I. Orígenes y desarrollos de la lengua latina
Latín prístino, latín urbano o clásico, latines vulgar y cotidiano
1. Originalmente el pueblo romano hablaba la lengua antigua del Lacio conocida como prisca latinitas. En el siglo III a. C., Ennio y otros pocos escritores formados en la escuela de los griegos se comprometieron a enriquecer el idioma con adornos griegos. Este intento fue animado por las clases cultivadas en Roma, y fue a estas clases a las que en adelante los poetas, oradores, historiadores y peñas literarias de Roma se dirigieron. Bajo la influencia combinada de esta aristocracia política e intelectual fue desarrollado ese latín clásico que se ha conservado para nosotros en su mayor pureza en las obras de César y de Cicerón. La masa de la población romana permaneció al margen de esta influencia helenizadora y continuó hablando la lengua antigua. Así, sucedió que después del siglo III a. C. coexistieron una al lado de la otra en Roma, o, más bien, se hablaron dos idiomas: el de los círculos literarios o helenistas (sermo urbanus) y el de los analfabetos (sermo vulgaris), y a medida que más altamente se desarrolló el primero creció el abismo entre ellos. Pero a pesar de todos los esfuerzos de los puristas, las exigencias de la vida cotidiana obligaron a los escritores del modo cultivado a mantenerse en contacto continuo con la población sin educación y constreñidos a entenderla y a hacerse comprender a su vez de ella; para lo cual estaban obligados en la conversación a emplear palabras y expresiones que formaban parte de la lengua vulgar. De ahí surgió un tercer idioma, el cotidianus sermo, un popurrí de los otros dos, variando en la mezcla de sus ingredientes según los diversos períodos de tiempo y la inteligencia de quien lo usó.
El latín “eclesiástico”
2. El latín eclesiástico difiere del latín clásico especialmente por la introducción de nuevas expresiones y de nuevas palabras, porque en lo que se refiere a la sintaxis y al método literario los escritores cristianos no fueron diferentes de otros escritores contemporáneos. Las diferencias características se debieron entonces al origen y al propósito del latín eclesiástico. En nuestro caso tomaremos estas palabras en el sentido latino que encontramos en los libros de texto oficiales de la Iglesia (la Biblia y la liturgia), así como en las obras de los escritores cristianos de Occidente que se comprometieron en su momento a exponer o a defender las creencias cristianas.
3. El latín clásico no permaneció mucho tiempo en el alto nivel al que Cicerón lo había planteado. La aristocracia, que sólo ella lo hablaba, fue diezmada por la proscripción y la guerra civil y las familias que luego llegaron a alcanzar una posición social fueron principalmente de extracción plebeya o extranjeros y en cualquier caso no usaban la delicadeza del lenguaje literario. Por lo tanto la decadencia del latín clásico comenzó durante la época del Emperador Augusto y desapareció ese latín clásico en cuanto esta época terminó. A medida que se olvidó la distinción clásica entre el lenguaje de la prosa y el de la poesía, el latín literario oral y escrito comenzó a pedir prestado más libremente del discurso popular. Fue en este momento cuando la Iglesia se encontró llamada a construir una lengua latina para su propio uso y ésta en sí misma fue una de las razones por las que su latín llegó a diferir del clásico. Sin embargo, hubo otras dos razones: en primer lugar el Evangelio tuvo que extenderse a través de la predicación, es decir, por la palabra hablada; además, los heraldos de la buena nueva tuvieron que construir un idioma que atrajera no sólo a las clases literarias, sino a todo el pueblo. Viendo que intentaban ganar las masas a la fe, tuvieron que bajar su nivel y emplear un discurso que conocieran sus oyentes. San Agustín dice esto muy francamente a sus oyentes: "Yo a menudo empleo", dice él, "palabras que no son Latín para asegurarme de que ustedes me puedan comprender: mejor es que yo debiera incurrir en culpa para los gramáticos que no hacerme entender por el pueblo"(In Psal. cxxxviii, 90).
