Iglesia y
Sinodalidad en Basilio de Cesarea:
Un enfoque
trinitario y práctico[*]
Orlando Solano Pinzón, PhD[1]
Contenido
1.
Una mirada al contexto de la Iglesia en el “Siglo de Oro”
2.
Aspectos destacados de su testimonio sinodal
2.1.
La fe Trinitaria (unidad y comunión)
2.2.
La Filantropía Divina como motor de la Iglesia
2.3.
La Iglesia como Cuerpo de Cristo y Fraternidad
3.
Aportes de Basilio al ejercicio sinodal de la Iglesia hoy
Introducción
El presente escrito busca hacer un aporte a la reflexión
sobre la experiencia sinodal, a partir del testimonio de la tradición de los
Padres de la Iglesia, representada en Basilio de Cesarea, quien recibió el
apelativo de “Magno” no por una sola persona específica, sino que fue un
reconocimiento posterior y colectivo dentro de la tradición cristiana,
especialmente en la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Católica. Es un autor que
realizó una ingente labor teológica y pastoral en el desarrollo de su ministerio
y es reconocido como doctor de la Iglesia, por el aporte realizado a la
inteligencia de la fe. Para el desarrollo de la intencionalidad antes
mencionada, se hace alusión a algunas ideas de contextualización de su
experiencia eclesial; posteriormente, se abordan algunos aspectos de su
testimonio sinodal, para finalizar con algunas ideas que ayuden a destacar la
vigencia de su aporte al ejercicio sinodal de la Iglesia hoy.
1. Una mirada al contexto de la Iglesia en el
“Siglo de Oro”
El adjetivo “Siglo de Oro” de la Patrística se refiere a un
período crucial en la historia de la Iglesia, marcado por la consolidación del
cristianismo tras los edictos de tolerancia de Galerio (311) y Constantino y
Licinio (313), que pusieron fin a las persecuciones romanas[2].
Este nuevo ambiente permitió la
consolidación y expansión del cristianismo con desarrollos significativos en su
estructura jerárquica, prácticas litúrgicas, su papel en la sociedad, la
economía, la construcción de basílicas y la creación de importantes obras
eclesiásticas[3].
Durante este tiempo, el cristianismo pasó de ser tolerado a
convertirse en la religión oficial del Imperio Romano con el edicto de
Tesalónica de Teodosio I (380)[4].
La identidad cristiana pasó del martirio a la vida monacal, influenciada por el
surgimiento del monacato cenobítico, del cual Basilio será reconocido como uno
de los grandes organizadores del monacato oriental[5].
Sin embargo, surgieron disputas teológicas significativas, como la controversia
arriana sobre la divinidad del Hijo, que llevó al Concilio de Nicea (325), y la
disputa sobre la divinidad del Espíritu Santo, central en el Concilio de
Constantinopla I (381).
Basilio de Cesarea, personaje principal de esta
comunicación, vivió y ejerció su labor pastoral en un contexto marcado por
intensas disputas teológicas y tensiones políticas, entre las que destaca la
hostilidad del emperador Valente, partidario del arrianismo[6].
Su pensamiento eclesiológico, profundamente trinitario, se refleja en sus
cartas, homilías y tratados, donde articula una visión de la Iglesia como
realidad unida al misterio del Dios Uno y Trino. Para él, la eclesiología no es
un saber aislado, sino inseparable de la teología trinitaria. Esta comprensión
se traduce en una praxis pastoral orientada a la unidad y la ortodoxia. Su
legado se caracteriza por una defensa decidida de la fe y un compromiso
constante con la sinodalidad, especialmente en contextos de crisis eclesial,
que se irán desarrollando a lo largo de esta exposición.
2. Aspectos destacados de su testimonio sinodal
Aunque san Basilio no equipara explícitamente los términos
“Iglesia” y “sínodo”, en sus cartas se percibe una profunda identificación
entre ambos conceptos desde una perspectiva teológica y pastoral. La Iglesia
es, para él, el ámbito donde se actualiza la comunión en la fe, mientras que el
sínodo representa su expresión concreta, especialmente en contextos de
discernimiento, corrección y restauración de la unidad. Al referirse a la
“santa y teófila synodos” (Carta 226), Basilio no la distingue de la Iglesia,
sino que la presenta como su manifestación viva y fiel a la verdad revelada. En
su defensa de la fe de Nicea y en su insistencia en la necesidad de encuentros
sinodales para resolver divisiones, muestra que el sínodo no es un órgano
externo, sino una forma privilegiada de ser Iglesia.
