, su pensamiento más recóndito, su proyecto más noble; para entrar en un contacto humanizante con el cosmos; para entablar una relación “encarnada” con los demás y, junto con ellos, diseñar y construir un proyecto histórico a todos los niveles de lo que es su cultura y son sus culturas: grupos humanos cuyas riquezas y diversidades se desarrollan amplia y armónicamente, sabiendo afrontar las dificultades, los miedos, los riesgos, las derrotas, y también las victorias... Unas comunidades que crean originales y distintos símbolos y signos, capaces de expresar, mediante lenguajes, relaciones con sus coetáneos y con las generaciones venideras, y de conservar un patrimonio común con las generaciones pasadas en relación con lo que sienten, piensan, creen y esperan...

El ser humano que actualmente existe, y que es el que queremos y debemos considerar, es, entonces, simultánea e indivisiblemente, espíritu encarnado, o también, carne espiritualizada; nunca se da el uno sin la otra; y ambos se implican en su totalidad, como lo hemos intentado describir. Por ello, la más íntima alegría tiene también su adecuada somatización; así como el dolor que se experimenta en algún órgano o miembro del cuerpo afecta, igualmente, a nuestro estado general emocional.

Gracias a esta dimensión psicológica y espiritual la persona es capaz, por tanto, de penetrar en el universo de los valores morales y del bien, es capaz de tomar conciencia de que su existencia posee sentido, y de que puede optar por el bien, pero también por el mal.

Sin duda alguna, también a este nivel la persona humana experimenta necesidades especificas (de comunicación, de solidaridad, de efecto y ternura, de apoyo), así como sus propias limitaciones y condicionamientos (afectividad, hábitos, carácter, inconsciente), no sólo de tipo psicológico sino también sociológico y cultural; y, aún, obstáculos efectivos que le impiden decidir y actuar (violencia, miedo, ignorancia, transtornos neuróticos y psicóticos). Pero como a diario lo podemos constatar, siempre queda un ámbito, así sea mínimo -salvas las patologías siempre posibles— para que en nuestra conciencia podamos orientar nuestra existencia y actuar movidos e inducidos por convicción interna personal [13].


3. El ser humano considerado desde lo socio—cultural: la dimensión social.

[14]
Como se habrá podido apreciar, cuanto más se examinan las diversas dimensiones del ser humano, y las relaciones recíprocas que se establecen entre ellas, más se puede apreciar su enorme complejidad. Así, al llegar a la dimensión social –y a su realización histórica- nos encontramos con un objeto de estudio cuya vastedad, implicaciones y dinamismo son tales que se hace imperioso acudir a una especie de especialización que permita conocer a fondo la naturaleza y el funcionamiento de los fenómenos que en ese territorio se suceden. Pero, al mismo tiempo y teniendo presente la desafiante y delicada unidad del hombre, no pueden dejarse de captar las tendencias a la armonía y a la síntesis de tan grande diversidad.

Para realizar nuestro propósito, advertido al comienzo de estas líneas, vamos apenas a mencionar algunos de los principales campos del conocimiento que nos acercan al hombre y a sus actividades, a fin de intentar captarlo en su acontecer:
La relación varón—mujer es considerada, con justa razón, la primera relación propiamente humana. Tal humanidad se caracteriza por la mutua igualdad en la dignidad que se han llegado a reconocer hombres y mujeres, así como en la calidad que ha de expresarse en todo su trato, particularmente en la esfera de las relaciones denominadas “intimas matrimoniales”.

En efecto, la comunicación interpersonal que la caracteriza es descrita ya por los autores bíblicos como el encuentro entre dos que son carne de su carne y hueso de su hueso: “varona”, en la traducción que hace alguno para expresar los términos queridos por el autor hebreo, porque del varón ha sido sacada. Texto que luego fue glosado por san Ireneo de Lyon para expresar la igualdad ontológica que percibía en cada hombre y mujer. El texto, tal como hoy lo interpretan los exégetas, habla de una reciprocidad fundamental en la relación esponsal, y nunca de una primacía ni histórica ni mucho menos ontológica, en el querer original de Dios, según aparece en los relatos “etiológicos” del libro del Génesis (1,27 ss).
La entrega recíproca, según el mismo texto, es significada también por el aspecto carnal de la unión. De esa manera se asume el significado simbólico esponsal del cuerpo [15], se lo hace cumplir su implícito destino, el cual no consiste en cerrarse sobre sí mimo, sino en lograrse y realizarse plenamente mediante el don de sí que es la característica esencial del amor humano, don por el cual el ser humano trasciende, como dijimos, hacia el nivel de la libertad, de los valores y del sentido de la vida, del espíritu y de lo divino.