La traducción “Vetus latina”
4. Por extraño que parezca, no fue en Roma, donde se inició la construcción del Latín eclesiástico. Hasta mediados del siglo III la comunidad cristiana en Roma principalmente sólo hablaba griego. La liturgia se celebró en griego, y los apologistas y teólogos escribieron en griego hasta el Papa San Hipólito, quien murió en 235. Fue más o menos lo mismo en la Galia en Lyon y en Vienne, en todo caso hasta después de los días de San Ireneo. En África, el griego era el idioma elegido de los clérigos, pero el Latín fue el discurso más familiar para la mayoría de los fieles y alcanzó el liderazgo en la Iglesia desde Tertuliano, quien escribió algunas de sus primeras obras en griego pero terminó empleando sólo el Latín. En este uso había sido precedido por el Papa Victor, quien también fue un africano, y que, como asegura San Jerónimo, fue el primer escritor cristiano en latín. Pero incluso antes de estos escritores varias iglesias locales debieron haber visto la necesidad de traducir al latín los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, la lectura de los cuales formaban una parte principal de la liturgia. Surgió esta necesidad tan pronto como el Latín hablado por los fieles se hizo muy numeroso y con toda probabilidad esto se consideró primero en África. Durante un tiempo se improvisaron traducciones orales, que fueron suficientes al principio, pero pronto se vio que las traducciones escritas eran necesarias. Estas traducciones se multiplicaron. "Es posible enumerar", dice San Agustín, "aquellos que han traducido las escrituras del hebreo al griego, pero no a quienes las han traducido al latín. En realidad en los primeros días de la fe, a quien poseía un manuscrito griego, así tuviera un pequeño conocimiento de ambas lenguas, le era suficiente para emprender una traducción" (II.11 De doctrina cristiana). Desde nuestro punto de vista actual, la multiplicidad de estas traducciones, que estaban destinadas a tener una tan grande influencia en la formación del latín eclesiástico, ayuda a explicar los muchos coloquialismos que fueron asimilados, y que se encuentran aún en el más famoso de estos textos, sobre el que San Agustín dice: "entre todas las traducciones la Itala es preferible, pues su lenguaje es más exacto y su expresión la más clara" (II.15 De doctrina cristiana). Si bien es cierto que se han dado muchas interpretaciones de este pasaje, el más generalmente aceptado, es que la Itala o Vetus latina es la más importante de las versiones bíblicas de fuentes italianas que datan del siglo cuarto, utilizada por San Ambrosio y los autores italianos de esa época, que se han conservado parcialmente para nosotros en muchos manuscritos y fueron empleados incluso por San Agustín mismo. Con algunas ligeras modificaciones, esta versión de las obras deuterocanónicas del Antiguo Testamento se incorporó en la "Vulgata de San Jerónimo".
Las lenguas romances
5. Digamos, finalmente, una palabra sobre las denominadas lenguas romances (llamadas también lenguas románicas o neolatinas): se trata de una rama indoeuropea de lenguas estrechamente relacionadas entre sí y que históricamente aparecieron como evolución del latín vulgar. Existen varias teorías explicativas de este fenómeno. Según estudios realizados, esa evolución logró que llegara a hacerse presente, en la actualidad, una determinada proporción de alejamiento del latín en las lenguas romances, así:
- en el sardo (de la isla Cerdeña) este alejamiento llega a ser hasta de un 8%;
- en el italiano, del 12%;
- en el castellano, del 20%;
- en el rumano, del 23,5%;
- en el occitano (o lengua de Oc, hablado al sur de Francia, norte de Italia y noreste de España, emparentado, por esto, con el catalán y el provenzal), del 25%;
- en el portugués, del 31%;
- en el francés, del 44%.
Es decir, que el sardo es el idioma menos alejado del latín, mientras el francés es, por el contrario, el que más se ha alejado. De tales lenguas derivan, además, numerosos dialectos. Con todo, la lengua romance más hablada es el español, hablado hoy por casi 500 millones de personas.