Así, aunque no los equipara terminológicamente, en su
pensamiento y práctica pastoral, Iglesia y sínodo se entrelazan como realidades
inseparables, donde la sinodalidad es expresión de la vida eclesial en su
dimensión más auténtica: comunión, verdad y caridad. En su comprensión de la
Iglesia no hay una preocupación por explorar sistemáticamente la naturaleza y
la estructura de la misma. Por esta razón, los aspectos que dan cuenta de dicha
comprensión han de rastrearse en sus obras, particularmente en sus cartas, en
las cuales se hacen evidentes las convicciones que brotan de su experiencia de
fe que permea toda su existencia[7].
En Basilio no hay separación y menos ruptura entre el acto de creer (fides qua)
y el contenido de la fe (fides quae)[8],
por este motivo, los fundamentos que sustentan su comprensión y vivencia de la
dinámica eclesial/sinodal están asociados al menos a tres: la fe Trinitaria
(unidad y comunión), el amor de Dios a la humanidad (Philantropia divina) y el
símbolo de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
2.1. La fe
Trinitaria (unidad y comunión)
La eclesiología de Basilio de Cesarea se basa en la Trinidad
como modelo originario de comunión, no solo como un dogma, sino como la fuente
viva que inspira la estructura y misión de la Iglesia. Para Basilio, la Iglesia
es la realización histórica del designio eterno de Dios: concebida por el
Padre, realizada por el Hijo y vivificada por el Espíritu Santo. Esta comunión
trinitaria, caracterizada por la unidad en la diversidad, se refleja en la vida
eclesial, donde la pluralidad de carismas y ministerios no rompe la unidad,
sino que la enriquece. Así, la Iglesia se configura como un reflejo visible de
la armonía divina, en la que cada miembro tiene un papel único pero integrado
en el conjunto.
Desde esta perspectiva, la sinodalidad —el “caminar juntos”—
es una expresión concreta de la comunión trinitaria. No se trata de una simple
organización, sino de una participación activa en la vida divina, donde cada
fiel aporta sus dones al servicio del Cuerpo de Cristo. Cristo, como Cabeza,
une lo humano y lo divino, haciendo de la Iglesia un espacio de comunión
anticipada con Dios. El Espíritu Santo, descrito por Basilio como “fuente de
santidad, poder que da vida, gracia que otorga perfección” (Carta 105)[9],
garantiza que esta comunión sea
dinámica, guiando la diversidad hacia la verdad plena. Así, la sinodalidad se
convierte en una manifestación viva del Espíritu, que distribuye los carismas
para la edificación de la Iglesia, haciendo de ella un organismo espiritual,
vivo y en constante discernimiento.
2.2. La Filantropía Divina como motor de la Iglesia
La eclesiología de Basilio de Cesarea se fundamenta en la
filantropía divina, entendida como el amor de Dios hacia la humanidad, que da
origen y sentido a la existencia y misión de la Iglesia[10].
Este amor se manifiesta en la economía de la salvación, donde el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo actúan en comunión para redimir y santificar al ser humano
(Carta 260)[11]. Basilio
presenta a Dios como el “verdadero Filántropo” (Carta 268)[12],
y a cada persona divina como partícipe activo de esta compasión: el Padre desea
la salvación de todos, el Hijo entrega su vida por la Iglesia, y el Espíritu
Santo actúa como “espíritu que ama a las personas”. Esta visión trinitaria del
amor se convierte en el modelo que debe inspirar la vida eclesial.
Desde esta perspectiva, la Iglesia está llamada a reproducir
la misericordia divina mediante el servicio al prójimo, especialmente a los más
necesitados. Basilio lo ejemplificó con la creación de la Basiliada[13],una
institución caritativa que encarnaba el amor trinitario en la práctica social.