La mutua entrega de estos dos que se aman con amor matrimonial no absorbe, sin embargo, al uno en el otro, no los desintegra en sus peculiaridades; los considera siempre, por el contrario, en la propia riqueza de la individualidad. Así se evita “cosificar” al otro y manipularlo en sus pensamientos, en sus gustos o en sus condiciones propias de ser, mientras que, por el contrario, lo ayuda a ser él mismo, en su originalidad. De ahí que la mutua entrega permita seguir aportando al otro, en su comunicación, la riqueza de su permanente desarrollo, y así la unión de ambos se afirma y consolida más.

El amor está formado, por tanto, por características comunes a los que se aman y por características individuales, amalgamadas de tal forma que permiten la integración personal de cada uno de ellos y la integración esponsal de ambos. “Permiten”, decimos, pues ello se logra con la benevolencia de los esposos, es decir, con tal de que ellos quieran nutrir y renovar permanentemente su decisión.
A este sentido unitivo del amor esponsal va inseparablemente unida la apertura de ambos a acoger una nueva vida humana, conforme al principio “amor diffussivum sui” (“el amor es difusivo de sí mismo”). Se trata de la sincera disposición de los esposos a mostrar una solidaridad que va más allá de ellos mismos, una solidaridad que se manifiesta en la decisión y en la actuación en favor del respeto por esa nueva vida, en favor de la promoción de los valores que le son propios suyos y de su originalidad propia.

Estas experiencias humanas, típicas de la pareja, se ven, sin embargo, asediadas por distintas limitaciones, de las que también ella debería ser consciente, y que son analizadas por las diversas ciencias humanas. Para hacerlo es siempre conveniente tener presente el criterio de que no es lo mismo la “fisiologia” (término que empleamos aquí analógicamente, por supuesto) de las relaciones humanas, que su “patología”, cosa que con mucha frecuencia se olvida.

A partir de esta imagen muy comprometedora de lo que es la realidad esponsal podemos considerar también los otros ámbitos del obrar típicamente humano. Y, en primerísimo lugar, el económico.

Este ámbito económico pone al ser humano -individual y socialmente considerado- en una forma de relacionarse con el cosmos a la que se puede denominar primordial y prioritaria: aquella que le permite existir y subsistir, al sacar de los recursos materiales, mediante su raciocinio y su trabajo, aquellos alimentos y demás elementos que le son necesarios o convenientes. Porque el hombre, para vivir, requiere no sólo de alimento y vestuario, sino de otros bienes y servicios que, movido por un deseo incontenible de conducir una vida cada vez más plena en todas sus dimensiones [16], lo llevan a crear.

Y con estas creaciones suyas compite con sus semejantes en la búsqueda y la consecución de cuanto requiere, en una verdadera lucha por la vida que reviste, muchas veces, caracteres implacables y de aniquilación del otro. Por eso debe el hombre ejercer una permanente advertencia y dominio de sí mismo en esta área tan importante como delicada, de modo que su legítima voluntad de vivir no se convierta en destructora tanto de la naturaleza como de la sociedad a la que pertenece.
Así mismo, de esa ansia incontrolada se originan el deseo y la rabia de consumir y de acumular -cosas desconocidas incluso por el simple animal-, y que nada tienen qué ver con la necesidad de vivir.

Por el contrario, un manejo racional y razonable de estas fuerzas lo hacen “más humano”, lo socializan y restauran sus vínculos con la naturaleza, con los demás y consigo mismo, permitiéndole integrar su trabajo de investigación y de transformación, con la contemplación, la solidaridad y la comunión [17].

Otro ámbito de la actividad humana tiene que ver con aspectos “sociales con implicaciones económicas”. Nos referimos a aquellos aspectos que hacen referencia a la vivienda, a la salud, a la educación, a la “seguridad social” (no sólo al seguro social), y a la migración, entre otras necesidades. Se trata, sin duda, de un campo amplio y definitivo que contribuye a la “personalización” o “humanización” de la mujer y del hombre, pero todavía insatisfecho aún hoy en día para grandes segmentos de la población latinoamericana, y de la humanidad, porque se ha quedado en un cúmulo de proyectos. Ámbito éste que desafía de manera particular a la conciencia del cristiano llamado a buscar una transformación tanto de las conductas personales como de las estructuras de esa misma sociedad.