II. La Vulgata y la Nueva Vulgata
6. San Jerónimo debe su lugar en la historia de los estudios exegéticos principalmente en razón de sus revisiones y traducciones de la Biblia al latín. Hasta alrededor de los años 391-392 consideró la traducción griega de Los Setenta como inspirada. Sin embargo, el progreso de sus estudios de hebreo y sus relaciones con los rabinos le hizo abandonar esa idea y reconoció como inspirado sólo el texto original hebreo. Durante este período realizó la traducción del Antiguo Testamento desde el hebreo. Pero fue demasiado lejos en su reacción contra las ideas de su tiempo y se le puede reprochar no haber apreciado suficientemente la Septuaginta, de modo que la última versión la hizo a partir de una traducción mucho más antigua y a veces mucho más pura del texto hebreo que la que estaba en uso al final del siglo IV. Pero el valor intrínseco de la Septuaginta es innegable, de ahí la necesidad de considerar la Septuaginta en cualquier intento para restaurar el texto del Antiguo Testamento. Con esta excepción, tenemos que admitir la excelencia de la traducción hecha por San Jerónimo.
El texto latino de las sagradas escrituras había existido desde los primeros tiempos del cristianismo. El traductor o traductores eran desconocidos a San Agustín y a San Jerónimo; pero el primero dice que sin duda ha llegado la antigua versión latina (“Vetus latina”) "desde los primeros días de la fe" y el segundo afirma que ella "había contribuido a fortalecer la fe de la Iglesia niña." Se hicieron y copiaron sin ningún control oficial estos textos occidentales de modo que pronto se convirtieron en corruptos o dudosos y en el momento de San Jerónimo variaban mucho de modo que se podría declarar que había casi "tantas lecturas como códices." De ello se entiende la obligación que sintió Dámaso, entonces obispo de Roma, para querer emplear a San Jerónimo a fin de regular la última traducción revisada de cada parte del Nuevo Testamento en su original griego y establecer una nueva edición bien criticada y corregida de uno y otro Testamento. Así intentó hacerlo San Jerónimo, como declara en su prefacio “ad Graecam Veritatem, ad exemplaria Graeca sed Vetera."
7. El Papa Clemente VIII, en 1592, promulgó apresuradamente la edición auténtica de la Biblia Vulgata, un texto bien intencionado aunque bastante imperfecto, en relación con la mejor revisión que se había operado por parte del grupo que asesoró al Papa Sixto V dos años antes, pero que no fue tan exitosa. Desde entonces se aspiraba a una revisión más profunda y exacta del texto para hacer de él una edición oficial. Pasaron los años. Finalmente, en la primavera de 1907 la prensa anunció que el Papa Pío X había decidido comenzar los preparativos para una revisión crítica de la Biblia Latina. Como dijimos, durante mucho tiempo se había reconocido la necesidad de dicha revisión, y de hecho se convirtió en un punto fundamental en el programa de la Comisión Bíblica establecido por el Papa León XIII. Pero las últimas décadas del siglo XIX y los años transcurridos del siglo XX fueron un período adecuado para efectuar el examen crítico de muchos textos, clásicos y de otro tipo, y, a partir de ellos, se había instado con frecuencia a las autoridades eclesiásticas que había llegado el momento cuando los principios bien establecidos de crítica textual debían aplicarse para determinar el texto latino más correcto de las sagradas escrituras. Sin embargo, no se había adoptado ninguna acción oficial hasta cuando el Papa Pío X anunció su intención de preparar esa revisión. Comenzaron entonces las labores de la Pontificia Comisión Bíblica, cuyos 36 principales pronunciamientos hasta hoy pueden encontrarse en http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_doc_index_sp.htm
8. Pero de lo que se trataba era de ir más allá, por lo cual la tensión que se generó fue importante, ya que, la Vulgata, en la forma establecida por san Jerónimo, muchas veces centenaria, poseía sus defensores. En efecto,
a) En Occidente la Vulgata ha sido la versión más importante de los textos originales.
b) La Vulgata había sido confeccionada en su mayor parte por san Jerónimo y ha sido probada a lo largo de los siglos (Conc. Trid., sess. IV; Enchir. Bibl., n. 21).