Para él, la comunidad cristiana debía reflejar la unidad y el amor de la
Trinidad, haciendo de la filantropía una norma de vida[14].Esta
unidad se expresa en la oikeiôsis bautismal, la íntima comunión del
creyente con Dios, y en la acción pastoral de los ministros, quienes deben
actuar con ternura y amor en Cristo. Así, la Iglesia no solo proclama el
Evangelio, sino que lo vive como una comunidad transformada por el amor divino.
2.3. La Iglesia como Cuerpo de Cristo y Fraternidad
Basilio utiliza diversas metáforas para describir la
Iglesia, destacando su unidad, interdependencia y guía divina. La imagen
central es la del Cuerpo de Cristo, de origen paulino, que simboliza la
cohesión y cooperación entre los fieles[15].Esta
unidad debe abarcar tanto Oriente como Occidente, integrando a todos los
miembros de la Iglesia. La fraternidad es el rasgo más distintivo de su visión
eclesial, aplicada a la Iglesia universal, las Iglesias locales y las
comunidades monásticas[16].Esta
fraternidad implica armonía, ausencia de conflictos y conciencia de la
presencia divina. Basilio se inspira en la comunidad cristiana primitiva
descrita en los Hechos de los Apóstoles (2:42; 4:34). Para él, la unidad
eclesial es el bien supremo[17].Las
divisiones, en cambio, son profundamente dolorosas y contrarias al espíritu
cristiano, ya que rompen la unidad del bautismo[18].
3. Aportes de Basilio al ejercicio sinodal de la
Iglesia hoy
En el actual redescubrimiento eclesial de la sinodalidad
como dimensión constitutiva de la vida de la Iglesia, la figura de San Basilio
de Cesarea ofrece aportes significativos para una comprensión teológica
renovada.
3.1.Espiritual
El carácter espiritual de la experiencia eclesial y sinodal
de San Basilio se manifiesta en su constante referencia al Evangelio como
fuente de discernimiento, norma de vida y fundamento de la comunión. En sus
cartas, Basilio no solo defiende la verdad revelada, sino que la encarna en su
modo de enseñar, corregir y acompañar. En este sentido afirma: “nuestro Dios es
la verdad misma” (carta 265)[19],
desde esta certeza el conocimiento de Dios debe ser el centro de toda
inteligencia y acción pastoral. Esta convicción guía su defensa de la fe de
Nicea (carta 125)[20],
su llamado a la unidad (carta 67)[21]
y su insistencia en que el seguimiento del Evangelio exige fidelidad incluso en
los detalles más pequeños de la vida cristiana (carta 173)[22].
Ahora bien, para Basilio, el Evangelio no es solo un mensaje, sino una forma de
vida que transforma a la Iglesia desde dentro.
Desde esta perspectiva, la espiritualidad de Basilio no es
intimista ni evasiva, sino profundamente pastoral y profética. En la carta 226,
dirigida a los ascetas, expresa que su alma solo encuentra descanso en el
progreso espiritual de los hermanos, y su horizonte es escatológico: que todos
“brillen en la gloria de los santos en el día de nuestro Señor Jesucristo”. Su
fidelidad al Evangelio se traduce en estructuras de comunión, acogida y
participación, y en una pedagogía que forma en la verdad con caridad. Así, la
sinodalidad en Basilio es una experiencia espiritual vivida: una Iglesia que
discierne, ora, sufre y actúa unida, guiada por el Espíritu y sostenida por la
esperanza de que “el Señor, que todo lo convierte en bien para los que lo aman”
(cf. Rom 8,28), completará la obra iniciada en la fidelidad al Evangelio.