Conjuntamente con los aspectos anteriores la actividad humana se realiza también en el área específicamente “social”, la cual se refiere a las relaciones de un individuo directamente con los demás, y que incluye aquellos factores relativos a lo laboral y profesional, a lo urbano-rural, a las estratificaciones y la movilidad social, al analfabetismo, a los tipos de familia, a la integración familiar, la fecundidad y la delincuencia, entre otros.
En conjunción con todo esto la actividad humana se despliega también en lo que se denomina “la cultura” y que, en cierta manera, recoge o asume todo lo dicho e inclusive otros aspectos más. El campo “cultural” abarca cuanto produce el hombre, sea material o no, todas sus actividades y sus creaciones. Por eso en el ámbito cultural se hacen presentes todas las relaciones anteriores, y además las formas institucionales que cada pueblo y sociedad se quiere dar, en lo político y en lo jurídico, por ejemplo.

La política, en su sentido más general, hace relación a las fuerzas, instituciones y formas de organización que existen en una sociedad que se estructura a la manera de un Estado. Este, a su vez, está llamado a organizar al conjunto de sus miembros, a motivarlos y a colaborarles en el logro de sus propósitos comunes e individuales, y en la resolución y conciliación de sus diferencias. La política, por tanto, tiene que ver con la forma como una sociedad se ha organizado y ha distribuido el poder, así como con el grado de participación que ella a sí misma se da para la obtención de sus fines. Todo ello queda consignado en la institución política u ordenamiento jurídico fundamental, a saber, la Constitución Nacional.

Ahora bien, los diferentes “partidos” (pero también otras “fuerzas” o “movimientos”), a partir de un “proyecto de hombre” deseado o idealizado por una colectividad, elaboran su “proyecto histórico” en el que convergen esos ideales y aspiraciones comunes. Con este “proyecto histórico”, a su vez, producen su “proyecto socio-político”, en el cual se clarifican los objetivos, criterios, estrategias y programas, y con el cual se presentan a la comunidad para que ella opte entre las diferentes alternativas en orden a obtener de la manera que mejor opina las metas señaladas en la Constitución.

Pero la cultura comprende también todas las demás normas de una sociedad y los objetos inmateriales y simbólicos que ella considera válidos y que transmite a sus miembros mediante diversos procesos de socialización (la educación, los medios de comunicación, la religión, el folclor…); y sus actitudes, saberes y los sistemas de valores por los que se guían. Por eso la cultura hace referencia a la libertad del hombre, y, más aún, a su capacidad de apertura y de entrega a los otros y al Otro, y a las maneras como expresa todo ello. Relaciones éstas que pueden realizarse en la creatividad y en el respeto, pero también, lamentablemente, en la manipulación y aún en la destrucción del otro.

En la cultura se integran, por último, los objetos que fabrican y utilizan los miembros de una comunidad.

Como podemos ver, la cultura, por tanto, no se restringe a ser una especie de “adorno”, propio de ciertas personalidades ricas en conocimientos literarios, artísticos y científicos, o que están en manos de quienes han alcanzado altos niveles de educación. Pero sí hacen parte de ella las actividades relativas al descubrimiento y aplicación de las leyes de la naturaleza inscritas en el cosmos (ciencias naturales), en el hombre, en sus comunidades y en sus instituciones (ciencias sociales); y las relativas a las ciencias hermenéuticas (filosofía, historia, antropologías, teología), que buscan el por qué y el para qué de la vida humana e investigan sus proyectos y sus límites en orden a obtener su anhelada superación y realización conforme a la valoración que hace de sí misma, su dignidad, y señalando los criterios según los cuales se debería obrar para afianzarla y consolidarla (ética y derecho).

Y, por último, el área estética, en la que se incluyen las artes, y, también, en cierto modo, lo religioso, por cuanto tienen que ver con las expresiones creativas simbólicas y bellas, y con la celebración de Quien, por excelencia, es la Belleza, la Verdad y el Bien.


Todo lo anterior, que hemos señalado como dimensiones interactivas constitutivas de la personalidad humana considerada en su integralidad, quedaría incompleto, sin embargo, si no dejáramos al menos indicado lo siguiente:

En primer lugar, que esta diversidad de componentes se encuentra necesariamente implicada por factores condicionantes de orden no sólo orgánico y hereditario sino también de orden socio-cultural, que pueden facilitar desarrollo humano, o bien, dificultarlo, e incluso impedirlo.