Sin embargo,
c) La estima hacia este texto no ha impedido que se efectuara una tarea de editarla críticamente de acuerdo con la doctrina o el conocimiento más alto que se hubiera ido alcanzado con el tiempo, tarea que en tiempos más cercanos se les encomendó a los monjes de la Abadía de San Jerónimo de Roma por parte del Papa Pío XI en 1933 (Const. Apost. Inter praecipuas, 15 Iun. 1933; A.A.S. XXVI, 1934, pp. 85 ss.).
d) El aprecio hacia esa traducción Vulgata fue reiterado por el Concilio Vaticano II, el 18 de noviembre de 1965 (Const. Dei verbum, n. 22). Con todo, dos años antes, el 4 de diciembre de 1963, el mismo Concilio había pedido que se ayudara a una mejor comprensión del Salterio de la Liturgia de las Horas mediante una mejor traducción de los salmos en la que se tuviera más en cuenta la latinidad cristiana y toda la tradición de la Iglesia (Const. Sacrosanctum Concilium, n. 91).
e) Por ese motivo, el Papa Pablo VI, el 29 de noviembre de 1965, reconstituyó la Pontificia Comisión a la que le encomendó perfeccionar y completar la revisión de todos los libros de la Sagrada Escritura, para que la Iglesia estuviera bien provista con una edición latina en la que se tuvieran en cuenta los estudios bíblicos más avanzados y fuera más útil en la realización de las acciones litúrgicas.
f) Pero decía el Papa Pablo VI que se debería tener precisamente como punto de referencia para esta nueva traducción el texto de la vieja Vulgata: es decir, haciendo referencia precisa a ese texto original y a su crítica más profunda, enmendándolo según lo indicara la prudencia, cuando dicha traducción demostrara ser menos adecuada o más ambigua en su interpretación. Por lo cual, añadía Pablo VI, se debe trabajar por comprender mejor el genio propio de la latinidad cristiana, al tiempo que se efectúa una valoración equitativa tanto de la tradición como de las justas consecuencias que nacen de las ciencias críticas del lenguaje, tan valiosas en nuestro tiempo (cfr. Alloc. Pauli VI, 23 Dec. 1966; A.A.S. LIX, 1967, pp. 53 s.).
g) El texto nacido de esta revisión, sobre todo en algunos libros del Antiguo Testamento en los que San Jerónimo no había puesto su mano, fue una tarea ingente, fruto de casi diez años intensos de trabajo, primero publicado en fascículos separados, finalmente en un solo volumen. Se lo denomina Nueva Vulgata, y ha de servir para efectuar las traducciones bíblicas a las demás lenguas, tanto en el uso litúrgico como en el resto de la pastoral, y, sobre todo, se ha de tener en las Bibliotecas, para que pueda ser consultado y difundido con facilidad (cfr. Alloc., 22 Dec. 1977; cfr. diarium L'Osservatore Romano, 23 Dec. 1977, p. 1).
h) Por último, mediante la Constitución Apostólica “Scripturarum Thesaurus”, el Papa Juan Pablo II declaró finalizada la edición “típica” de la Nueva Vulgata de los Libros Sagrados al tiempo que la promulgó el 25 de abril de 1979: http://www.vatican.va/archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_jp-ii_apost_const_lt.html
i) En el texto publicado de la Nueva Vulgata se encuentran en el “prefacio” los 9 criterios con los que se elaboró dicha edición: http://www.vatican.va/archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_praefatio_lt.html
Bibliografía:
Dégert, A. (1910). Ecclesiastical Latin. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Retrieved January 15, 2010 from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/09019a.htm
Gasquet, F.A. (1912). Revision of Vulgate. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Retrieved January 15, 2010 from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/15515b.htm
Saltet, L. (1910). St. Jerome. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Retrieved January 15, 2010 from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/08341a.htm
Artículo "lenguas romances" en: http://es.wikipedia.org/wiki/Lenguas_romances
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.