3.2.Realidad encarnada
El carácter encarnado de la experiencia eclesial y sinodal
de San Basilio se expresa en sus cartas mediante una profunda implicación
personal, comunitaria y espiritual frente a los conflictos y desafíos de la
Iglesia de su tiempo. Para Basilio, la sinodalidad no es un simple ejercicio
administrativo o doctrinal, sino una vivencia concreta de comunión, sufrimiento
compartido y corresponsabilidad pastoral. En la carta 91, dirigida a Valeriano,
obispo de Iliria, por ejemplo, habla de la “hambruna de amor” que aflige a las
Iglesias y agradece las cartas fraternas como “agua fresca para el alma
sedienta” (cf. Prov 25,25), mostrando cómo la comunión espiritual se
experimenta corporalmente en medio de la distancia y la persecución. En la
carta 66, dirigida a Atanasio, su llamado al obispo de Alejandría para que
intervenga en favor de la unidad no responde solo a una estrategia
eclesiástica, sino que nace del dolor por la ruina de las Iglesias y del deseo
de restaurar el cuerpo de Cristo herido.
En la carta 70, dirigida a las Iglesias de Armenia, propone
un sínodo no como una formalidad, sino como un acto de sanación, comparando la
situación de la Iglesia con un barco a punto de naufragar y apelando a la
responsabilidad mutua como miembros de un mismo cuerpo. Esta misma visión se
refuerza en otras cartas, como la 242, dirigida a los Occidentales, donde
implora ayuda para las Iglesias de Oriente, mostrando una sinodalidad concreta
y solidaria frente a la persecución; la 227, dirigida a los clérigos de
Colonie, en la cual exhorta a la unidad entre pastores y fieles.
Además, la 265, dirigida a Eulogio, Alejandro y
Harpocration, obispos exiliados de Egipto, en la cual insiste en la fidelidad
doctrinal y disciplinaria; la 288, sobre hombre inicuos, donde aplica la
corrección fraterna como medio de preservar la santidad comunitaria; y la
34,1dirigida a Basilio, en la cual se recurre a la imagen del cuerpo para
describir la armonía eclesial. En todas ellas, la sinodalidad se presenta como
una experiencia profundamente encarnada: vivida en la carne de los hermanos
perseguidos, en la oración compartida, en la escritura de cartas como acto de
comunión, y en la esperanza activa de que el Espíritu Santo restaure la unidad
desde dentro del sufrimiento.
3.3.Liderazgo pastoral
En las cartas 70, 90 y 92, San Basilio revela con claridad
su liderazgo pastoral orientado a restablecer la concordia y la unidad de las
Iglesias en medio de una profunda crisis eclesial. Ante la expansión de la
herejía arriana y la fragmentación de las comunidades cristianas, Basilio asume
un papel activo como mediador y promotor de la comunión entre Oriente y
Occidente.
En la carta 70, dirigida a las Iglesias de Armenia, propone
la convocatoria de un sínodo como medio para restaurar la paz y la armonía
entre los obispos, apelando a la tradición apostólica y al ejemplo de los
Padres. En la carta 90, dirigida a Eusebio obispo de Samosata, junto a otros
obispos orientales, dirige una carta sinodal a los obispos de Occidente,
informándoles de la situación crítica y solicitando su apoyo para reafirmar la
fe ortodoxa y fortalecer la comunión eclesial. Finalmente, en la carta 92,
dirigida a la Iglesia de Neocesarea, Basilio insiste en la necesidad 8 de una
acción conjunta, exhortando a los obispos de Italia y Galia a intervenir con
decisión para frenar la descomposición doctrinal y disciplinaria. Su liderazgo
se manifiesta en su capacidad para articular una visión teológica clara,
movilizar alianzas intereclesiales y sostener la esperanza de unidad en medio
del conflicto.
3.4.Comunión eclesial
La preocupación por la comunión eclesial es un eje
fundamental en las cartas de San Basilio, donde se conjugan la defensa de la
unidad doctrinal con una sensibilidad pastoral ante las divisiones internas. En
la carta 288, sobre hombres inicuos, aplica el principio evangélico de
corrección fraterna no como castigo, sino como medio de sanación para el
pecador y para la comunidad. En la carta 265, dirigida a Eulogio, Alejandro y
Harpocration, obispos exiliados de Egipto, advierte contra la admisión imprudente
de herejes, subrayando que la verdadera unidad no puede basarse en acuerdos
superficiales, sino en la fidelidad a la fe ortodoxa. Para Basilio, la comunión
no es solo una estructura visible, sino una realidad espiritual que exige
verdad, caridad y responsabilidad compartida.