Se trata en el caso de éstos últimos de factores que no obran sólo a la manera de un ejemplo o modelo que una comunidad considera como el comportamiento ideal y típico para sus miembros; encontramos que ellos también obran presentando verdaderos obstáculos, conscientes o inconscientes, para que sus miembros puedan desenvolverse en todos los campos (factores económicos, sociales, raciales, etc.).
En segundo lugar, y en consonancia con lo anterior, las diversas dimensiones de la personalidad humana, no se dan sino dentro de un contexto o situación bien caracterizada, y que sin dicho contexto no es posible comprender cabalmente los procesos que se producen en un individuo gracias a su interrelación con el ambiente. Las diversas dimensiones humanas, en consecuencia, son ciertamente afectadas por la dimensión histórica, y a su vez ésta es producto de las acciones realizadas por el hombre.
Tercero, que así cada una de las manifestaciones del hombre reclame para sí un ámbito para la definición y el desarrollo de su legitima autonomía (lo que produce diversos saberes, disciplinas, técnicas y ciencias), se refieren, sin embargo, al mismo hombre, simultáneamente uno y múltiple; y que no pueden evitar su connotación de relativas y, en consecuencia, su exigencia de Absoluto.

[1] El problema requiere ser tratado, sin duda, desde diversas perspectivas. Presentamos a continuación una muy breve exposición, en la que expresamos algunos puntos de nuestra comprensión del hombre, a partir de las investigaciones realizadas por Vittorio MARCOZZI s.j. en su obra Antropologia psicologica (Roma 1978 4ª ).
[2] http://www.anatomia3d.com/ios.jpg
[3] Esta conciencia de la realidad llevó al Concilio Ecuménico Vaticano II a afirmar: “Con el ejercicio infatigable de su ingenio a lo largo de los siglos, la humanidad ha realizado grandes avances en las ciencias positivas y en el campo de la técnica”: Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo moderno, n. 15.
[4] En palabras del filósofo Gabriel Marcel en su Diario metafísico.
[5] Puede verse al respecto el documento de Edouard Boné sobre Fe y Biología en la colección de textos de Conferencias que diversos autores han pronunciado en nuestra Universidad bajo el patrocinio de la Facultad de Teología.
[6] En el programa de estudios actual (1999) de la Facultad de Ciencias es éste el tema correspondiente al IV semestre para los alumnos con énfasis en ciencias biológicas.
[7] http://www.teknologeek.com/?cat=4&paged=2
[8] Tendremos ocasión de volver sobre el tema al tratar de la “ontonomía” en el nivel relativo a la moral fundamental.
[9] Tendremos ocasión de volver sobre el tema al tratar de la libertad en el nivel relativo a la moral fundamental.
[10] Una consideración del desarrollo de esta área de la personalidad bien valdría la pena hacer cada cual. Tendremos ocasión de proponerlo durante nuestros cursos.
[11] Dedicaremos, igualmente, al tema de la opción fundamental una aproximación propia.
[12] En el nivel dedicado a los problemas relativos a la moral social volveremos sobre este importantísimo asunto, que, sin embargo, deberá acompañar todo el proceso de nuestras reflexiones desde ahora.
[13] El Concilio Vaticano II, en Constitución citada en la nota 2, decía: “Pero el hombre no puede orientarse al bien sino libremente… Así pues, la dignidad del hombre requiere que obre según consciente y libre elección, es decir, de una manera personal, movido e inducido desde dentro y no por un ciego impulso interno o bajo una mera coacción externa. El hombre obtiene tal dignidad cuando, liberándose de la cautividad de toda pasión, sigue su fin en una buena elección libre y se procura auxilios adecuados con eficacia y habilidad. La libertad del hombre, vulnerada por el pecado, no puede plena y eficazmente ordenarse hacia Dios si no es con la ayuda de la gracia de Dios. Y cada uno dará cuenta de su vida ante el tribunal de Dios, según que haya realizado el bien o el mal ( 2 Corintios 5,19)” (n. 20).
[14] http://aromperlanoche.wordpress.com/2008/03/25/frases-para-terminar-con-la-novia/
[15] Sobre el tema del matrimonio y la familia el Concilio Vaticano II presentó su propia visión en la Constitución ya citada, segunda parte, capítulo I.
Por su parte, el significado esponsal del cuerpo humano fue el tema sobre el cual el S. P. Juan Pablo II desarrolló tres años de catequesis de los miércoles al comienzo de su pontificado. Por eso también la entrega carnal, característica y exclusiva de la unión matrimonial, ha sido privilegiada por Dios para ser símbolo, y más aún, sacramento de su alianza con el hombre. Recuérdense, por ejemplo, los textos de Oseas 2 y Ezequiel 16,23, y, muy especialmente, de Efesios 6.
[16] Habría que examinar si la expresión “calidad de vida”, hoy en día tan empleada como criterio de desarrollo social, verdaderamente cumple con esta exigencia.
[17] También a este aspecto el Concilio Vaticano II en la segunda parte de la Constitución Gaudium et spes (mencionada en la nota 2) dedicó un capítulo que, oportunamente sería conveniente leer.

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