Esta preocupación se intensifica en las cartas 66, 67 y 69,
dirigidas a Atanasio de Alejandría, donde Basilio expresa su angustia por la
fragmentación de la Iglesia en Oriente, especialmente en Antioquía.
Reconociendo la gravedad de la situación, apela a la autoridad espiritual de
Atanasio para promover una acción sinodal que restaure la unidad. Propone
reconocer a Melecio como cabeza legítima por su ortodoxia y vida ejemplar, y
buscar soluciones conciliadoras para los demás grupos. En la carta 261, dirigida
a los de Sozopóle, insiste en que la comunión espiritual no depende de la
cercanía física, sino de la afinidad en el Espíritu. Así, Basilio muestra que
la comunión eclesial es una tarea espiritual y pastoral que requiere
discernimiento, diálogo y una firme adhesión a la verdad del Evangelio.
3.5.Voz profética
El talante profético del ejercicio eclesial/sinodal de
Basilio se manifiesta en sus cartas a través de su capacidad para discernir los
signos de los tiempos, denunciar con valentía las injusticias y desviaciones
doctrinales, y llamar a la conversión y a la unidad desde una profunda
fidelidad al Evangelio. En cartas como la 125 dirigida a Eustasio de Sebaste,
la 70 dirigida a las Iglesias de Armenia, la 90 dirigida a Eusebio obispo de
Samosata y la 92 9 dirigida a las iglesias de Neocesarea, Basilio se presenta
como una voz que clama en medio de la crisis eclesial, advirtiendo sobre la
ruina espiritual de las Iglesias si no se restaura la comunión y la fidelidad a
la fe de Nicea. Su lenguaje es directo y, en ocasiones, severo, como cuando
denuncia a quienes “rechazan la verdad” o “pisotean la caridad” (cf. carta 125)[23],
o cuando lamenta que “la enseñanza de los Padres es despreciada y las
tradiciones apostólicas son ignoradas” (carta 90)[24].
Como los profetas bíblicos, Basilio no teme quedar solo ni
ser incomprendido, y asume el sufrimiento como parte de su misión: “primero me
deprimí al ver que la verdad había sido despreciada por los hijos de los
hombres, y luego temí por mí mismo, no fuera que, además de mis otros pecados,
incurriera en misantropía” (carta 169)[25].
Su palabra profética no se limita a la denuncia, sino que también ofrece
esperanza, exhorta a la unidad y llama a la responsabilidad pastoral de los
líderes de la Iglesia. Este perfil se refuerza en otras cartas, como la 261,
donde se le compara implícitamente con Jeremías (cf. Jer 1,10), o la 244,
dirigida a Patrófilo obispo de la Iglesia de Egeas, donde llama a “fortalecer
lo que está enfermo y preparar para la piedad lo que está sano”. En la carta
287, sobre hombres inicuos, defiende con firmeza la autonomía de la Iglesia
frente a la intromisión del poder civil. Así, Basilio encarna un liderazgo
profético que combina discernimiento, denuncia, intercesión y propuesta de
caminos de comunión.
3.6.Pedagogía sinodal
La pedagogía sinodal de San Basilio se manifiesta en sus
cartas como un modo de acompañar, formar y corregir a las comunidades
cristianas desde una profunda conciencia eclesial y espiritual. En lugar de
imponer, Basilio propone caminos de comunión y discernimiento, como se ve en la
carta 238, dirigida a los sacerdotes de Nicópolis, donde consuela a los
presbíteros expulsados por su fidelidad, interpretando su sufrimiento como una
forma de purificación y testimonio. En la carta 92, dirigida a la iglesia de Neocesarea,
describe con ternura y admiración cómo los fieles oran al aire libre durante la
persecución arriana, mostrando que la perseverancia y la oración compartida son
escuela de fe. Esta pedagogía se basa en una lectura espiritual de la historia,
donde el dolor y la fidelidad se convierten en medios de formación comunitaria.
Además, Basilio desarrolla una enseñanza progresiva y
adaptada a las realidades concretas. En la carta 235, dirigida a Anfiloquio
obispo de Iconio, distingue entre conocimiento y fe, subrayando que esta última
se fortalece a través de la experiencia y la acción del Espíritu. En la carta
226, dirigida a los ascetas, aplica una pedagogía personalizada, como un médico
que adapta el remedio a cada enfermedad espiritual. Esta actitud se refuerza en
la carta 125, dirigida a Eustasio de Sebaste, donde propone la fe de Nicea como
base común, acogiendo incluso a quienes han estado en el error, siempre que
confiesen sinceramente la verdad. Así, su pedagogía sinodal combina claridad
doctrinal, condescendencia pastoral y una firme apuesta por la unidad, formando
a los creyentes en la verdad compartida y en la esperanza activa de que el
Espíritu Santo restaure la comunión eclesial.
Conclusión
En un contexto de crisis doctrinal y fragmentación eclesial,
San Basilio de Cesarea supo conjugar la firmeza en la verdad con una apertura
al diálogo, y el rigor doctrinal con una condescendencia pastoral orientada a
la unidad. Esta tensión fecunda sigue siendo profundamente actual: sugiere una
Iglesia que no renuncia a la verdad del Evangelio, pero que la comunica con
caridad, pedagogía y esperanza. Su comprensión de la Iglesia, aunque no
formulada en un tratado sistemático, se articula desde una visión trinitaria
integral, donde convergen la dimensión mística, litúrgica y social de la vida
eclesial. La Iglesia, en su pensamiento, es el espacio donde se actualiza el
designio salvífico del Padre, realizado por el Hijo encarnado y perfeccionado
por el Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva, la pedagogía sinodal de Basilio
ofrece claves teológicas y prácticas para una Iglesia que busca hoy encarnar
con fidelidad el misterio trinitario en su estructura, misión y estilo de vida
comunitario. Su insistencia en la centralidad del Evangelio, la oración
compartida, la escucha mutua y la búsqueda del bien común eclesial propone una
sinodalidad que no se agota en eventos o documentos, sino que se encarna en
relaciones, decisiones y estructuras al servicio del Pueblo de Dios. En tiempos
de polarización y desafíos globales, el testimonio de Basilio anima a construir
una Iglesia que camina unida, discerniendo con sabiduría, actuando con
justicia y confiando en que el Espíritu Santo sigue guiando su historia.
Bibliografía
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Moreschini, C. (2005). Introduzione a Basilio il Grande.
Brescia: Morcelliana
Orlandis, J. (2012). Historia de la Iglesia: La Iglesia
antigua y medieval. Madrid: Ediciones Palabra.
Notas de pie de página
[1] Doctor
en Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Docente de tiempo
completo de la Facultad de Teología de la misma universidad; miembro del grupo
de investigación Academia. ORCID: 0000-0003-4446- 626X. E-mail:
o.solano@javeriana.edu.co
[2] 2
Véase, Daniélou, Jean, - Marrou, Henri-Irénée, Nueva Historia de la Iglesia T.
I. Cristiandad: Madrid, 1964, 270-273.
[3] Véase,
Grossi & Di Berardino, La chiesa
antica: ecclesiologia e istituzioni, 97-104.
[4] Véase,
Orlandis, José, Historia de la Iglesia. La Iglesia Antigua y Medieval,
Ediciones Palabra: Madrid, 2012, 82-83.
[5] Para
Konstantinos Bonis (Academia de Atenas), Basilio fue el eclesiástico más
destacado de su tiempo, “[…] Sobresalió como pastor, administrador y maestro,
como opositor del arrianismo y otras herejías, como asceta y como padre del
monacato en Oriente”. Fedwick,
Basil of Caesarea: Christian, Humanist, Ascetic, XLII.
[6] Véase,
Fernández, Samuel. «Eusebio de Cesarea y la Controversia Arriana. Una Nueva
interpretación Del estallido de la crisis». Estudios Eclesiásticos. Revista de
investigación e información teológica y canónica 99, no. 389 (mayo 31, 2024):
413–443.
[7] 7
Véase, Druzhinina, The
ecclesiology of St. Basil the Great: a trinitarian approach to the life of the
Church, Pickwick Publications: Eugene, Oregon, 2016, 1-2.
[8] Según
Moreschini: “Ma l'ortodossia non era
l'unico interesse di Basilio. Da discepolo di Eustazio, egli era naturalmente
interessato anche alla attuazione pratica della fede cristiana e a sviluppare
un più profondo senso di responsabilità sociale tra i Cristiani. Questo fu
manifestato appieno durante la terribile carestia che colpì la Cappadocia nel
369”. Moreschini, Introduzione a Basilio il Grande, 22.
[9] Basil,
The letters, Carta 105
A las hijas del conde Terencio.
[10] 10
Basilio hace uso del concepto “filantropía” tanto como un atributo divino
fundamental como una virtud humana deseable, enlazándola con la justicia, la
misericordia y la bondad en diferentes contextos.
[11] Al obispo Optimo.
[12] A
Eusebio, que estaba en el exilio.
[13] “Nueva
ciudad”. Según el Nuovo Dizionario
Patristico, la Basiliada tenía como objetivo “acoger y curar a los
leprosos, los heridos, los enfermos, los pobres y los peregrinos. La ciudad que
toma el nombre de Basilio, se presenta como puesta en práctica de los
principios evangélicos de pobreza y de apertura caritativa a quien se encuentra
en necesidad, pobreza y apertura que nace como exigencia intrínseca del ser
seguidor e imitador de Jesucristo. La ciudad de Basilio ejerció una amplia
atracción sobre la gente a tal punto que la ciudad antigua fue abandonada y la
ciudad hospicio de San Basilio mantuvo el nombre de ‘ciudad Nueva’ todavía
después de un siglo”. Bianco, Maria Grazia. Basiliade, en Nuovo Dizionario Patrístico e di Antichità
Cristiane, 720-721. La traducción es nuestra.
[14] A
las diaconisas, hijas del conde Terencio.
[15] Véase
la Carta 220 (A los de Bérée), en la cual Basilio expresa que el pueblo de Dios
vive "en un solo cuerpo", enfatizando la unidad de todos, tanto
hombres con dignidad como magistrados y el clero. La Carta 222 (A los
habitantes de Chalcis), en la cual la Iglesia es descrita como un cuerpo unido.
En la Carta 266 (A Pedro, obispo de Alejandría), en la cual Basilio afirma:
“Todos nos necesitamos los unos a los otros en virtud de la comunidad de
miembros que formamos”.
[16] Basilio
utiliza el concepto de fraternidad de manera recurrente, ya sea directamente
refiriéndose a "hermanos" o implícitamente a través de metáforas como
el "cuerpo de Cristo" o llamamientos a la caridad, la unidad, la
concordia y el apoyo mutuo entre las diferentes comunidades y sus líderes,
destacando la importancia de la unidad doctrinal y la benevolencia en la
Iglesia. Véase, En la Carta 265 (A Eulogio, Alejandro y Harpokratión, obispos
exiliados de Egipto), en la cual Basilio elogia su "solicitud hacia los
hermanos" y su empeño en la "edificación de las Iglesias", por
lo que busca "asociarse" y "unirse por carta" a ellos. La
Carta 243 (A los obispos de Italia y Galia), en la cual Basilio pide buenas
noticias sobre el "celo que tienen para socorrer a sus hermanos".
[17] En
la Carta 157 (A Antíoco) Basilio se refiere directamente a la "unión de
los miembros del cuerpo de Cristo" como "el mayor de los
bienes", lamentando que algunos no la consideren de esta manera.
[18] La
Carta 279 (A Eustacio, obispo de Sebaste) aborda las divisiones y herejías que
causan "tribulaciones a las Iglesias", lo que demuestra la conexión
entre la unidad doctrinal y la paz de la comunidad.
[19] Dirigida
a Eulogio, Alejandro y Harpocration, obispos exiliados de Egipto.
[20] Dirigida
a Eustasio de Sebaste.
[21] Dirigida
a Atanasio de Alejandría.
[22] Dirigida
a Teodora, una canonesa.
[23] Dirigida
a Eustasio Obispo de Sebaste.
[24] 2Dirigida
a Eusebio, obispo de Samosata.
[25] Dirigida
a Gregorio.
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